La datación de estos manuscritos, resulta, en todo caso, sumamente difícil. Por mi parte, me inclinaría a pensar que, al menos el que recoge los cuatro primeros capítulos de la «segunda parte» podría ser de un momento posterior a la quema de 1845; tal vez, de 1846 o 1847, en razón de los perfiles de Kostansoglo, cuyo temperamento tendría mucho que ver, como he señalado, con el del padre Matviei Konstantinovskii. Tal vez, en ello, se encuentre la clave de la versión definitiva del apellido Kostansoglo, después de haber sido Poponsoglo, Gobrosoglo y Skudronsoglo.
Algunas consideraciones sobre la prosa de Gogol
Resulta ya un lugar común en el mundo de la traducción aquello de traduttore, traditore. Lo que ocurre es que, por lo general, la traición del traductor suele achacarse a su voluntad de no salir demasiado mal parado a la hora de ofrecer soluciones a problemas difíciles planteados por el original. Eso le ocurre también a quien traduce a Gogol, pero a menudo por motivos diferentes. Verter un Gogol pegado a la convulsa letra de sus obras podría acarrearle al traductor más de una crítica incómoda; la solución parecería estar clara: sanear su prosa. Ahora bien, ¿es ello lícito?, ¿es ello posible?
Una especialista tan sólida como Susanne Fusso se permite comenzar su gran obra sobre Gogol (1993) con una breve «Nota sobre las traducciones» impresa sobre la página en blanco, que resulta tan insoslayable como clara y que demuestra la valentía y la seguridad (¡quién la tuviera, tratándose de Gogol!) de la autora frente a este «brete» que plantea la prosa del escritor ruso:
Como ya saben los lectores de Gogol en ruso, su estilo es cualquier cosa menos suave y elegante. Se trata de un escritor peculiar cuya escritura abunda en palabras y frases inadecuadas, en redundancias y en excesos retóricos. Las traducciones de Gogol que se han publicado, normalmente se han arreglado y saneado para el consumo general. Las que ofrezco aquí son lo más literales posible, de forma que el lector inglés pueda a la vez seguir mi argumentación y captar el sentido de originalidad del estilo de Gogol. (Fusso, 1993, p. xi.)
En un apartado titulado «Las imprecisiones lingüísticas» (Неточности Языка), Andriei Bielyi señala: «En Gogol hay multitud de expresiones incorrectas; el propio Gogol lo confesaba: en Roma, había olvidado la lengua rusa. Ello quería decir que nunca la había sabido de forma gramatical, lo que realza su talento: llevar a cabo una revolución lingüística sin gramática» (pp. 298-299). Entre las «imprecisiones» gogolianas, Bielyi señala multitud de errores gramaticales y defectos de estilo y los ilustra con numerosos ejemplos en los que no entraré para no hacer de este punto un apartado demasiado abigarrado de filología rusa. Gogol hace un uso incorrecto de los casos; un mal uso verbal, incluyendo, por ejemplo, toda una serie de participios imposibles o de gerundios espantosos; embrolla los aspectos verbales y las voces; sus frases presentan multitud de anomalías gramaticales y de faltas de concordancia; utiliza muchos adverbios mal; abusa de los extranjerismos; deja numerosas oraciones sin trenzar, haciendo así que resulten absurdas, etc. (véase Bielyi, pp. 299-301). Algunas de estas imprecisiones, sobre todo la constante confusión de los tiempos verbales, llevó a críticos como O. I. Sienkovskii a calificar el estilo gogoliano de «execrable» (véase Fusso, p. 23). Ahora bien, hay que tener cuidado porque no todo son deficiencias de estilo. Lo que a menudo se consideran «errores» (¡y hasta se corrigen en las traducciones!) no son otra cosa que muestras de cómo para el autor el «error» es un recurso narrativo más [41](véase p. 393).
No obstante, en el propio texto de Almas muertas, Gogol se cura en salud ante unas críticas que a buen seguro le eran familiares. Allí, el narrador, que ha puesto una palabra vulgar en labios de su protagonista, culpa de ello a los lectores de la alta sociedad, de los que «no escucharás ni una palabra rusa honesta» sino que sólo usarán las francesas, alemanas e inglesas, mientras exhiben una gran severidad hacia aquellos que no escriben con total precisión en una lengua, el ruso, que nadie se preocupa en utilizar. La lengua rusa, para Gogol, habrá de construirse paso a paso, pues no va a caer de las nubes ya elaborada (véase p. 249).
También en sus Fragmentos, el autor reconoce que
hay mucho de verdad en las críticas de los Bulgarin, Sienkovskii y Polievoi; empezando incluso por el consejo que me dan de que primero estudie cómo leer y escribir en ruso y ya después me ponga a escribir. En efecto, si yo no me hubiera apresurado a publicar los manuscritos y me los hubiera quedado un año, habría visto por mí mismo que no podían salir a la luz de una forma tan desastrada. (1992, p. 119.)
A lo largo de nuestra traducción he presentado algunos (de los muchos) ejemplos en los que la prosa del autor ruso se muestra más problemática, esperando que ello contribuya a exonerarme de alguna de mis muchas «culpas» como traductor de Мерmвые Дуuшu.
Algún lector, no obstante, podrá objetar con razón si un escritor con tales «deficiencias» literarias puede ser uno de los pilares de la literatura universal. Razonar una respuesta ad-hoc a esa cuestión sería harto difícil e implicaría, además, proponer una definición del término literatura; algo para lo que en absoluto me siento capacitado. Tal vez esta misma introducción a Almas muertas sea sólo un intento de mostrar dónde radica la unicidad de Gogol en la historia de las letras humanas.
EPÍLOGOS
I
Muerto parece el libro ante la palabra viva.
Nikolai Gogol
Almas muertas es, en definitiva, un viaje que surge de los viajes de su autor. Gogol no sólo viene de lejos sino que vive siempre lejos del itinerario de su propia obra. Por eso, lo cuenta. El poema es suyo pero no sólo suyo, desde Puskin hasta los informadores que alimentaron sus últimos borradores, éste se va construyendo boca a boca, sobre la marcha, atravesando un territorio impreciso, lleno de voces. Y, en medio, la voz del narrador, entrando y saliendo de la narración, hablando de sí y de su mundo, dando consejos y opiniones útiles a aquellos que puedan necesitarlas.
Ahora bien, las cosas no son tan sencillas para el lector; éste ha de arreglárselas, con su propio entendimiento, en un terreno movedizo, en absoluto familiar. La trama de Almas muertas fluye en su mayor parte libre de explicaciones y son los propios personajes los que han de ayudar al que lee a tratar de hallar algo de luz en una narración en muchos puntos oscura y, en otros, sólo sujeta a sí misma. Aquí Gogol abandona para siempre la historia incolora, falta de posibilidades creativas y apenas interesante en cuanto producto de otra forma de imaginación. Nuestros propios nombres se agolpan en alguno de los papeles que vuelan por el texto. Nadie queda fuera.
II
En su ópera Almas muertas, el texto y la música de Rodion Siedrin devuelven la obra al mundo espectral de la primera producción gogoliana. Dikanka y Mirgorod laten poderosamente por debajo del periplo de Pavel Ivanovich mientras se quiebran algunas de las barreras que separaban la primera parte de los restos de la segunda parte del poema: Chichikov visita a los terratenientes por su deuda de gratitud con Bietrisiev... Sobakievich tiene algo de Kostansoglo...
Los ancestros y padres de Manilov, petrificados en cuadros; los ectoplasmas históricos de la Independencia griega; las presencias fantasmales venidas de ninguna parte de Sysoi Pafnutievich o McDonald Karlovich; Napoleón y Kopieikin, avatares del héroe... todas las presencias y todas las ausencias concurren en un círculo monstruoso del que también nosotros formamos parte; grotesco baile de espectros en el que la voz mediada de los muertos compite con nuestra propia voz.
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