LA ENTREPLANTA
Título original: The Mezzanine
Primera edición: noviembre, 2018
© del texto: Nicholson Baker, 1986, 1988
© de la traducción: Ce Santiago, 2018
© de la presente edición: Editorial Humbert Humbert, S.L., 2018
Diseño de cubierta: Duró Studio
Ilustración de interiores: Laura Moreno
Publicado por La Navaja Suiza Editores
Producción del ePub: booqlab
Editorial Humbert Humbert, S.L.
Camino viejo del cura 144, 1.º B, 28055 – MADRID
http://www.lanavajasuizaeditores.com
ISBN: 978-84-123059-7-5
IBIC: FA
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And yes I said yes I will Yes.Siete notas sobre La entreplanta, por Patricio Pron AND YES I SAID YES I WILL YES. SIETE NOTAS SOBRE LA ENTREPLANTA Patricio Pron
LA ENTREPLANTA LA ENTREPLANTA
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
EPÍLOGO, por Ce Santiago
AND YES I SAID YES I WILL YES. SIETE NOTAS SOBRE LA ENTREPLANTA
Patricio Pron
«¿Quieres que te cuente todas las cositas que se me pasan por la cabeza, sin dejarme ninguna?», pregunta la mujer al otro lado de la línea en Vox (1992), el episodio de sexo telefónico que conforma la tercera novela de Nicholson Baker (Nueva York, 1957). La respuesta de su interlocutor es, por supuesto, que sí; y, aunque en Vox da pie a la fantasía de una orgía en un circo y a una escena de seducción en la que desempeña un papel eminente el aceite de oliva y la limpieza de cañerías, la pregunta y su respuesta pueden ser vistas también como el punto de partida de toda la literatura del autor, comenzando por La entreplanta (1988), su debut literario. Más que ningún otro escritor de su generación, Baker exige de su lector un rotundo «sí» por respuesta para que su obra funcione, una entrega total y absoluta como la de Molly Bloom al final de Ulises de James Joyce –posiblemente el libro que funda la genealogía de los escritores más radicales del siglo XX a la que Baker pertenece por derecho propio– porque, cuando pregunta a su lector si este quiere que le cuente «todas las cositas» que se le pasan por la cabeza, el autor de La entreplanta no está bromeando: va a contarle absolutamente todas ellas, y son muchas.
Paul Valéry repudió la novela con el argumento de que esta debía forzosamente incluir frases como «la marquesa salió a las cinco», que le parecía una trivialidad; Antón Chejov, por su parte, exigía que, si en el primer acto de una obra teatral se hacía mención de un rifle, en el siguiente el rifle fuera disparado. No existen los hechos insignificantes en literatura; y la novela del siglo XX –que, en ese sentido, es profundamente chejoviana– lo demuestra, también La entreplanta. ¿Qué narra la novela de Baker? Un joven empleado de oficinas llamado Howie aprovecha la pausa del almuerzo para comprar un par de cordones para los zapatos, come unas palomitas de maíz, un perrito caliente y una galleta, bebe un poco de leche, hojea una edición de bolsillo de las Meditaciones de Marco Aurelio, regresa a la oficina: eso es –trágica, hilarantemente– todo.
Y sin embargo es más que suficiente; de hecho, a Baker le alcanza –y le sobra– para poner de manifiesto muchos de sus talentos, como una percepción extraordinariamente aguzada de los detalles, un sentido notable del ritmo de la frase y de las posibilidades cómicas de la historia y una capacidad excepcional para convertir el flujo de conciencia del obsesivo, hiperracional Howie en algo que resulta próximo al lector, algo que abandona el ámbito privado –el interior del interior de la mente del personaje– para convertirse en un cierto tipo de experiencia extrema pero común con la que el lector puede identificarse, como su imagen en un espejo.
Nicholson Baker es considerado habitualmente un miniaturista: por una parte, sus novelas están repletas de pequeños detalles muy bien observados, como el de que las pajitas de plástico tienden a flotar sobre la bebida, el de la conveniencia de que la apertura de los cartones de leche conforme un pico que facilita el derramado o el de que la basura se acumula siempre en la parte superior de las escaleras mecánicas, y no en otro sitio. (Todos los ejemplos provienen de La entreplanta ). Por otra parte, sus obras suelen «desarrollarse» –no es completamente correcto que las novelas de Baker se «desarrollen» en ningún sentido– en un espacio de tiempo reducido: una hora en La entreplanta , unos pocos minutos en los que el narrador sostiene en brazos a su hija en Temperatura ambiente (1990), algunos instantes en Una caja de cerillas (2003), unas horas en Vox. Sam Anderson observó, en la entrevista que le realizó para The Paris Review en 2011, que «lo que oculta el tono jovial de Baker es la convicción defendida apasionadamente de que deberíamos honrar los detalles de nuestras vidas más que ser arrastrados por extrapolaciones y abstracciones»; pero el hecho es que, aunque esto es parcialmente cierto, la literatura del estadounidense posee un alcance mayor del que correspondería a la de un miniaturista: al escribir acerca del tránsito del envasado de la leche en botellas a su venta en cartón, sobre la conversión de los lugares de trabajo en espacios revestidos de moqueta por defecto o el surgimiento del sexo telefónico, Baker apunta a la conformación de una antropología urbana y muy personal cuyo mensaje es que, por insignificantes que parezcan a simple vista, todas estas pequeñas novedades suponen cambios significativos en nuestra percepción y en la relación que establecemos con los objetos y, de forma más amplia, con el mundo. Uno de los méritos más notorios y desconcertantes de La entreplanta es que en ella se fundan simultáneamente dos regímenes de distinto orden, el de un puñado de experiencias que no vuelven a ser las mismas después haber sido descriptas hasta su (aparente) extenuación –es improbable que el lector vuelva a atarse los zapatos o se enfrente a unas escaleras mecánicas del mismo modo en que lo hacía antes de haber leído esta novela– y el del sujeto que las evoca, en este caso el melancólico, obsesivo, Howie del que al final del libro no sabemos paradójicamente nada aunque nos lo ha contado todo.
A pesar de la aparente trivialidad de los pensamientos con los que personajes como Howie se entretienen en sus libros, la literatura de Baker se hace una pregunta muy poco trivial, la de cómo comprender cuál es el sentido de ciertas experiencias sin recurrir a generalizaciones. Jorge Luis Borges se negó a escribir alguna vez una novela afirmando que «una obra de trescientas páginas no puede prescindir de ripios, de páginas que sean meros nexos entre una parte y otra». Baker, en cambio, parece interesarse únicamente por esos nexos, los «ratos muertos» entre hechos «trascendentes» –y deliberadamente omitidos– que constituyen el contenido casi excluyente de sus libros y su muy particular aproximación al problema del conocimiento, que para el autor no está escindido del «poder alimenticio» de las percepciones más insignificantes cuando estas son vistas «al microscopio» y de la desestabilización producida por la emergencia de la vulgaridad como tema primordial del entretenimiento y la comunicación contemporáneos. Como afirma Ross Chambers en relación con
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