Fiódor Dostoyevski - Los Hermanos Karamázov

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"Los hermanos Karamázov" fue publicada por primera vez, como una serie, entre 1879 y 1880. Fue la última obra del escritor ruso Fiódor Dostoyevski (1821-1881), y es considerada como su mejor novela y, también, la más importante.Se desarrolla en torno al parricidio de Fiódor Pávlovich Karamázov y los cuestionamientos íntimos y comportamientos de sus tres hijos: Dimitri, Iván y Alekséi, en torno a temas como la culpa, la moral, los debates éticos con Dios y el libre albedrío.La novela, de importante carácter filosófico y psicológico, está ambientada en la Rusia del siglo XIX y, como caracterizó al trabajo de Dostoyevski, se enfoca en la exploración de la calidad humana a través de las emociones, el amor, el egoísmo y la creencia de la purificación del ser a través del sufrimiento."Los hermanos Karamázov", aquí presentada, ha sido analizada, citada y aclamada por respetados escritores, críticos e intelectuales desde su publicación hace casi 150 años.

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—¡Mentira!

—¿Eh?

—¡Mentira inicua! Eso podrá parecer verosímil, pero, en realidad, es falso —rugió Dmitri—. No voy a pretender justificar mis actos. Sí, confieso públicamente que me he comportado mal con ese capitán. Me arrepiento de lo que hice, y deploro la cólera que me cegó en aquel momento. Pero sepan ustedes, señores, que ese famoso capitán es el encargado de los negocios de mi señor padre, y que fue a casa de esa señora a quien él llama hetera, y le propuso, en su nombre, que se hiciese cargo de los recibos que yo le he firmado y los llevase a los tribunales para que me metiesen en la cárcel, en caso de que yo le importunase mucho pidiéndole el arreglo de nuestras cuentas. Y es usted —añadió, mirando a su padre— quien me reprocha la inclinación que yo siento por esa señora, usted, que es quien le sugirió la idea de atraerme hacia ella... Sí, ella misma me lo ha confesado, burlándose de usted... Más aún: usted la fastidiaba con sus galanteos y protestas de amor, y ahora, por celos, quería usted deshacerse de mí haciendo que me llevaran a la cárcel. Sí, señores, sí, también ella me ha contado eso. ¡Ahí tiene usted, santo varón —prosiguió, volviéndose hacia el starets—, qué clase de hombre es ese que predica la moral de su hijo!... Perdónenme todos la vehemencia, la cólera con que me explico... Vine aquí con la mejor intención, dispuesto a perdonar y a pedir perdón si mi padre me tendía la mano. Pero, lejos de hacer eso, ha ofendido a una noble criatura, a una joven cuyo nombre no me atrevo siquiera a pronunciar delante de él: por eso me veo obligado a desenmascararle públicamente, aunque sea mi padre...

No pudo continuar, sus ojos despedían relámpagos. Respiraba fatigosamente.

Los demás se sentían conmovidos. Todos, excepto Zossima, se habían puesto de pie.

Los monjes miraban gravemente al starets, esperando que hablase.

Zossima estaba palidísimo, y de su boca irradiaba una dulce sonrisa.

De tiempo en tiempo, había levantado las manos durante la controversia, como para apaciguar a los litigantes, y, probablemente, una palabra suya hubiese hecho cesar aquella escena; mas parecía que estuviese esperando alguna cosa, y miraba fijamente, a uno y a otro, como si tratase de convencerse de algo que le permitiese formarse una opinión bien fundamentada.

Miúsov fue quien habló primero.

—En este escándalo —dijo—, todos tenemos una parte de responsabilidad. Mas confieso que al venir hacia aquí no esperaba tal ignominia, a pesar de que sabía con quién iba a habérmelas... ¡Es preciso que termine este estado de cosas! Yo, santo padre, ignoraba los particulares que todos acabamos de oír... o, al menos, no quería creerlos... ¡Un padre celoso de su hijo, a causa de una mujer de malas costumbres, y que se pone de acuerdo con ella para mandar al hijo a la cárcel!... ¡Qué horror! ¡Oh! ¿Debo estar engañado? ¡Sí, debo estar engañado!

—¡Dmitri Fiódorovich! —gritó con voz ronca Fiódor—. ¡Si no fueses mi hijo, te provocaría a un duelo... a pistola, a tres pasos... y teniendo las puntas de un pañuelo!... ¡Sí, con solo un pañuelo de por medio! —repitió, pateando.

Dmitri arrugó el entrecejo y miró con desprecio a su padre.

—Pensaba —dijo, con voz dulce—, soñaba con volver a mi país con el ángel de mis amores, con mi prometida, y soñaba también con que los últimos días de este anciano... Mas no; veo que es imposible, ya que en lugar de un padre venerado me encuentro con un hombre disoluto, inmundo, convertido en vil comediante.

—¡Duelo a muerte! —exclamó de nuevo Fiódor, como si continuase su discurso anterior, y esputando saliva a cada palabra que hablaba—. Y usted, Piótr Aleksándrovich, sepa que en toda su ascendencia difícilmente se encontrará con una mujer tan honesta como esa, a la que ha osado calificar de malas costumbres... Y tú, Dmitri, ¿no has sacrificado tu prometida por esa otra bella criatura? Eso significa que tu novia, ante tus mismos ojos, no vale ni la suela del calzado de la otra.

—¡Qué infamia! —dijo de improviso otro de los monjes, el padre Jossif.

—¿Por qué vive un hombre semejante? —murmuró, como en un sueño, Dmitri Fiódorovich—. Díganme, ¿se puede permitir que siga contaminando la tierra que pisa...?

—¿Han oído ustedes? ¿Han oído ustedes, señores, a este parricida? —repuso Fiódor—. ¡Esa es la infamia, padre Jossif!... ¡Y de qué calibre! La “vil criatura” a que Miúsov se ha referido... Esa a la que él ha calificado de “mujer de malas costumbres”, es, tal vez, más santa que todos los que aquí piensan en la salvación de su alma solamente. Sí, porque... ¿quién sabe? Es el ambiente en que vivía lo que la hizo pecar durante su juventud. Pero esa mujer “ha amado mucho” y sabido es que Jesucristo perdonó a los que mucho amaron...

—No es esa clase de amor el que perdonó Jesucristo —replicó, ingenuamente, el buen padre Jossif.

—Sí, señor monje —repuso Fiódor—, por esa clase de amor fue. Ustedes se creen justos pensando aquí en la salvación de sus almas, comiendo berzas.

—¡Esto es demasiado! —exclamaron todos a un tiempo.

Esta escena violenta tuvo un final inesperado.

Zossima se levantó de improviso, y Aliosha, no obstante el miedo que le dominaba, tuvo la presencia de espíritu de sostenerlo por un brazo.

El monje se dirigió hacia Fiódor Pávlovich, y se arrodilló delante de él.

Aliosha, al principio, creyó que el anciano se había caído a causa de su debilidad, pero no era así.

Cuando estuvo Zossima arrodillado, saludó a Dmitri inclinándose hasta tocar el suelo con la frente.

Aliosha estaba tan sorprendido que ni siquiera pensó en sostener nuevamente al viejo cuando este se levantó.

Una débil sonrisa entreabrió los labios del starets.

—¡Perdónense!... ¡Perdónense todos recíprocamente! —dijo, mirando con dulzura a sus visitantes.

Dmitri Fiódorovich permaneció un instante como petrificado... ¡Cómo!... ¡Saludarle a él!... ¡Inclinarse, humillarse ante él!... ¿Qué significaba aquello?

—¡Dios mío! —exclamó de repente.

Y escondiendo el rostro entre sus manos se precipitó fuera de la estancia.

Todos los visitantes le siguieron, sin cuidarse siquiera de despedirse del viejo Zossima.

—¿Qué significa ese saludo tan profundo? —murmuraba Fiódor Pávlovich visiblemente turbado, pero sin volverse hacia ninguno de los otros.

—¡Caterva de imbéciles! —exclamó Miúsov, con voz alterada—. ¡De todos modos, haré por librarme de su dañina compañía, Fiódor Pávlovich... y puede usted creerme! ¿Dónde está el monje que nos invitó a almorzar con el superior?

Precisamente en aquel momento venía el monje al encuentro de los invitados.

—Le ruego que me excuse ante el padre superior —le dijo—. Soy Miúsov. Dígale que circunstancias imprevistas me impiden tener el honor de compartir el pan con él, no obstante mi sincero deseo...

—Esa “circunstancia imprevista” soy yo —dijo rápidamente Fiódor Pávlovich—. ¿Comprende usted, padre? Es por mí, que Piótr Aleksándrovich no quiere quedarse... Mas, no tema: puede usted ir a almorzar tranquilo... ¡Buen apetito y buen provecho! Soy yo quien se marcha... ¡A casa! ¡A mi casa, sí!... Allí comeré, seguramente. Aquí no podría hacerlo, mi querido pariente.

—¡Yo no soy pariente suyo, no lo he sido nunca, no quiero serlo!

—Lo he dicho justamente para ofenderle ¡Ah! Desdeña el honor de ser pariente mío, ¿verdad? Pues no lo es menos por eso... ¡Se lo probaré! En cuanto a ti, Iván, puedes quedarte; luego te mandaré el coche. Conviene, Piótr Aleksándrovich, que se quede a almorzar aquí. Vayan a pedirle perdón por esta fuga desordenada...

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