Santiago Infante - Semáforos rotos

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'Esse' trabaja en una librería, ha escrito un libro titulado De pelos y señales, frecuenta prostitutas y casa peleas con la policía en su deambular nocturno por Chapinero. Semáforos rotos narra el recorrido rutinario de Esse, que quiere olvidarse de sí mismo mientras recorrre los alrededores de Lourdes, pero solo se descubre asediado por el recuerdo de Amanda, que no alcanza para atenuar su voz sórdida, procaz y por momentos hilarante. En ella encuentra una interlocutora afín, por momentos igual de cruda y conflictuada. Esse, como Amanda, no quiere embellecer la miseria que lo rodea: ambos, amantes del Rivotril, perciben en la intensidad de la miseria bogotana una capacidad para lo bello que los deslumbra y los agobia al tiempo.

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La Policía dijo que se investiga a Beatriz Almarales Goenaga, familiar de Andrés Almarales, miembro del M-19 que murió en la toma del Palacio de Justicia el 6 y 7 de noviembre de 1985.

En la operación, la Policía ocupó un apartamento de la carrera 33 # 29-90, donde reside Almarales. Allí fueron hallados documentos de identidad falsos, informes secretos del grupo, explosivos, papelería del Eln y una máquina de escribir que, dicen las autoridades, era empleada para elaborar las cartas extorsivas.

Los investigadores informaron que en poder de los detenidos se halló una lista con los nombres de 150 comerciantes de Bogotá que iban a ser objeto de las acciones del Eln.

Según la Policía, han sido objeto de las acciones extorsivas la cadena de droguerías Electra, Dunccol Ltda. y Distribuidoras Unidas.

Los delincuentes enviaban comunicados del Eln a las víctimas por el sistema de correo de Servientrega en los que suministraban instrucciones para consignar sumas entre 10 millones y 20 millones de pesos como impuesto de guerra.

Los subversivos obligaban a los extorsionados a colocar clasificados en la sección de instrumentos musicales de medios escritos para conocer los teléfonos y direcciones de las víctimas y contactarlas después.

Los insurgentes ordenaban a sus víctimas adicionar un número a la última cifra de los teléfonos y direcciones suministradas para evitar seguimiento de las autoridades. Los investigadores afirmaron que de negarse a entregar el dinero, los comerciantes eran blanco de actos terroristas, como el ocurrido el pasado 7 de abril en una sucursal de droguerías Electra, donde estalló una bomba de un kilo de dinamita.

Diario El Tiempo, 20 de abril de 1994

4

UNO EN BOGOTÁ HA DE ENCARIÑARSE con la basura que se encuentre en la calle. O come desperdicio o no conoce el amor. El frío cuchillero de estas madrugadas está profetizado en mi libro, De pelos y señales, cuarto capítulo, versículos del trece al veintiséis. Tal vez ni Amanda ni Patrizia se han dado cuenta, pero hay tormenta eléctrica.

Me vale huevo si Jorge Imbécil, fotógrafo, calienta a Amanda y ella se le encarama a horcajadas. Seguro están en el Cabo de la Vela, celebrando la venta de los cuadros. O tal vez voló al Tíbet, mentalizada para un régimen de aguamiel, dispuesta a mortificar la carne en pos de torcer las leyes de la materia y así liberar el espíritu. O quizá se bebió, frasco blanco, todos los Rivotril de las droguerías de Chapinero: varias veces dijo que quería fritarse de sobredosis. Patirrajada, por su lado, puede estar en La Habana, revolcándose con su marido, pero recordando que nos gozamos.

5

CUANDO AMANDA PINTABA se olvidaba de la obligación de dormir, de meter, de cagar y de fumar. Entonces aparecían unos cuadros sacados de la nada, como al descuido; el olor me aguaba los ojos, cual si picara cebollas. Flotaba, pasándose el anverso de la diestra contra las ñatas. Así transcurrían horas. Hundía la punta desmechada del pincel sobre manchas de color, haciendo círculos con las muñecas. Después se quedaba mirado un punto fijo, a un milímetro de la superficie. Luego pasaba el trapo saturado de removedor de uñas Lander y volvía a pincelar. El olor era más intenso cada vez. Los ventanales y el espejo del baño se empañaban. Entonces yo cerraba la puerta procurando no hacer ruido y me iba a dar una vuelta.

6

CUATRO NOCHES CON LA MIRADA CLAVADA EN LA PUERTA. Cinco madrugadas de escarcha, tirado sobre mi vistoso colchón de nenúfares fluorescentes. Se llevó nada. No dejó una nota. Nadie llama desde el anfiteatro y ningún extorsionista brinca a cobrar rescate.

La rata desciende con parsimonia por el desagüe, trae el pelo relamido y brillante, viene embellecida por la lluvia. Su cola larga y rosada se desliza suave por la saliente y se planta a mirarme, otra vez, de frente.

Brinco, doy media vuelta en el aire, corro a vomitar.

7

—Aló.

—Hola, Esse.

—¡Deje dormir! ¿Quién carajos se atreve a llamar a esta hora?

—Pero si son las seis de la tarde…

—Mierda. ¿Quién habla?

—Mariajuliana. Pásame a Amanda.

—Llámala a Beirut, o al Tíbet, el indicativo es 853. O averigua en Medicina Legal.

—Hablo en serio…

—O contrata a un clarividente.

—Ay, Esse, ¿ahora qué pasó?

—Nada. Solo que ella ya no vive aquí.

—¡Puta! cuéntamelo todo… ¿necesitas algo?

—Una buena mamada.

—Esse, ponte serio, por favor…

—Tengo que colgar.

8

SOÑÉ QUE DEAMBULABA por los pasillos de baldosas verdes del colegio de jesuitas, con la puñaleta escondida en el bolsillo derecho de mi pantalón corto. Pasillos laberintos y, al fin, la justicia agazapada en mi bolsillo: fría y afilada.

El medio sol vomitando sobre el patio central y sobre mil doscientos espíritus alineados en perfecta formación militar. Lunes, cuatro cuarenta y cinco de la madrugada, bajo una tempestad de aguijones. ¿Por qué el prefecto de disciplina no está en su oficina? Y preciso me despierta el puto teléfono, fue un sueño interesante.

El ruido que sale del Refugio Alpino repta por el pavimento y alcanza el edificio, sube los cuatro pisos, hace vibrar el cristal. El Refugio Alpino es un famoso metedero de domingo para sirvientas y policías en día de descanso. Fue fundado en 1984, abre desde el martes. Queda en el segundo piso del pasaje antiguo que va a dar a Lourdes. La música se mezcla con los pitos y los chirridos de los carros en el trancón de la trece.

Enciendo un cigarro, me asomo. Ahí está el celador, embutido en su abrigo largo rojo con botones dorados. Revienta los pulmones soplando un silbato de plástico. Manotea, hace señas con una bayetilla mugrosa, guía a un carro color uva que parquea en reversa y apaga las luces traseras.

Se apea un tipo peluqueado al cepillo, tiene bíceps abotagados. No saluda. Calza zapatos deportivos atravesados por franjas verdes fosforescentes. Es un tombo, se le nota. La puerta del copiloto abre y se baja una mujeruca de tetas gordas forradas con licra leopardo, el carro festeja con un movimiento alegre de los amortiguadores. La mujeruca lleva botas de caña con clavijas y melena mal tinturada agarrada por una hebilla boliviana de cuero.

Me tambaleo hasta el baño, necesito un duchazo de agua helada. El agua corre, me sumerjo sin encender la luz. Meo champaña. Tibieza confortante bajo las plantas de mis pies. Aprieto el cigarro con los labios y un hilo de humo azul pelea por ascender.

Memorable combate bajo la regadera: la brasa chasquea, el remolino del sifón arrastra virutas de tabaco, restos de papel carbonizado, detritus. Pero el hilo de humo, retador, danza, se retuerce, se agarra de nada y sube hasta bifurcarse. Resbala por el techo mohoso pintado con pintura de aceite. El humo triunfa antes de desaparecer.

Me visto. Planeo respirar aire puro, dar una vuelta, hablar con alguien. Engulliré una hamburguesa especial de cinco mil y compraré cigarros. Noche de viernes, buena para mí. Agarro las llaves, estrello un portazo y brinco peldaños de dos en dos.

Se oscurece la mirilla del 303 y se abre la puerta con un chirrido. Es doña Eleonora. Trae un sobretodo de lana adornado con indiecitos soplando flautas anaranjadas y un letrero deshilachado que dice «Ecuador». Eleonora arrastra pantuflas peludas. Del apartamento sale un vaho de naftalina y café con leche. Me mira con par puntos verdes enmarcados por cejas pintadas de lápiz marrón:

—Buenas noches, don Esse, lo estaba esperando. Es para pedirle un favor…

—Después de varios días, verla es mi primera alegría, Eleonora.

—Es que encontré colillas tiradas en la escalera e imagino que son suyas…

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