Jorge Óscar Sánchez - La predicación
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habla hispana y está dirigido a las
personas de todos los niveles académicos de nuestro continente. Lo que enseña en este libro el Dr. Sánchez son
lecciones vitales que vienen respaldadas por
resultados concretos de su experiencia ministerial desde el púlpito, de su experiencia como profesor de homilética y de su cualidad como buen oyente, primera facultad que caracteriza a todo verdadero predicador.
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«Me moví a vivir a Estados Unidos pensando en empezar una nueva vida y, sin embargo, las cosas en lugar de mejorar, empeoraron. La razón principal es que ahora al alcohol le agregué la drogadicción. Mi vida llegó a ser un verdadero infierno. Al punto tal, que un día decidí acabar con ella. Yo trabajaba haciendo limpieza en un edificio de departamentos de ocho pisos en New York. Una noche me subí a la azotea, e ingerí una sobredosis lo suficientemente poderosa como para matarme diez veces. La droga comenzó a actuar, y como no me gustaron los efectos que estaba produciendo en mi cuerpo, pensé: ‘para que sufrir. Mejor acelero esto...’. ¡Y salté al vacío!».
«Mire Pastor...». Alberto se levantó la camisa para mostrarme algunas de las cicatrices que le habían quedado. «Qué milagro Pastor… Todas mis costillas explotaron hacia afuera. Ninguna me perforó los pulmones. Me desperté en el hospital y, a pesar de semejante escape, no pude cambiar mi vida por más que quise. Fue entonces, que decidí venirme a vivir a Vancouver. Y una vez más con la esperanza de tener un nuevo comienzo».
«Aquí me conocí con mi esposa. Ella también era alcohólica, y como podrá imaginar nuestra relación desde el primer día fue el comienzo de un nuevo infierno. Ella tenía un hijo de una relación previa, yo también, y luego tuvimos uno propio. Estábamos mal, pero no sabíamos cómo salir de nuestro enredo. Yo participé en el programa de Alcohólicos Anónimos , pero sin ningún resultado».
«Entonces, un día decido poner en venta mi automóvil. Comienzo a limpiarlo para poder venderlo, y cuando estoy limpiando el asiento trasero, deslizo mi mano hacia atrás para saber si algo se había caído, y debajo del asiento encuentro un casete. A quién que se le cayó ahí atrás nunca lo sabré. Lo miro y decía en la etiqueta: ‘Cómo tener una vida feliz y con propósito’, Jorge Óscar Sánchez... Creí que era un cantante mexicano...».
«Eso fue un sábado. Al siguiente lunes, cuando regresaba del trabajo, puse el casete para escucharlo. Me impactó. Pero, por supuesto, había mucha información nueva para mí, ya que nunca antes en toda mi vida había visitado una iglesia. Como el viaje se me quedó corto, esa noche después de la cena, me fui al garaje y terminé de escuchar su sermón. Al día siguiente volví a escucharlo, y luego lo escuché no sé cuantas veces más. Lo cierto es que algo difícil de explicar pero muy real se fue encendiendo dentro de mí, una débil llama de esperanza. Pero todavía no me atrevía a compartirlo con mi esposa. Con todo, muchas veces me iba al garaje a escucharlo a usted a solas dentro del automóvil. Mientras tanto, nuestra relación hogareña seguía empeorando, hasta el punto tal que ya estábamos hablando de tomar caminos separados».
«Ante la gravedad de la situación, y la inminencia de la ruptura, un sábado por la mañana mi esposa me anunció que salía con los niños a hacer las compras. Ese día supe que algo tenía que pasar. Como no sabía qué hacer exactamente, me encerré en mi cuarto y comencé a orar. A clamarle a Dios con todas mis fuerzas, a suplicarle que me salvara, que me librara de la maldición que arrastraba por años con los vicios. A ese Dios del cuál usted hablaba en el casete. No sé cuanto habré orado, Pastor, pero en un momento sentí como una bola de fuego abrazador que entró dentro mi ser. Me invadió desde la cabeza hasta los pies. En ese momento, Cristo nació en mi corazón y todas las cadenas que me ataron por décadas fueron cortadas de forma instantánea. Llegue a ser una nueva criatura por el poder de Dios».
«En las siguientes semanas al ver el cambio que había experimentado, a mi esposa le atrapó la curiosidad. Le conté lo que me había sucedido y varias semanas más tarde ella misma aceptó al Señor. Y más tarde encontramos una iglesia donde congregarnos y crecer espiritualmente. A los que nos conocen de antes, les cuesta creer la diferencia en nuestras vidas gracias a Jesús. Desde que comenzaron los cambios siempre tuve en mi corazón el deseo encontrar al hombre que había predicado aquel sermón, que fue el comienzo de la esperanza para mi vida. Por esa razón, le estuve buscando hasta que lo hallé para darle las gracias por haber predicado aquel sermón que me trajo a la salvación y a la vida verdaderamente feliz y con propósito, a mí primero y luego a toda mi familia».
Mientras Alberto compartía su historia por momentos era muy difícil retener las lágrimas. De tristeza, mientras me describía los horrores de su niñez y toda su vida pasada fuera de la familia de Dios. Pero de gozo inefable y glorioso también, frente a la grandeza y el poder de nuestro bendito Señor. Cada vez que recuerdo la vida de Alberto, pienso en el ejemplo notable de esta historia de los tratos de Dios para con sus hijos; que él se ha propuesto llevar a muchos hijos a la gloria, salvándolos hasta lo sumo, y utilizando las circunstancias de un modo tan dramático para conducirlos finalmente a la vida eterna. Además, qué ilustración del principio de que «no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia» (Rom. 9:16). Alberto nunca buscó a Dios, Dios lo había escogido a él antes de la fundación del mundo. Asimismo, qué recordatorio es esta historia del poder de la palabra de Dios y la promesa de Isaías 55:10-11: «Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para la cual la envié». Cuesta creer que de un casete olvidado en el asiento trasero de un automóvil, Dios usaría la grabación de ese mensaje bíblico para abrir la prisión y romper las cadenas que sujetaban a Alberto. Por último, qué privilegio inmenso el de todo hombre y mujer que predican el evangelio: que nuestros sermones tantas veces limitados y falibles, puedan ser vitalizados y utilizados por el Espíritu Santo con tanto poder para operar una transformación tan gloriosa, poderosa y eterna en la vida de otro ser humano.
Muchas veces recordando esta historia me he visto forzado a preguntarme: Y si no hubiera predicado ese sermón evangelístico, ¿me hubiera empleado Dios en la conversión de Alberto? ¿Qué tal si en lugar de ser un sermón sencillo, claro y directo sobre las demandas de Dios y las soluciones que nos ofrece por su obra en la cruz, hubiera sido uno de esos que son incomprensibles como densa niebla? ¿Qué hubiera ocurrido si en lugar de predicar el evangelio del poder y la gracia transformadora de Dios, hubiera sido un mensaje de corte contemporáneo sobre psicología popular y cómo tener una mejor imagen propia? Esta historia de Alberto, ilustra los enormes privilegios que implica proclamar las Buenas Nuevas de salvación en Cristo, pero así también, en la misma proporción coloca sobre los hombros de aquellos que hablamos en nombre del Dios vivo, una inmensa responsabilidad. En la historia de Alberto yo hice mi parte y Dios hizo la suya. De haber sido yo negligente, ilógico o sub-bíblico, estoy seguro que Dios (parafraseando la historia de Saúl) me hubiera desechado y le hubiera dado el privilegio de ser su instrumento a «un prójimo tuyo mejor que tú» (1Sam. 15:28). Esta historia dramática de Alberto y su conversión y el rol que juega la proclamación del mensaje de salvación y el mensajero que lo proclama, es una adecuada introducción al tema que nos confronta en este libro: El llamado, el desafío y las posibilidades infinitas que ofrece la tarea de predicar a Jesucristo como Señor y Salvador, a personas tan dolidas y necesitadas como Alberto.
Me alegra saber que tiene en sus manos una copia de Comunicando el mensaje con excelencia 1. Supongo que lo habrá conseguido porque es alguien que está dando los primeros pasos en la tarea de predicar el evangelio o enseñar al pueblo de Dios. O tal vez ya tiene algunos años en la tarea y tiene el deseo de llegar a ser cada vez más efectivo en el desempeño de su labor. O quizá, ya es un veterano con años en la trinchera y está buscando refinar aun más los talentos y dones que Dios le ha conferido. No importa en qué etapa esté de su servicio a Jesucristo y a la extensión de su reino, le garantizo que en este libro encontrará material para informarle, capacitarle y desafiarle a hacer su labor con un grado más elevado de perfección, eficiencia y excelencia. Mi deseo sincero es que usted también en su servicio a Dios, pueda ver como resultado de su labor vidas transformadas y pueda tener experiencias tan increíbles como la historia de Alberto.
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