Este libro no es otra biografía de Romero. En su lugar ofrezco aquí una reflexión sobre los títulos que la tradición ha perpetuado de su memoria. A esta tradición se la llama romerismo . La placa que cuelga en la pared de la casa donde vivió durante su época como arzobispo presenta los títulos de “profeta”, “mártir” y “santo”; pero la tradición de Romero también ha incluido otros títulos menos conocidos como “hijo de la iglesia” y “padre de la iglesia”.36 Antes de examinar esto, puede ser útil decir algunas palabras acerca de cómo creció la tradición de Romero.
El romerismo comenzó durante los años en que Romero sirvió como arzobispo.37 Sus fuentes principales fueron el púlpito, el camino y la oficina. La mayoría de las personas encontraron a Romero a través de sus homilías. La multitud desbordante en la catedral y la audiencia de radio sin precedentes proyectaron su voz mucho más allá de la del sacerdote típico o incluso del arzobispo. La tradición de Romero creció no solo a partir de la memoria de su palabra, sino también de los encuentros personales que muchos tuvieron con él. Romero visitó los cantones y las comunidades pobres de su arquidiócesis con mayor frecuencia de lo que era canónicamente requerido. Allí Romero experimentó de primera mano las condiciones de vida de su gente y la gente vio a su arzobispo caminando entre ellos. El arzobispado también contribuyó al desarrollo del romerismo . Durante su permanencia en San Salvador las puertas de las oficinas de la arquidiócesis recibieron a personas que buscaban ayuda para encontrar a familiares que habían desaparecido o en busca de justicia para alguien que había sido abusado o asesinado. Ellos encontraron en Romero un pastor compasivo y un fuerte defensor de su rebaño. Esto muestra que incluso antes de ser asesinado la gente tenía una rica colección de recuerdos y experiencias de Romero. Inmediatamente después de su muerte, las piezas del romerismo comenzaron a ensamblarse como en un mosaico. En la homilía de su misa fúnebre del 25 de marzo de 1980, Ricardo Urioste, vicario general del arzobispo, se lamentó: “Nos asesinaron a nuestro “padre”, nos asesinaron a nuestro “pastor”, nos asesinaron a nuestro “profeta” y nos asesinaron a nuestro “guía.”38 Urioste continuó hablando de Romero como “hombre de una profunda fe, de una profunda oración, de una constante comunicación con Dios”.39 Podría haber sido “acusado de blasfemo, un perturbador del orden público, un agitador de las masas”, y ridiculizado como “ Marx nulfo Romero” (Arnulfo era su segundo nombre), pero para el clero y los religiosos de su arquidiócesis, su martirio fue la culminación de “una vida de profeta, de un pastor, de padre de todos los salvadoreños, especialmente de los más necesitados”.40 Un pequeño artículo biográfico publicado una semana después de su muerte lo describe de la siguiente manera: “Fue realmente un pastor, un profeta, un amigo, un hermano, un padre de todo el pueblo salvadoreño, especialmente de los más pobres, débiles, y marginados. Fue la voz de los sin voz… Era un hombre de oración, sólo así se comprende su fortaleza ante tanta dificultad. Hombre de gran calidad humana, sabía acoger a las personas, descubrirles sus valores”.41 La rica herencia que se vislumbra en estas descripciones fue ocultada en su entierro.42 Durante los tres años siguientes tras su muerte la jerarquía de la iglesia guardó silencio sobre su líder martirizado. Los aniversarios de su muerte en el Hospitalito, el centro de cuidados paliativos para el cáncer donde vivió y murió, fueron actos de bajo perfil. El nombre de Romero no era pronunciado en público. Su memoria sobrevivió en hogares de familia y organizaciones clandestinas. Pero las cosas comenzaron a cambiar en 1983 con la visita de Juan Pablo II a El Salvador. La imagen del pontífice polaco arrodillado ante la tumba del prelado salvadoreño fijó los ojos del mundo y de El Salvador en una tradición que había sido reprimida pero no quebrada. Las placas que adornaban la tumba dieron testimonio de la continua devoción de la gente y su gratitud por su intercesión en favor de sus vidas, en la muerte y por la vida más allá de la muerte. La visita no programada del Papa a la catedral donde Romero fue enterrado alentó al romerismo a abandonar las catacumbas y hacerse público. El periódico arquidiocesano Orientación comenzó a publicar extractos de sus homilías. La Universidad de América Central “José Simeón Cañas” (más conocido como UCA) construyó una capilla en honor a su memoria y remeras fueron impresas con su rostro. Durante la mayor parte de los años 80 quienes difundieron más enérgicamente el romerismo fueron las organizaciones políticas de izquierda. Naturalmente, el Romero que transmitían estaba pintado de colores populistas y revolucionarios. De hecho, uno de los principales obstáculos para su canonización fue la explotación por los sectores de izquierda de su martirio y memoria.
Una nueva etapa en el romerismo se inauguró con la firma de los acuerdos de paz en 1992. El colapso de la Unión Soviética y el fin de la guerra civil abrieron las puertas a una mayor difusión de su memoria. Se organizaron celebraciones masivas para los 15 de agosto, el aniversario de su nacimiento, y los 24 de marzo, el de su muerte. Estas fechas se convirtieron en días santos en el calendario del romerismo . Curiosamente la Fiesta de la Transfiguración (la fiesta nacional en que Romero publicaba sus cartas pastorales) nunca se ha incluido en este calendario. La creciente aceptación pública de estas celebraciones contribuyó a la consolidación de una geografía del romerismo . El Hospitalito y la catedral (y en menor medida su casa natal) se convirtieron en lugares de peregrinación que atrajeron a católicos y no católicos de todo el mundo. Las personas que conocieron a Romero fueron de especial valor en la transmisión de esta tradición y contribuyeron a crear organizaciones formales con este propósito. La última etapa del romerismo fue posible gracias a los procesos de beatificación y canonización. En la proclamación apostólica de su beatificación, el Papa Francisco llama a Romero “obispo y mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico del reino de Dios, reino de justicia, fraternidad y paz”.43 El arzobispo Paglia, quien fue biógrafo de la ceremonia, habla de Romero como defensor de los pobres, el defensor pauperum , como los antiguos padres de la iglesia.44 La investigación que apoyó los procesos y las ceremonias que rodean su beatificación dio la aprobación oficial a las tradiciones heredadas, al mismo tiempo que los transformó incorporándolas al culto de la iglesia universal.
Por otra parte, la beatificación expuso las tensiones que existen dentro del romerismo . Rodolfo Cardenal señala tres versiones sobre su persona en pugna: el nacionalista, el espiritualista y el liberacionista.45 Es así que la declaración del Vaticano reconociéndolo como mártir obligó al gobierno a moldear su propia versión de Romero como héroe nacional. De hecho, todos los viajeros que se encuentran frente a las puertas de salida del Aeropuerto Internacional Monseñor Óscar Arnulfo Romero pasan frente a un mural que muestra al arzobispo al servicio de los pobres. Junto al mural hay una placa con una disculpa del gobierno por su complicidad en la guerra civil. Romero, en esta versión de la historia, es un patriota cuya memoria promueve la unidad nacional dentro de una sociedad fragmentada. Al afirmar que está inspirado por Romero, el gobierno busca que parte de su aura se borre y otorgue credibilidad a su agenda política. Incluso los medios de comunicación se han apoderado de las faldas hagiológicas de Romero y han promovido su figura ampliamente sin tener en cuenta que antes mancillaron su imagen y sin explicar las razones detrás de su cambio de actitud. La versión nacionalista de Romero lo coloca en el altar mayor de la opinión pública, generalmente reservado para los padres fundadores de El Salvador y la selección nacional de fútbol. Dentro de la Iglesia Católica, el proceso de beatificación promovió una imagen de Romero que, en opinión de Cardenal, está excesivamente espiritualizada. Esta versión presentaba a un obispo que era piadoso, compasivo, tradicional y leal al magisterio. Estas características pertenecen a Romero, pero no se puede pintar un retrato completo solo a partir de ellas. El promotor de la versión espiritualista en la que se centra Cardenal es Roberto Morozzo della Rocca. Para Cardenal, la biografía escrita por Morozzo titulada Primero Dios , es deficiente en muchos aspectos: tiene tendencia a espiritualizar a Romero, a minimizar su conversión, a resaltar las tensiones con los teólogos de la liberación y con los grupos de izquierda. De lo que Cardenal acusa a Morozzo no es de una mala historiografía sino de una mala ideología. Su lectura espiritualista de Romero descarta a priori aspectos vitales de su vida con el fin de hacerlo aceptable a un sector de la iglesia que nunca tolerará ni siquiera esta versión diluida de su ministerio.
Читать дальше