de mi generación y ni me interesa.
Escribo desde el techo de nuestro edificio
mientras el sol se está poniendo
más allá de los árboles y las casas de madera.
Las ventanas siguen sin abrir.
Jimmy sigue preso.
Galea y Tim son amantes.
Creo que hacen el amor en el techo.
No estoy seguro.
Pero vi al gringo de la segunda
hacerlo con la tetona aquí en el techo
y me puse a reír y luego me puse serio.
Todos hacen el amor.
Los pájaros.
Las ardillas.
El mexicano.
Los hindúes.
Las camareras del Hawkeye.
Todos hacen el amor
y sobre todo ahora
cuando se pone el sol
y sus rayos parecen buscarte
por las calles del barrio italiano.
La señora del White Hen
te manda saludos.
Los cuervos que gritan
parecen llamarte en ruso.
Aguardan por ti en el patio
el peral, los muebles desahuciados
y las bicicletas oxidándose.
El vodka sigue caro.
Yolanda no te olvida.
Ni la uruguaya.
Ni la estatua de Joe Dimaggio.
¿Qué más digo?
De pronto me quedo
solo con unas cuantas estrellas.
Las luces de los edificios
del downtown están prendidas.
Ese de allá es el edificio John Hancock.
Esas las Sears Towers.
Acá yo sentado.
Quise con estos brazos
retener la belleza
como a una mujer.
Con estos dedos
agité los mechones de su pelo
como si fueran monedas
de oro.
La quise desnuda en mis poemas.
Boca arriba.
Variaciones acerca de un poema de amor
1
he tratado de escribir un poema de amor
pero los poemas nunca dicen lo que uno quiere decir
o puede que digan exactamente lo que uno quiere decir
y lo que no sabemos es qué es lo que tratamos de decir
2
si digo tú me refiero a ti
pero cuando escribo tú
ya no me sigo refiriendo a ti
sino más bien a un tú platónico
que tiene que ver más conmigo
que contigo
3
cuando Quevedo no lograba escribir
un poema de amor se exasperaba
y se subía en los campanarios de las iglesias
y le arrojaba piedras a los que iban a misa
4
he escrito poemas de amor durante toda mi vida
y he fracasado
sobre todo he escrito cientos de poemas de amor
cuando no tenía a quién escribirle poemas de amor
5
las recepcionistas y las masajistas
se saben de memoria mis poemas
las viejas con quienes juego bingo
lloran con los lentes puestos
recordando mis poemas
6
los poetas seducían muchachas
y las inmortalizaban en sus versos
sin embargo cuantas Claudias hemos olvidado
cuantas Julietas cuantas Margaritas
cuantas Crisilandias
7
las muchachas ya no creen en los poemas
y si se acuestan con poetas es porque se han quedado jamonas
o porque los psicoanalistas están caros
y se acuestan con todos los poetas excepto conmigo
esta noche todos los poetas han ligado
y tienen entre sus brazos muchachas desnudas
mientras yo escribo solo en medio
de este cuarto
8
todos los poemas de amor son irreales
los poemas de amor que el poeta escribe intencionalmente
irreales son los más reales de todos
9
Lucian Blaga escribió que las palabras
son las lágrimas de los que quisieron llorar
y no pudieron
y esto es todo lo que tengo que decir
Doce estrofas para Giselle
Para encontrarte tuve que enjaular a la bestia,
mudarme a una ciudad del norte,
verter sal sobre la nieve de la escalera,
alimentar un gato, temer a la noche.
Visité Nueva York y miré abajo
desde el Empire State y no estabas.
No eras la que corrías en la estación
de tren como en las películas románticas.
No eras la que se tragó la niebla en el
downtown. Ni la que flotaba en el Ozama.
Ni siquiera la que soplaba los dados
en un casino de las Vegas Nevada.
No fuiste la que me dejó esperando
en un parque ni la que amenazó con matarme
empuñando una tijera. No eras Marina Tsvietáieva
colgando de una cuerda.
Te esperé en un apartamento donde las ardillas
entraban y secuestraban mi poesía.
La nieve caía tras las ventanas.
La luna en el firmamento tosía.
¿Dónde está?, le preguntaba a las meseras
que pasaban sin hacerme caso. ¿Dónde estás?,
preguntaba cortándome las manos
y dejándolas caer desde un puente en Chicago.
¿Dónde está?, preguntaba como aquel
hombre en el veinteavo piso de un edificio
que se quema, como Baudelaire sentado
en un banco de París al amanecer.
No estabas en la playa mientras
las olas le susurraban tu nombre a la arena.
(El sol brillaba y una gaviota pescaba
con torpeza el zapato de alguna suicida).
Pregunté por ti con un cigarrillo entre los labios,
barajando el dominó y temblando,
como un árbol depresivo que ha dejado
caer todas sus hojas y le da frío.
Te busqué en museos y en bibliotecas
en las cuales me dormía y melancólico traducía:
sueño con ella amada o muerta
porque la ciudad es demasiado pequeña.
Te busqué en un sueño, en un bolero,
entre los extras de una película
de bajo presupuesto, te busqué
con los ojos cerrados y con los ojos abiertos.
Te busqué, mi amor,
de esa manera en que Aristófanes
comenta que se buscan las dos mitades
en uno de los diálogos de Platón.
esperar el amanecer sin afeitar
en cualquier azotea de la ciudad
sentado en una cama extraña con ojos rojos
y calzoncillos ajenos
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