Mª Carmen Morillo Martín - Que te lo cuente mi perra

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Xena es una perra que cuenta todo lo que acontece en la familia Reverte, y lo adereza con humor y apuntes de cultura general. Xena es muy culta y nos transmite todos sus conocimientos a través de las conversaciones que mantiene con otro animal que vive en la casa: un gato un tanto bobalicón. Los malentendidos entre los dos animales aportan grandes dosis de diversión, a la vez que nos hacen reflexionar sobre las cosas importantes de la vida. Desde el refuerzo de la autoestima, clave en el equilibrio emocional, Xena nos transmite de forma divertida y amena valores humanos, nos sugiere cómo cultivar las virtudes que nos hacen mejores personas, nos insta a disfrutar de todo lo que nos ofrece la vida, y nos aconseja cómo actuar en diversas situaciones que esta nos plantea.
VALORES IMPLÍCITOS
El respeto y amor por uno mismo, por la diversidad, por los animales y nuestro planeta, el perdón, la paciencia, la tolerancia, el cuidado de ancianos, el acatamiento de las normas… Son valores que, junto a otros, aparecen explicados de forma amena y con ejemplos al final de la obra.

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Bueno, os estaba hablando de Lía, mi amiga la fox terrier . Sus dueños, los señores Montañez viven al final de la calle, en la última casa, y están ya un poco entrados en años, o sea, un poco mayores para que me entendáis. Giscardo Montañez es un hombre bajito y cabezón con cara de perro pachón; sí, esos que tienen la comisura de los labios hacia abajo y parece que siempre están como tristes. Es todo lo contrario a su esposa, Mona, una señora alta, que le saca por lo menos dos cabezas, y cuando sonríe lo hace de forma especial porque lo hace con la boca, los ojos y hasta con la nariz. Por cierto, tiene una boca especialmente pequeña, pero ella la hace resaltar mucho porque siempre se pinta los labios de rojo intenso. Es muy divertido verles pasear juntos porque es la señora Montañez la que le echa la mano por el hombro a su esposo. De una mano agarra la correa de Lía, y con la otra agarra a su marido. Y es muy divertido, porque Lía tira tanto de la correa que no se sabe quién lleva a quién de paseo. Además, el Señor Montañez se apoya en un bastón porque le pusieron una prótesis en una cadera y no le dejaron muy bien, así que el pobre no puede andar a paso ligero. La verdad es que el paseo de los Montañez con chucha incluido es todo un espectáculo. Primero va Lía, que tira de Mona, y esta a su vez tira de Giscardo que va arrastrando su bastón. Un día se le quedó atascado el bastón en la rejilla de una alcantarilla, y del frenazo en seco que pegó el trío, Lía casi se estrangula, a la señora Montañez se le dislocó el codo del brazo que tiraba de la perra, y el pobre señor Giscardo tuvo que ser ingresado de urgencia para recolocarle la prótesis de cadera en su sitio. Es un matrimonio muy amable y simpático que no ha podido tener hijos, así que Lía está de lo más malcriada. La tratan como si fuera su hija, la meten con ellos en la cama, la sientan a la mesa a comer en una especie de trona para bebés, y tiene en casa un váter chiquitín de plástico donde la señora Montañez le aúpa para que haga pis. ¡Vamos a ver, señores Montañez, yo tengo mi dignidad y mi autoestima, pero un perro es un perro!

—Hacía días que no venía por aquí. ¿Qué te cuentas Xena?

—Ya ves, Lía, nada importante. Estoy aquí tumbada a la bartola. Vamos, descansando. Hace un rato han estado discutiendo Lita y Lota y ha sido de lo más entretenido, como siempre.

Porque debo decir que también las niñas discuten entre ellas a pesar de que se llevan muy bien. O sea, como en las mejores familias, como se suele decir.

—Lita y Lota, me cuesta distinguirlas. No sé si Lita es la de la trenza o la de la coleta.

—Uf, Lía, es difícil de saber. Generalmente la de la trenza es Lita, y la de la coleta, Lota, pero si quieren urdir un plan o confundir a alguien se cambian el peinado y ya está.

—Lita y Lota, Lota y Lita, ¿Por qué les pondrían nombres tan parecidos, Xena? Bastante difícil es ya distinguirlas físicamente, para que encima tengan nombres casi iguales.

—Pues mira, Lía, en realidad, el nombre le Lita viene de Melita. Parece ser que a su madre, la señora Plinia, le impresionó la película Lo que el viento se llevó , y le gustó tanto un personaje que se llamaba Melita que decidieron ponerle a la niña ese nombre. La película gira en torno a la vida de una familia aristócrata del sur de Georgia, en Norteamérica, durante la Guerra de Secesión. En dicha guerra pelearon los del norte contra los del sur, o bueno, no sé si fue al revés, los del sur contra los del norte.

—Sí, vale, ya te entiendo. (A ver si así no me lo dice ella, que siempre está todo el día con «para que me entiendas» por aquí, «para que me entendáis» por allá. Brrrr, odio ese verbo).

—Es que hace tanto tiempo que me lo contó mi abuelo MacGregor que ya no me acuerdo muy bien. El caso es que una vez acabada esta guerra, en 1865...

—Sí, sí, Xena. Vale, gracias por la clase de historia.

—… la esclavitud fue abolida, o sea erradicada, vamos, Lía, que fue suprimida, para que me entiendas…

—(Ahí lo tenéis, el «para que me entiendas» dichoso…)

—Verdaderamente, Lía, no sé si sabrás que fue un conflicto que dejó una huella importante en la historia de Norteamérica. Porque, supongo que no te tengo que contar que hay cinco continentes, América, que se divide en Norteamérica y Sudamérica, África, Asia,…

—Sí, sí, y Europa y Oceanía. Ya, vale, bien… Gracias por la clase de geografía. (Madre mía para qué le habré preguntado si siempre me pasa esto. Este diccionario peludo con cuatro patas… ¡me aburre!).

—Y te podría contar por qué a Lota la pusieron de nombre Lota. Viene de Carlota. Podría decirte que era porque existió una princesa, que se llamaba Carlota y aparecía en un cuento que se titulaba...

—Ya, pero no hace falta, si no…

—… ahora no me acuerdo de cómo se titulaba, pero vamos que era una princesa que la raptaron, o sea, que la cogieron unos señores, para que...

—Sí, sí, ya, para que te entienda.

—Pues bien, eran unos piratas y se la llevaron en su barco y cuando pasaban por el cabo de Palos… Por cierto, hay tres cabos importantes en el mundo, que se llaman...

—Sí, bueno, ya es suficiente, Xenaaa. (La pesada esta se ha empeñado en darme hoy una clase de geografía intensiva)

—... cabo de Hornos en la punta de América del Sur, donde hay olas de pesadilla y hasta te puede aparecer un iceberg, o sea, como una montaña de hielo flotando en el mar, para que me entiendas. Luego, está el cabo de Buena Esperanza en el sur de Africa, y hay otro que no me acuerdo cómo lo llaman. Mi abuelo MacGregor me habló de tres, pero ahora no recuerdo el nombre del tercero. El caso es que…

—Sí, yaaaaaa, el caso es que se llama Carlota y ya está. (Pero ¡¿qué habré hecho yo para merecer esto!?)

—… son tan peligrosos que, antiguamente, cuando los marineros rodeaban cada cabo se consideraba una hazaña, es decir, que habían conseguido algo importante, para que me entiendas. Y para demostrarlo se ponían un pendiente en la oreja por cada cabo que conseguían bordear sin morir en el intento, y así hasta tres. Entonces…

—Sí, sí, vale, vale, por eso le pusieron Carlota.

—No, porque así se llamaba la vecina del quinto. Es que antes vivíamos en un piso.

—¡Arrrrgggg!... (Y tanto para esto)

—Por lo que respecta a Versia, se llama así porque…

—¡Noooooooo!... Gracias, ¿eh? Vale, adiós, Xena…

¡Hala! «Hasta luego, Lucas», como decían en no sé qué película. Se largó con la música a otra parte. Le meto el rollo, y a correr; pero no escarmienta, porque la pobrecilla vuelve.

3 CADA LOCO CON SU TEMA Y EL PETARDO NO SE ENTERA Bueno como os iba - фото 4

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CADA LOCO CON SU

TEMA, Y EL PETARDO

NO SE ENTERA

Bueno, como os iba contando, vivo en una casa muy grande y me llevo bastante bien con mis dueños, sobre todo con Versia. En realidad mi dueña es ella, porque ella es la que quería un perro, y sus padres se lo compraron por sacar buenas notas y esas cosas, o sea, ya sabéis, ¡que soy el resultado de un nueve en matemáticas! Podría vivir muy feliz, si no fuera porque tengo que compartir mi perruna vida con un felino. Sí, un gato flaco y esmirriado que me saca de mis casillas porque el pobre es algo bobalicón. Su dueña era la señora Ginia, la abuela materna de las niñas, bueno, de hecho sigue siendo su dueña, lo que pasa es que la pobrecita ya no puede cuidarle porque está muy mayor, pero ya os hablaré más tarde de ella. El caso es que aquí tengo a Chusta, que es un minino que no se entera de nada, entiende todo al revés y tergiversa las cosas de mala manera, es decir, que lo interpreta todo mal, para que me entendáis. Y si me quiero enterar de las cosas que pasan en la familia, muchas veces tengo que recurrir a él, porque él duerme dentro de casa. ¡El muy petardo!... A mí, en cambio, me tienen fuera. Hombre, la verdad es que Versia me cuida muy bien y me ha hecho una casetita personalizada muy mona, en la que pone «Xena», con letras a todo color. Está llena de cojines muy esponjosos y es muy acogedora. Pero en fin, ¿por qué el petardo duerme dentro y yo no? Creo que en realidad es porque un triste gato no sirve para nada, y en cambio yo guardo y cuido la casa como cualquier otro can; vamos, como cualquier otro perro, para que me entendáis... Aunque no tengo muy claro que sea por eso. Puede que también sea porque él siempre hace sus cacas en una especie de recipiente con arena, donde solo falta que le pongan una palmerita de plástico. En cambio, yo planto un pino donde me da la gana, y claro, a la señora Plinia al principio casi le daba un pampurrio cada vez que veía mi plasta en los sitios más insospechados. Así que un buen día espetó:

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