Noelia Santarén - Galantus Nivalis

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Ha llegado el momento de celebrar el Pacto de la Continuidad en el Mundo de Siddhe y Ópula es la elegida para llevar a cabo esta tarea. Gracias a su esfera de la permanencia será capaz de viajar por las
múltiples dimensiones que forman los reinos del otoño, del invierno, de la primavera y del verano para encontrar el elemento que energizará la Vara del Tiempo. Una vez lo consiga, deberá entregarla al Taquión del corazón, situado en la Ciudad de Cristal. La protagonista se cruzará con obstáculos que la pondrán a prueba durante su misión. Entre estos, el Señor del Olvido será el rival más fuerte, pues no la persigue a ella, sino a su amiga Clara, la cual se verá inmersa en una carrera contra el tiempo para recuperar un recuerdo de vital importancia. La aventura de Ópula y Clare está rodeada de champiñones pomposos, hadas del agua, loreleis locas, pillywiggins parlanchines, pixies, nixies, mundos de ensueño, ciudades bajo tierra y, sobretodo, recuerdos olvidados en forma de orbes de luz.

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—Bien. Como ya estamos en el Reino del Otoño, no te será necesario ningún elemento fractal. Yo misma pensaré en el lugar al que te quiero enviar y te proyectaré hacia allá. Una vez finalices tu trabajo simplemente deberás conectarte con la puerta o vórtice energético que habré creado y regresar. Cuando estés de vuelta me encargaré de sellar la puerta debidamente. Una puerta es un lugar de salida y de entrada, nunca se sabe lo que puede pasar dejándola sin vigilancia. ¡Ah, por cierto! —exclama dándose un gracioso golpecito sobre su frente—, casi me olvido. Te quiero presentar a un muy buen amigo.

La reina emite un sonido un tanto extraño con la lengua y al instante entra en la sala un champiñón lleno de pecas. Lo curioso es que las pecas no las tiene en la cara, situada en el tallo o pie, sino en la parte del sombrero.

—Este es Diantyhus.

—Hola, soy una tukta y me llamo Ópula.

—Encantado de conocerte, yo soy Diantyhus, el boletus pecosus y pertenezco a la familia de los Crocus. Mi familia ha sido la encargada de velar las bibliotecas asociadas al reino dévico desde siempre. No creas que nos pasamos el día plantados en medio del bosque, como champiñones vulgares —el boletus gira todo el cuerpo para mostrar su desacuerdo—, oh, no, no somos champiñones, es un error confundirnos con ellos. Yo soy un boletus pecosus que, repito, no tiene nada que ver con un champiñón.

—La apariencia es parecida —se atreve a opinar Ópula. Diantyhus emite un chasquido que sale de alguna parte de su tallo.

—Meras apariencias, sólo los tontos se dejan llevar por las superficialidades. Los Crocus no somos champiñones.

La reina interviene con tiento.

—Técnicamente, mi querido y sabio Diantyhus, los boletus y los champiñones son del mismo reino: fungi.

—Cierto, pero ellos pertenecen a la familia de los Agaricaceae y nosotros a la de los Crocus. Es muy distinto, majestad —el boletus levanta su sombrero para darle énfasis a sus palabras— muy, pero que muy distinto.

La reina le guiña un ojo a Ópula, divertida.

—Bien, hechas las presentaciones, podemos ir creando el vórtice energético para la proyección fractal. ¿Estáis preparados? —Ópula y Diantyhus exclaman un fuerte ‘sí’ y los tres se encaminan hacia las urnas.

La reina se sitúa frente al lugar donde estaría la urna del otoño y cierra los ojos durante unos minutos, concentrándose. Realiza unas cuantas respiraciones, abre los brazos como si fuera a abrazar a alguien y traza con las manos unos movimientos en el aire. A continuación, se forma en medio de la sala un agujero que flota a tres palmos del suelo. Es transparente, como si estuviera hecho de agua.

— ¡Ya está! —exclama, alegre—, ya he creado el vórtice a través del cual iréis al lugar que he elegido. Diantyhus ya lo conoce —el boletus mueve el sombrero en señal de aprobación—. Se trata del pantano de las hojas caídas. Y ahora si me disculpáis, me temo que tengo deberes que requieren de mi presencia, por mucho que esté disfrutando de este momento.

La reina se acerca a Ópula y, acariciándole los cabellos, le ofrece una varita de cristal de unos 10 centímetros que se funde con su esfera de la permanencia.

—Mantenla ahí. En cuanto encuentres la fuerza para energetizarla, brillará. Confío en ti, pequeña, si dudas, deja que tu luz te guíe.

Diantyhus coge la mano de Ópula y ambos se introducen en el vórtice energético para proyectarse hacia el pantano de las hojas caídas.

LAS LARVAS ENCUENTRAN A CLARA

Las larvas crean un vórtice a través del cual proyectarse para encontrar a la causante de la lucecita que se veía en el mapa de los pensamientos del Señor del Olvido. No pueden permitirse más lucecitas. Hay demasiadas ya y empieza a ser un peligro. Se materializan en una casa adosada. Observan a su alrededor, están en el mundo de los humanos. En ningún otro mundo las noches estrelladas de luna llena son tan bellas. Eso lo saben, son tan y tan viejas que han viajado por todo el universo. La mujer cuya luz brilla en el mapa con más intensidad de la habitual duerme en su habitación. Es una habitación espaciosa, con una chimenea, un baño, un secreter, un sofá minúsculo y una ventana con un pie de banco para poder sentarse y observar el jardín.

Las larvas se acercan a la mesita de noche y comprueban que es una mujer adulta. Es raro, normalmente suelen ser jóvenes. Tiene el pelo castaño y lo lleva por encima de los hombros. Duerme con serenidad. Ven su cuerpo de luz envolviéndola y tienen que cerrar los ojos ante el brillo. Se relamen. Es hora de comer, se aproximan a ella y golpean al unísono esa burbuja de luz mientras luchan por crear una brecha.

Al cabo de mucho esfuerzo y sin apenas haber logrado hacer un pequeño agujero, una de ellas observa la muñeca derecha de la mujer. Lleva un brazalete de ónix negro. Si la larva hubiera podido maldecir, lo habría hecho, pero sólo puede observar y obedecer órdenes. Lo que ve una de ellas también es visto por su Señor del Olvido.

—Vaya, vaya —aprecia el Señor del Olvido en su cueva del pliegue del tiempo—, de modo que esta mujer conoce las propiedades de algunos minerales. Ónix negro, qué lista, la piedra de la protección energética—. Adelante, mis niñas, ese brazalete apenas tiene fuerza. Ni siquiera se ha molestado en mantenerlo limpio y cargado. Estos estúpidos humanos, no saben que las piedras son mucho más que piedras y absorben cualquier carga que se les ponga delante. Sin una higiene óptima, pierden sus propiedades. Jajaja.

Cuando amanece, Clara abre los ojos y siente una extraña pesadez en todo su cuerpo. Le duele la cabeza como si un martillo le estuviera aprisionando ambas sienes y tiene ganas de vomitar. Lo peor de todo es que apenas posee fuerzas para ponerse en pie y encarar el largo día que le queda por delante.

—Ya es triste tener que salir de la cama cuando sólo anhelas regresar a ella. Estoy agotada, —murmura Clara mientras se sienta sobre el colchón y se aparta el flequillo de la cara—. Ha sido real. Ha sido real. Acabo de estar en el interior de un árbol. Había muchas estancias y estaban amuebladas. —Desliza una mano por la cabeza para despeinarse, abrumada—. Y he visto un champiñón que hablaba. También había una chica muy graciosa con el pelo color malva y tenía en la cabeza el mechón más tieso que he visto en mi vida. —Se tapa el rostro con ambas manos—. No estoy loca. Sé lo que he visto. —Aguanta unos minutos en esta posición tratando de serenarse. La mañana va cayendo lentamente sobre el jardín cubriéndolo de los tonos dorados típicos del otoño. Unas hojas corretean por el suelo persiguiéndose unas a otras y la brisa empieza a augurar los días de invierno.

—¿Qué me está pasando? —Suspira con resignación y se rasca los ojos para espabilarse. El trayecto de su cama hasta la ducha se le hace kilométrico—. Venga, Clarita, te sentará bien un poco de agua y una buena taza de café bien cargado. O dos.

Al sentir el chorro de agua cayéndole sobre la cabeza, suspira de nuevo:

—Puede que necesite tres.

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