La predicación expositiva involucra toda la personalidad
Cuando Pablo le recomienda a Timoteo que predique la palabra (2 Tim. 4:1-2), le recuerda la solemnidad de la tarea, y también le ofrece cuatro imperativos. La proclamación de la palabra es una tarea muy solemne porque la hacemos a los ojos de Dios, por tanto, el predicador debe ser un heraldo del rey. No debe dudar, no debe pedir permiso, más bien, con la autoridad de un embajador debe proclamar con fidelidad el mensaje que Dios ha creado y le ha comisionado para comunicarlo. Esa proclamación debe contener cuatro elementos distintivos.
El primer imperativo que Pablo utiliza es: « Insta( epistemi ) a tiempo y fuera de tiempo». Toda mi vida he vivido en ciudades, por consecuencia, sé muy poco de la vida del campo y la agricultura. Con todo, sé lo suficiente como para no intentar plantar un árbol o grama en mi jardín cuando la nieve cubre la ciudad. Si quiero plantar algo debo hacerlo en la primavera o en el verano. En el mundo de la agricultura hay cosas que tienen su tiempo apropiado. Por el contrario, ¡cuando se trata de proclamar las buenas nuevas de salvación toda época es favorable! Si percibimos que los oyentes son o no son receptivos, no hace diferencia, debemos proclamar la verdad de Dios. Siempre debemos estar listos para hacerlo. Esto requiere valor y determinación por parte del heraldo del Dios.
El segundo imperativo que Pablo emplea es: «… redarguye( elegcho )». El mensaje contiene un desafío a confesar y abandonar ciertas actitudes y conductas que Dios reprueba. Debe señalar el mal de forma específica, no de forma vaga y general.
El tercer imperativo es: «… reprende( epitimao )». Este término implica una reprensión severa y aguda con la advertencia de castigos presentes y futuros. Siempre recuerdo a un joven en Vancouver, que vino a nuestra iglesia durante varios meses y luego se retiró sin haber recibido a Cristo en su vida. Un día me lo encontré en un centro comercial, y después de los saludos de cortesía me dice, con una sonrisa «Jorge te aborrezco… porque desde el día que te escuché predicar ya no puedo pecar con gusto». Si hacemos nuestra tarea bien, las escuchas no pueden seguir siendo lo mismo que han sido o permanecer neutrales. El predicador debe colocarlos frente a una decisión: o aceptan la gracia de Dios para vida eterna, o la rechazan para su propia perdición. ¡Ay del predicador que quiera ser meramente la miel de la tierra!
El cuarto imperativo es, «… exhorta( parakaleo )». Habiendo señalado el mal y sus terribles consecuencias, debemos pasar a las buenas nuevas de la gracia de Dios, su perdón y consolación. Este término, exhorta , históricamente ha sido entendido como «dar palos». Nada puede estar más lejos de la verdad. Su primer significado es consolar y alentar. Esta es la misma palabra que Jesús emplea para describir al Espíritu Santo cuando nos dice que será nuestro Consolador ( parakleto ). Describe a alguien que se pone a nuestro lado para acompañarnos en el viaje de la vida y ayudarnos con sus recursos infinitos. Y si todo esto fuera poco, Pablo nos recomienda hacer todo esto con una actitud de paciencia( makrozumia ), a rehusar enojarse o desalentarse ante la obstinación de ciertos oyentes.
La predicación expositiva es poderosa
Si el propósito de la predicación bíblica es producir un cambio en la vida de las personas, entonces, todo predicador sincero reconoce la necesidad de contar con toneladas de poder para derribar los obstáculos que cierran su paso. ¿Dónde encontraremos el poder que traiga la vida a los muertos espirituales? En la Palabra de Dios y en la obra del Espíritu Santo.
¡Ay del predicador que quiera ser meramente la miel de la tierra!
Jeremías nos recuerda: «¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?» (Jer. 28:29). Pablo agrega: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para reprender (redargüir, acusar, mostrar el mal), para corregir, para instruir en justicia…» (2 Tim. 3:16). «Este hombre en lugar de cerebro tiene un adoquín», me decía una hermana hablando de su esposo. En relación a las cosas del Espíritu, todos sin excepción por la obra del pecado en nuestra mente, también tenemos un adoquín (cf. Efesios 4:17-18). No habrá argumento, elocuencia, ni pasión que nos pueda quebrantar. Sin embargo, el predicador que no predica acerca de la Biblia, sino la Biblia misma, cuenta con todo el poder necesario y sobrante para triturar las piedras más resistentes. La Biblia en sí misma tiene poder de transformación. El autor de la carta a los hebreos nos recuerda: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz…». ¡Vaya si lo es! ¡Cuántas personas se convirtieron a Jesús solos, únicamente leyendo la Biblia! Cuánto más podemos hacer de bien, entonces, al predicar la Biblia con fe, denuedo y valentía. Al exponer la palabra de Dios, esta cumple las cuatro obras que Pablo le explicaba a Timoteo. Además, de acuerdo a la promesa de Cristo contamos con una segunda ayuda poderosa.
El Dr. Merril Unger, tal como leímos más arriba, comienza su definición de predicación expositiva hablando de poder y de unción del Espíritu, y luego pasa a considerar los aspectos de estudiar y explicar. Esto es fundamental; no tener la unción es como el Edén sin el rocío de la mañana. ¿Qué significa estar ungido por Dios? C. H. Spurgeon afirmaba: «No sé cuánto tiempo tendríamos que devanarnos los sesos antes de expresar por medio de palabras, lo que significa ‘predicar con unción’. Con todo, el que predica conoce la presencia de ella, y los que lo oyen advierten pronto su ausencia. La unción no se puede fabricar y sus falsificaciones no sirven de nada. Sin embargo, en sí misma es de un precio inestimable y necesaria desde todo punto de vista, si es que deseamos edificar a los creyentes y llevar los pecadores a Jesús» 5. E. M. Bounds decía: «La unción es lo indefinible en la predicación. Es lo que distingue y separa la predicación de todos los discursos meramente humanos. Es lo divino en la predicación» 6. Todos los autores que han escrito sobre este tema fundamental han hallado que es casi imposible ofrecer una definición adecuada de ella, más bien nos muestran los efectos que produce. Siempre es así.
Un político puede impactar con el poder de sus emociones; un abogado con el poder de su elocuencia. Y un predicador también puede hacer lo mismo. Pero es la unción la que marca toda la diferencia en el mundo espiritual. Cuántas congregaciones están «empachadas» de buena doctrina y enseñanza bíblica correcta, pero están tan muertas como el valle de los huesos secos de Ezequiel. Pero a esa congregación llega una persona ungida, y de golpe se produce una revolución poderosa. Se vuelven a enseñar los mismos textos pero los muertos salen de la sepultura. Es la unción la que demuele los muros tan gruesos como los de Jericó y tan altos como los de Babilonia que separan al púlpito de la congregación. Es la que como un hierro candente penetra el frío de la conciencia; es como un rayo que disipa la oscuridad de la mente; es el calor que derrite el bloqueo emocional del pecador. Es la unción lo que hace que la palabra llegue a ser «viva y eficaz y más penetrante que toda espada de dos filos… y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hch. 4:12). La predicación sin unción es letra que mata. La predicación para ser llamada auténticamente bíblica debe apoyarse sobre la Biblia y la obra del Espíritu Santo que fluye a través del mensajero.
Es la unción la que demuele los muros tan gruesos como los de Jericó y tan altos como los de Babilonia que separan al púlpito de la congregación.
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