Refugio de calidez, cual tibios rayos de sol de una mañana de otoño.
Solo una condición le pide Ella, para lo cual será inflexible: el fuego del hogar de la cabaña en el bosque lo encenderá Él, así como tendrá que procurar contar siempre con buena música y buen vino, además de algunos chocolates, considerando que se viene el invierno.
Por su lado, esperará de Él que le diga qué desea de Ella.
Hay un detalle que le gustaría conservar, y es la manera de nombrarse. Ambos saben que al nacer eligieron para ellos dos lindos nombres, con toda su carga simbólica y una historia que los antecede. De allí la magia ahora de ser Él y Ella, dando luz a Ellos, dentro de un espacio de complicidad para sentirse libres y sin tiempo. Recrear momentos, compartir emociones, leer, escuchar música y poder encontrarse, con ese poder —maravilloso— que ofrece la mente al potenciar y manipular creativamente la realidad, haciendo de la imaginación (dentro de lo posible) lo más parecido a la vida real, disfrutando de la escena que se ofrece a los sentidos, relajados y en silencio.
Ella cree que sería un buen comienzo.
Esta noche lo percibe con ese perfume que aún no logra saber cuál es, y espera que le diga, para que cuando lo perciba, en algún lugar, lo recuerde. Seguramente huela a madera y se caracterice por un aroma clásico e imponente.
Escuchando ahora esa música de la que hablaba, le cuenta que no forma parte de sus costumbres musicales. Hermosa voz negra, por cierto. En ese estilo también le agradan Ella Fitzgerald y Aretha Franklin. Hay un tema de Fitzgerald con Armstrong que suena bien: “Summertime”.
A Ella le gustó lo que Él le leyó la vez pasada e imaginó una primera escena de amor dándole un beso, luego de muchos años, un primer beso que despertó sus sentidos. Algo así como: con picardía, se acercó lentamente hasta percibir su perfume, lo miró a los ojos color cielo, y rodeándolo con los brazos para tenerlo cerca, muy cerca, sintió —poco a poco— cómo su respiración iba en aumento, acelerando el ritmo de sus latidos. Cerró los ojos, buscando ese deseado y húmedo roce con los labios, abriendo suavemente su boca para recorrerlo con la lengua e ir en busca de la suya, una y otra vez y saborear cada uno de sus rinconcitos, en esa profunda intensidad que excita y ese dulce gemido que emerge del placer.
Se gustan, siempre se gustaron.
Suspendidos en el aire y con sus bocas calientes desean más, mientras suena de fondo esa canción: “Spoiled” de Joss Stone, que en su ronroneo sensual inspira a seguir.
Ella quiere saber más de Él, y que le cuente por qué la considera especial.
Rayo de Luz
Nada es lo que parece, o mejor dicho,
aquello que parece termina siendo finalmente lo que es,
una ficción.
Él
Cuando regresó ya casi de madrugada, la cabaña estaba muy cálida y notó la diferencia que había con el afuera. A través de la luz que daban las brasas vio que Ella estaba ahí, plácidamente dormida. La arropó con cuidado y acercó suavemente su mano como para acariciarle la mejilla, pero solo le acomodó un poco el pelo que caía sobre sus ojos, para no despertarla.
Se alegró de verla otra vez, sin poder quitarle la vista de encima.
Él todavía estaba bajo los efectos del primer beso. No era el primero en orden cronológico (un lector que no forme parte de la cabaña no entendería esto que Él escribe), pero en verdad, por los latidos que le generó, podría contar como el primero. La tibieza y la humedad de sus labios.
Respiró profundo, exhalando en cada bocanada lo disonante de su mente. Enseguida se sentó en el sillón y simplemente se dejó llevar por la calidez del lugar. Los últimos años habían sido demasiado movidos, y necesitaba algo de esa calma.
Como siempre fue protector, sentía que en ese momento la estaba cuidando, aunque Él mismo necesitaba descansar, sin dejar de pensar que algún día —seguramente— le contaría con detalles todas las cosas que vivieron de la época en que se conocieron.
De aquellas tardes compartidas recordaba una en particular, en la que había entrado a un lugar y la vio allí sentada. Había otras personas, pero de algún modo mágico el sol que venía de la ventana le iluminó la cara y entonces ya solo pudo verla a Ella, como si se hubiera hecho silencio de repente. Un silencio parecido al que mencionaban Ellos ahora.
Desde ese día, como si ese tenue rayo hubiese dejado una huella, siempre tuvo un brillo especial para Él. Estaba seguro de que, de un modo un tanto misterioso, hubiera podido distinguirla muy rápido entre una multitud.
Estando a su lado, pudo reconocer ese brillo en la oscuridad, y sonrió.
Aquella mañana, cuando leyó el poema, fue como si se hubiera repetido el efecto de aquella tarde. No estaba su rostro ni nada de su cuerpo, solo una foto y palabras escritas por Ella, que fueron como aquel rayo de sol.
Durante esos años, en una de sus largas caminatas un poco felinas, se había internado por algunos caminos literarios, espacios de lectura y escritura. Y entonces la escritura empezó a ser un lugar que deseaba conservar para siempre. Las palabras eran su refugio.
De ahí la sorpresa cuando leyó que a Ella le pasaba algo parecido.
Él tenía varias anécdotas del tiempo en que recorrió esos senderos. Por ejemplo, que durante algunos años tuvo otro nombre en una red social, “Rodión Raskólnikov”, el personaje de un libro que lo había impactado mucho por la intensidad de su historia, llegando a convertirse en un intrincado drama psicológico, además de no quedar exento de algún tinte filosófico. Una figura con la cual ha jugado, entre otras, en tono de aventura y en eso de desdoblarse en distintos personajes, según la ocasión.
Ahora Él admiraba en Ella la forma en la que, con palabras, lograba recrear sensaciones.
Se preguntaba desde cuándo había caminado por los mismos senderos.
Cuando despierta, aún no ha amanecido, se acerca para besarla y le ofrece una taza de café. Le comenta que estuvo recordando momentos en los que se habían conocido, mientras reanimaba el fuego del hogar.
Por las ventanas se apreciaba ese paisaje otoñal iluminado por la fase llena de la luna.
Al tomar un nuevo escrito que Ella le enseñó: Apariencias , vuelve a leerlo y se le ocurre —como un juego— continuar escribiendo a partir del primer párrafo, pero de otra manera.
Apariencias
Desde hace algún tiempo, una vez más, me encuentro pensando que nada es lo que parece, o mejor dicho, todo aquello que parece termina siendo finalmente lo que es, una ficción.
Siempre supe que lo correcto es producto del consenso, y que el sinsentido no responde a la razón. Así como los problemas del corazón escapan a la lógica, también las lágrimas y la emoción, librados a la suerte de nuestras vibraciones, esas que buscan de manera desesperada alojarse en nuestro cuerpo, ganando batalla a la mente.
Detenida en el tiempo alcanzo a verte, imperfecto, husmeando los rincones de tu propia soledad, en busca de un otro, escondido entre figuras, velando por tu existencia.
Pienso en historias de alguien que es, no siendo, salvo por aquello que lo nombra, porque está atravesado por la palabra que lo atrapa y aprieta. Sujeto sujetado, sujeto del olvido, que hoy despierta al encuentro de un otro que cobija, y retiene e invita a descubrirlo en su propia falta.
Retomando lo que escribió:
Desde hace algún tiempo, una vez más, me encuentro pensando que nada es lo que parece, o mejor dicho, todo aquello que parece termina siendo finalmente lo que es, una ficción.
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