Sebastián Vizcaíno - Breves fragmentos de un azul

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Novela narrada a dos voces en donde el relato de un paciente y la de una psiquiatra se contrastan mostrando versiones distintas en una unidad de salud mental, por un lado, y mundo onírico por el otro. Donde el protagonista conocerá personas extraordinarias, y una mujer de ojos azules que cree reconocer desde su cordura. Llegando a un punto donde las historias convergen y quedará en duda que es lo real. Locura, amor, desesperanza, son temas recurrentes en la obra, así como cada vivencia de un paciente contadas en términos médicos y a manera de cuentos fantásticos.

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Sebastián Vizcaíno

Breves

fragmentos

de un azul

Breves fragmentos de un azul Primera edición Enero 2021 De esta edición Luna - фото 1

Breves fragmentos de un azul

Primera edición: Enero 2021

©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L

© Del texto 2020, Sebastián Vizcaíno

©Edición: Elizabeth S.B

©Portada e ilustraciones: Milton

©Diseño Creativo: Antonella Jara.

©Maquetación: Gabriel Solórzano

Todos los derechos reservados.

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www.edicioneslunanueva.com

Luna Nueva Ediciones.

Guayas, Durán MZ G2 SL.13

ISBN: 978-9942-8838-5-8

ISBN DIGITAL:978-9942-8838-4-1

Tú debes ser uno de los más

fosforescentes magentas

dorado salmón violeta

profundo azul oscuro que vi.

MARLEY MUERTO

I

Cada día pesan más las letras; me cuesta mover mis dedos por el teclado para editar el artículo de hoy. No puedo hacerlo más, me bastaría con escribir: «La guerra, el deseo de poder, la corrupción y la maldad no parecen terminar». Pero no. Hay que dedicarle hojas y hojas como si fuera algo normal, como si cumpliera con mi deber escribiendo una nota de actualización acerca de cómo se está pudriendo el mundo. Las notas dedicadas a héroes, a lo bello y conmovedor, me cuestan menos; puede ser porque no debo hacerlo a diario, sino una vez por semana. Quizá algún día no tenga más notas por escribir y me bastará con poner: «La bondad, lo bello, existe; pero parece no ser suficiente».

Termino mi jornada laboral. Pienso ir por un café y luego a casa. Inserto mi tarjeta de identificación en una vieja máquina, se escucha un breve clic. Monto mi bicicleta, tomo impulso y dejo atrás el trabajo. Únicamente me despido del guardia.

Tardo veinte minutos en llegar a una cafetería. Aquí uno entra, se calienta los dedos y la garganta, y se queda pensativo un tiempo, hasta que el combustible negro sea asimilado. A unos les dura más que a otros. Imagino que por la mente de los demás clientes ocurre algo fuerte, mágico, capaz de sacarlos de la realidad; se dan un respiro antes de regresar a la cotidianidad. O quizás no… En fin, para mí, además de la paz que esta cafetería ofrece, sirve un buen café, aunque últimamente todo me sabe a lo mismo.

Llego a casa. Arrimo la bicicleta a la pared. Ha llovido un poco. Me quito con dificultad la ropa mojada; no quiero bañarme para no pasar frente al espejo, solo deseo ir directamente a la cama. Hoy no quiero cenar, no quiero hacer nada en realidad. Apago todas las luces de la casa.

Me despierto tres veces en la noche, como ya se ha vuelto costumbre. Nunca logro acordarme completamente de mis sueños, pero sé que algo está pasando conmigo mientras duermo. Se me ha ocurrido comprar una libreta de sueños, pero no he conseguido anotar nada hasta la fecha. Me imagino que ahí, en ese espacio que no logro recordar, debo correr, llorar o reír, conversar con alguien, no lo sé. Suelo despertarme con lágrimas en los ojos, con una sonrisa o hablando solo, completamente solo, porque en esta casa nadie se queda a dormir.

Un día más. Me cuesta levantarme, el cuerpo me pesa. Luego, al tomar la bicicleta, el peso se va hacia las piernas. Cuando llego a mi oficina, se muda a mis dedos. Así pasa otro día de trabajo, al que le sigue una nueva visita a la cafetería.

Una chica sale bailando del local, de felicidad quizá. Por poco chocamos. Me mira, pero la esquivo y sigo de largo, no la regreso a ver. Últimamente no soporto ni siquiera mis propios ojos en el espejo, a veces siento que quien regresa la mirada no soy yo. Entro, pero siento que la mirada de la chica me invade desde la nuca.

Voy a casa pedaleando tan rápido como puedo; desde que sentí cómo esa mirada se me clavaba, parece que no puedo huir de los ojos de los demás. Pedaleo y me meto entre el tráfico para evitar cual-quier contacto visual; sin embargo, siento cómo los ojos de todos están siguiéndome.

Por fin llego. Respiro profundamente y me concentro en un gorrión que vuela sobre mí. Cierro los ojos e imagino que ahora soy yo el que ve un humano desde arriba. Me cuesta abrir la puerta, me tiemblan las manos. Entro a casa, corro las cortinas, aseguro la puerta y apago las luces. Me quedo a oscuras; aunque le tengo miedo a la penumbra, le temo más a la posibilidad de que alguien me esté observando en silencio. Hoy decido dormir en el piso para que nada pueda esconderse debajo de mi cama.

Me despierto agitado, sudoroso, era de esperarse. Desayuno un vaso de leche. Mi corazón todavía late rápido cuando tomo mi bicicleta. Empiezo a pedalear y no logro equilibrarme de inmediato; parece que todo da vueltas y me tiemblan las piernas.

He decidido salir más temprano del trabajo e ir rápidamente a la cafetería. Estoy emocionado y el corazón sigue latiéndome a mil por hora. Pregunto a varios clientes si no han visto algo raro hoy. Lo hago algo ansioso, me ven extrañados y los comprendo: no suelo ser así, al menos no con ellos. Responden que no. Nadie me responde lo que quiero oír.

Veo que se acerca la mesera y pienso pedir algo diferente al café de todos los días para justificar una plática y sacar a colación la misma pregunta que he hecho a los clientes. Ella es una chica muy joven, parecería que aún no se ha graduado del colegio; viste de manera sencilla y me muestra una sonrisa cálida y tierna.

—¿Estás bien? —Me pregunta mientras agita su delicada mano frente a mi cara.

—Sí, solo estaba decidiendo qué pedir.

—¿No vas a ordenar lo mismo de siempre? Qué raro —dice mientras encoge los hombros.

Tomo aire para hablarle de manera jovial. Soy bueno con las letras o, más bien, con la escritura, pero hablar siempre me ha costado. ¿Seré malo con las letras, entonces?

—Quizás tome un café. —Intento disimular mi excitación—. Aunque no hay nada raro en pedir un té... Hablando de cosas raras, ¿has notado algo extraño hoy? La gente, el sabor de las cosas, el clima quizá. ¿Has visto algo peculiar hoy?

—No. No lo creo, a más de que entraste muy entusiasmado, casi tanto como una chica de ayer —dice la camarera mientras me guiña el ojo izquierdo—. Nada más. Te sirvo tu café enseguida.

—Té —le corrijo.

—Perdón, té. La costumbre —dice mientras juega con su cabello como si estuviera apenada por su error.

Me siento extraño, se me hace un nudo en la garganta que hasta me dificulta beber el té. Pienso en mi vida, en que me he convertido. Aquí estoy, buscando a alguien sin saber la razón; quizá es un pretexto para distraerme un rato. No lo creo. Hay algo en esa mirada. Si una mirada puede causar tanto, entonces yo no he dejado la más mínima huella en la gente, huyendo de los ojos de los demás. Nadie me conoce, quizá solo por mis artículos, que además no tienen mi nombre sino seudónimos, porque vivo con el miedo de sacar algo a la luz en el momento menos apropiado y entonces no volver a escribir más. Quizá deba dejar de hacerlo. Siento cómo las lágrimas se me acumulan en los ojos, parpadeo y soy consciente del rastro frío y salado que dejan en mis mejillas. Bebo mi té despacio. Pago y le dedico una sonrisa a la mesera.

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