1. Acusó a Dios.«¿Señor, no te da cuidado…? Lamentablemente, yo he dicho o pensado eso mismo muchas veces. Si no desarrollamos un estilo de vida de escuchar, inevitablemente comenzamos a dudar del amor de Dios. Nos convertimos altamente susceptibles a falsas interpretaciones de nuestras circunstancias, y es probable que seamos gobernados por nuestras emociones.
Cuando no hemos estado esperando en Dios y escuchando Su voz, fácilmente nos volvemos desconfiados de Su cuidado. Pocas cosas hieren más a Dios que ser acusado de indiferente ¿Sabes por qué? Porque no hay nadie a quien le importemos tanto como a Dios. Nadie se interesa tanto en nosotros como el Señor. Mientras estudiamos la Escritura y escuchamos Su voz nos volveremos conscientes y estaremos seguros de Su cuidado constante.
2. Se distrajo.El American Heritage Dictionary [Diccionario de la herencia americana] define «distraído» como «sufrir de emociones conflictivas; turbado». Cuando no hacemos tiempo para esperar delante de Dios, nos distraemos fácilmente. Nuestra perspectiva se distorsiona, nuestras emociones se agitan y se empieza a generar ansiedad. Marta encaja en esta descripción perfectamente.
Y no creas que Marta está sola en esto -todos estamos bien familiarizados con la distracción y la preocupación. Porque cuando dejamos de escuchar, nos empezamos a preocupar, y preocuparse es una ofensa seria hacia Dios. De hecho, decimos, «Yo no confió en ti, Señor». Pero cuando alabamos y esperamos en Dios, la preocupación rara vez es un problema, porque en la presencia de Dios recibimos seguridad de Su soberanía, sabiduría y cariño. A pesar de que las circunstancias permanezcan iguales, ahora tenemos una perspectiva eterna la cual remueve la preocupación del corazón y la reemplaza con paz.
3. Acusó y condenó a su hermana.No esperar en Dios ni escuchar Su voz normalmente culmina en crítica y comparación con los demás. Frecuentemente somos tentados a resentirnos con los demás, particularmente si parecen ser «más espirituales». Pero si somos honestos, admitiremos que a veces reaccionamos pecaminosamente hacia otros en la misma manera que Marta reaccionó hacia María. Lo que esto revela, entre otras cosas, es que no hemos estado esperando en Dios.
Me conmueve la forma en la que Jesús le respondió a Marta. Pudo haberse puesto de pie y dicho, «¿Tienes alguna idea de a Quién Le estás hablando? ¡Cómo te atreves a ordenarme! ¡Yo te creé!» En lugar de eso, Él Se sentó ahí, esperó hasta que ella terminara de revelar su corazón pecaminoso, y simplemente dijo «Marta, Marta».
(Por cierto …si el Señor usa tu nombre dos veces, prepárate para la reprensión. Es tiempo de acomodar el respaldo y regresar la mesa a su posición original).
«Afanada y turbada estás con muchas cosas», le dijo Jesús. «Pero sólo una cosa es necesaria. María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada".
Por favor nota que Jesús no fue empático con Marta. A pesar del entusiasmo con el que ella le sirvió, Él no justificó su actitud en lo más mínimo. Porque aunque el servicio de Marta fue entusiasta, no fue dirigido por el Espíritu ni motivado por la gracia de Dios. Más bien fue una obra de la carne, la cual puede atrapar al cristiano en legalismo no fructífero y en obras muertas. Muy a menudo el resultado es frustración inducida por uno mismo, enojo y desánimo.
Una vez que hemos sido reconciliados con Dios a través de la persona de Cristo y Su obra terminada, es importante que cultivemos una relación con Dios practicando las disciplinas espirituales (adorar, orar, estudiar la Escritura, etc.). En esto, no debemos empeñarnos en imitar a Marta, sino a María, quien, en las palabras de Cristo, escogió «la buena parte, la cual no le será quitada». Imitar a María en su devoción al Señor no sólo es escoger la buena parte, sino es escoger lo que es eterno.
Un enfoque radicalmente diferente
¿Qué se necesita para agradar a Dios? ¿Para conocerlo de forma más íntima? ¿Para discernir Su voluntad? ¿Para servir a Su propósito? Primero, se necesita un corazón que escucha, porque el discipulado comienza contemplando, no actuando.
Si no estás escuchando regularmente la voz de Dios, pregúntate a ti mismo, «¿Estoy haciendo tiempo para escuchar?» Si tu horario revela que no has hecho el escuchar una prioridad, no te debería sorprender que no tengas encuentros frescos e íntimos con Dios.
Escuchar requiere pasar tiempo sin prisas, sin interrupciones, sin distracciones, esperando en Él (Jesús nos enseñó a buscar un cuarto donde podamos ir y cerrar la puerta). Sin embargo, muchos cristianos consideran orar un tiempo para hablar con Dios, sin escuchar. Pero Él tiene mucho que decirnos, y sólo podemos oírlo si escuchamos en vez de hablar.
En el otro extremo, podemos volvernos excesivamente intensos, tratando de hacer que Dios hable. Mientras esperas, Él hablará. Él ha prometido hablar. Él es un Dios comunicativo Quien busca enseñar. Recuerda, nosotros no descubrimos a Dios; Él Se reveló a nosotros. No hay ninguna renuencia de
comunicación que tengamos que vencer con nuestro propio esfuerzo -como si estuviese en nuestro poder.
Un aspecto primordial de escuchar involucra la lectura y el estudio de la Escritura. Yo creo que el Espíritu Santo desea aplicar partes específicas de la Escritura a la vida de cada cristiano diariamente. Ésta es una de Sus formas principales de comunicarse con nosotros -si somos espiritualmente saludables- deberíamos ser capaces de identificar verdades claras en la Biblia que el Señor nos está revelando o enfatizando. A través de la Escritura, la Creación, la iglesia, y por Su Espíritu, Dios llena al mundo con Su voz. El único problema es, «¿Estamos escuchando?»
Entonces dejemos que el ejemplo del Señor capture nuestra atención (Marcos 1:35), y no sólo en los aspectos prácticos como leer la Biblia en un año u orar 30 minutos al día (por buenas que sean estas disciplinas). Seamos conscientes también de que Dios ha hablado a través de Su Palabra escrita y desea hablar por Su Espíritu. Tenemos la oportunidad de escuchar la voz de nuestro Padre —llena de sabiduría, dirección, y afecto- si simplemente dedicamos nuestro tiempo a escuchar y esperar en Dios.
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