El Colombiano, 28 de agosto de 1988
Salvar Bajo el cielo antioqueño
Bajo la lava y la ceniza, nuestra identidad
Desde que la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano se estableció como fundación sin ánimo de lucro, su prioridad fundamental fue el rescate y la preservación de las imágenes cinematográficas producidas en el país o de aquellas sobre Colombia hechas en el extranjero. La constatación inicial fue, naturalmente, descorazonadora: un altísimo porcentaje de esas imágenes, particularmente las más antiguas, están perdidas definitivamente. Pero esa misma constatación es lo que hace más urgente centrar la mira sobre lo poco que ha sobrevivido y que está en inminente peligro de desaparición, y, por supuesto, sobre las imágenes que se siguen produciendo actualmente en cine y en video, y que por inconsciencia y descuido pueden perderse para el futuro.
La Fundación Patrimonio Fílmico, en su breve existencia, ha comenzado el duro trabajo de descubrir y coleccionar esos materiales, un trabajo que se ve seriamente impedido por falta de fondos y, ante todo, por el desconocimiento y la indiferencia general de la gente frente a la necesidad de la conservación de las imágenes cinematográficas. Que muchas de estas imágenes se hayan perdido irremediablemente se debe a que quienes las producían, y siguen produciéndolas, han visto siempre en ellas, exclusivamente, un negocio de uso inmediato con un material de interés limitado. Una vez que el celuloide cumplía su función, como película argumental, noticiero, cuña publicitaria o instrucción didáctica, se pensaba que había dejado de interesarle a todo el mundo.
Este trabajo de la Fundación es una lucha contra el tiempo, si se tiene en cuenta que el deterioro y la destrucción de las pocas películas existentes es irremediable en las condiciones en que actualmente se encuentran. Es bueno detenerse un poco en las razones técnicas de esta afirmación, si bien nos referiremos solo al problema del nitrato que es el más agudo, aunque no el único. La preservación tiene también el problema del deterioro de los colores, de los materiales magnéticos y otros muchos.
Desde 1889, año en que la Eastman Kodak comenzó su producción industrial de rollos de película flexible (superando las placas rígidas de antaño), el material transparente de base fue la nitrocelulosa o nitrato de celulosa. Este tipo de rollos hizo posible la invención de la técnica cinematográfica (que requiere el paso de muchas imágenes en un segundo) en los últimos años del siglo. El nitrato, pese a las facilidades que ofrecía, tuvo desde el principio dos graves inconvenientes: su altísima inflamabilidad y su tendencia a descomponerse hasta la completa disolución. Pese a que la Kodak y otras empresas trabajaron durante años para buscar un material más estable y menos peligroso, fue solo a comienzos de los años cincuenta cuando se pudo encontrar un reemplazo satisfactorio con el acetato de celulosa.
La composición de la película de nitrato es similar a la del algodón de pólvora que se emplea en la manufactura de explosivos de alto poder. Aunque la película de nitrato no es, en sí misma, explosiva, arde casi veinte veces más rápido que la madera y tiene en sí tanto oxígeno que un rollo apretado puede, sin dificultad, arder completamente bajo el agua. Además la película de nitrato comienza a arder a la mitad de la temperatura que requiere la madera y se demora menos de un cuarto de segundo para encenderse si se queda pegada en la ventanilla de un proyector y recibe la fuerte luz del mismo. Para complicar las cosas, cuando la película de nitrato arde sin el suficiente aire, se liberan gases tóxicos que pueden formar ácido nítrico en los pulmones y causar una rápida muerte. Otros gases que se liberan son altamente explosivos y son los causantes de las explosiones secundarias que han ocurrido en los incendios tan comunes en otra época en los teatros y en nuestros días en cinematecas como la de México. En un ensayo en el cual fueron quemados 500 rollos de nitrato de un peso de 1.000 kilos, estos fueron consumidos completamente por el fuego en menos de dos minutos. Se produjeron llamas de dos metros y medio de diámetro y veinticinco metros de longitud y las explosiones arrojaron los rollos a 183 metros de distancia. Pero la película de nitrato tiene otra propiedad desagradable: a medida que se descompone comienza a arder a temperaturas cada vez más bajas. Es posible que las películas se incendien espontáneamente en temperaturas que pueden considerarse normales, como las de un fuerte verano.
La película de nitrato es químicamente inestable y se descompone permanentemente incluso a temperatura ambiente. Este proceso de deterioro libera gases que pueden dañar otras partes del mismo rollo, otros rollos de nitrato e incluso otras películas que estén cerca, aunque estén en copias de acetato de seguridad. La destrucción de una película de nitrato es inevitable. O terminará descomponiéndose por completo o incendiándose espontáneamente. Si el proceso no está muy avanzado es posible salvar el contenido, o parte de él, copiándolo en película de acetato, un proceso técnicamente complicado y, sobre todo, costoso. Un problema más, que contribuye a la dificultad del trabajo (y que es común al nitrato y al acetato), es que las películas se resecan, se encogen y se cuartean o, en caso de humedad, se llenan de hongos.
Se ve, pues, que el proceso de adquirir películas antiguas y guardarlas adecuadamente es solo el comienzo de la actividad de una organización como la Fundación Patrimonio Fílmico. El trabajo de producir copias de seguridad (que se supone que pueden sobrevivir cerca de 300 años si no se tiene en cuenta el deterioro de las películas en color que es otro problema) implica labores de arqueología, relojería, mecánica de precisión, artesanía y muchas más actividades pacientes y de dominio técnico: hay que revisar centímetro por centímetro de la película, remover todas las pegas viejas, volver a pegar todo, reparar los agujeros de transporte dañados, hacer una limpieza general con ultrasonido, corregir a veces la velocidad y balancear el grado de brillantez u oscuridad de la imagen, emplear equipos especialísimos para copiar formatos diferentes a los normales o películas que tengan casi todos los agujeros de transporte dañados.
El trabajo altamente especializado que se necesita para producir una buena copia de preservación requiere un grado enorme de habilidad y capacitación, algo que resulta, obviamente, muy costoso. Hace unos años se hablaba de, aproximadamente, unos 300 dólares por un rollo de diez minutos en 35 mm, sin contar los muchos gastos adicionales. No sé cuánto valdrá en este momento.
Ahora bien, ustedes pueden preguntarse si es un trabajo que vale la pena hacer y por qué. Se preguntarán por qué pueda valer la pena restaurar los antiguos noticieros de valor histórico y sobre todo, por qué merezca la pena el esfuerzo en pro de una película como Bajo el cielo antioqueño, que, obviamente, no es una obra maestra del cine. Sabemos que estamos en el momento adecuado para rescatar este que es el único testimonio completo (o casi), que sobrevive del pequeño cine colombiano del período mudo. ¿Es importante esforzarse por preservarlo? ¿O se va a permitir que sucumba en llamas o sobreviva un tiempo en rollos babosos y malolientes, una bomba de tiempo permanente e inservible? La respuesta no es de naturaleza nostálgica ni capricho de coleccionista de vejestorios. Hay razones más profundas e importantes para emprender este trabajo y para buscar apoyo económico para su realización.
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