Nieves Álvarez - Alicia en el país de la alegría

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El relato de Nieves Álvarez se vertebra en torno a los recuerdos de una niña para quien la vida, a pesar de lo sórdido de la época en que transcurre su infancia, es un jardín lleno de luz y de misterios. Con una gran habilidad, la autora construye un espacio lírico en el que la memoria fluye como un caudal narrativo que arrastra anécdotas, peripecias y vivencias de unos personajes zarandeados por el destino y su inclemente ventisca. (…) Nieves Álvarez realiza un ejercicio literario de recreación histórica a partir de sus propias experiencias vitales. Llegados a este punto, sospecho que la novela es, de algún modo, una confesión. (…) Alicia en el país de la alegría es una novela con muchísimos méritos. Una novela a la altura de las que nos regalaron otras grandes escritoras sobre la misma temática: Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Almudena Grandes, Josefina Aldecoa, Carmen Laforet… Quien se asome a sus páginas no se sentirá defraudado en ningún momento. Más bien al contrario. Hallará en ellas un laberinto de emociones y de experiencias humanas que son, que fueron o que pudieron ser las nuestras, o las de nuestros compañeros de viaje en la aventura de sobrevivir al franquismo. Nadie quedará al margen de esta historia. Todos formamos parte de ella en mayor o menor grado. Y ese es, ni más ni menos, el legado que nos dejan las gran- des obras de la literatura universal. (J. R. Barat)

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Pensar estas cosas me pone muy triste.

—¿Qué pasa, Pitusina?

—Que no quiero ir al manicomio ni al infierno, para siempre. ¿Tú crees que estoy loca y que soy mala?

—Por supuesto que no ¿quién te ha dicho eso?

—Mami. Dice que estoy loca y que todo lo hago mal.

—Tu madre lo dice cariñosamente. Quiere decir que eres un poco traviesa.

Menos mal que tengo a mi padre para interpretar lo que quiere decir mi madre.

—A ti lo que te pasa es que te has enterado de lo de la tía de Mari Loli, ¿a que sí? —asiento con la cabeza—. Pues no te preocupes, no voy a permitir que vengan a por ti para ponerte una camisa de fuerza y llevarte al manicomio. Tampoco te preocupes por el infierno, que allí no van a dejarte entrar, lo pondrías patas arriba, ¡menuda eres tú! Además, la eternidad se pasa volando, ¿lo ves?

Entonces mi padre coge un molinillo de viento y dice:

—Mira, Pitusina, ¿ves estas semillas de dientes de león?

—¿Dientes de león? ¿Se pueden sembrar los dientes de un león? ¿Cómo les quitan los dientes a los leones? Además, aquí no hay leones.

—No, Pitusina, no son dientes de león, son plantas.

—¿Si no son dientes de león, por qué les llamas dientes de león? Es que claro, así me hago un lío.

Mi padre me explica que los molinillos de viento se llaman así porque las hojas de la planta tienen forma de dientes de león. Luego sopla el molinillo y los dos observamos cómo las semillas vuelan por todas partes, sin control, hasta que desaparecen.

—Lo ves, eso es la eternidad: un movimiento continuo. Ahora, las semillas que han caído en la tierra, echarán raíces y nacerán otras plantas; de esas plantas surgirán nuevos molinillos de viento que volverán a deshacerse, cuando alguien las sople o las mueva el viento, para seguir volando y volando y volando. Nacen, mueren y vuelven a nacer. Esa es la eternidad. Una eternidad muy hermosa ¿no te parece?

Digo que sí y le doy muchos besos.

Mi padre explica las cosas como si fuesen cuentos. Bueno, pues lo mismo hace Sergio. Cuando habla parece que me está contando un cuento, pero no mentiras, sino historias que son verdad. Eso es lo que pasó ayer, cuando vio las estrellas con Mari Loli y conmigo. Mientras nosotras decíamos lo que veíamos (un niño, una campana, un huevo, un tren), él nos contaba historias de estrellas que forman figuras, constelaciones y caminos en el cielo: Constelación de Orión, Vía Láctea, Osa Mayor, Osa Menor. Mientras habla, a mí me parece que los tres estamos flotando por el universo. Esto también debe de ser la eternidad. Una eternidad que me gusta mucho.

Los ojos de Sergio brillan, se transforman, mientras nos cuenta cosas de las estrellas. Mari Loli dice que lo que pasa es que Sergio me hace tilín, que me gusta, vamos. Yo le digo que no, que eso es una tontería y me pongo colorada como un tomate. Pero, aunque diga que no, creo que Mari Loli tiene razón: me gusta mucho ver las estrellas con él, estar cerca, tan cerca que puedo aspirar su aroma. Huele muy bien y sabe mucho, casi tanto como mi padre, que ya es decir.

Esta noche he soñado con Sergio y las estrellas. Los dos, cogidos de la mano, flotábamos, éramos estrellas. Desde lo alto, nos podíamos ver a nosotros mismos, tendidos boca arriba sobre la hierba, contemplando el cielo. Y claro, como estábamos volando, quise buscar a mis abuelas. Quería preguntarles muchas cosas y darles los besos que no les he dado durante tantos años sin ellas. Pero no pudo ser, me desperté antes de encontrarlas.

Como es domingo mi padre está aquí, en casa. Me levanto, le doy muchos besos y abrazos y le cuento lo que he soñado, sin hablarle de Sergio, por supuesto. Mi padre, una vez más, me cuenta una historia:

—Cuando yo era pequeño, tan pequeño como tú, hablaba mucho con mi padre. Tu abuelo era sastre y un hombre bueno y trabajador. A veces, después de morir tu abuela, los dos nos sentábamos a la puerta de nuestra casa a mirar las estrellas y yo (como tú haces ahora conmigo) aprovechaba para preguntarle cosas que no entendía. Un día le pregunté:

Padre, ¿tú sabes dónde está madre?

Él me abrazó, miró hacia arriba, señaló una estrella, la más luminosa del firmamento y dijo:

Ahí, en esa estrella está tu madre.

Me gusta mucho lo que me está contando mi padre, tanto que lloro de alegría. Entonces, es verdad, mi abuela no está muerta, sigue viviendo en una estrella. Eso es estupendo.

—¡Qué alegría!, Mapa, pero... ¿cómo podemos verlas nosotros? —pregunto—; no las podemos ver ahora, así, mirando hacia arriba, ni tampoco las he podido ver mientras flotaba por el cielo en mi sueño. ¿Crees que podré verlas cuando me muera? ¿Yo también tengo una estrella, reservada para mí?

—Despacio, Pitusina, despacio. No puedo contestar a todas tus preguntas al mismo tiempo. Porque mira, ahora que soy mayor, que he leído mucho, sé que las estrellas también mueren, pero no sé adónde van y ya no está mi padre para poder preguntárselo. Nadie me ha podido responder a esa pregunta, nunca. Lo importante, Alicia —cuando mi padre me llama Alicia es que me va a decir algo muy serio—, es el tiempo que estamos aquí. Durante ese tiempo, que es nuestro tiempo, tenemos que ser honestos, trabajadores y no pasar por encima de los demás, ¡nunca! ¿Comprendes, Alicia?

Yo digo que sí, pero cuando mi padre habla en serio, no termino de comprender lo que dice.

—Mira, Pitusina, mira ¿quieres tener tu propia estrella?

—¿Mi propia estrella? Sí, Mapa, sí. ¿Es posible?

—Claro. Mira, esta noche, los dos juntos buscaremos en el cielo una estrella para ti. Tienes que fijarte muy bien, para poder buscar tu estrella siempre que quieras. Le puedes poner un nombre. Esa, la que tú nombres, será tu estrella.

—¿Así de fácil? El nombre de mi estrella será “Alegría”; ¿te gusta? Pero... ¿qué puedo hacer con mi estrella?

—Un nombre muy bonito, Pitusina. Cuando elijas tu estrella, podrás mirarla, acompañarla, sentirla, sonreír cuando la veas. Escribir historias en las que tu estrella será la protagonista.

—Oye, Mapa ¿tú tienes una estrella?

—Mi estrella es la estrella en la que dijo mi padre que vivía mi madre. Esa estrella me ha hecho mucha compañía. Sobre todo, cuando estoy solo y triste. Mi estrella se llama Estrella Polar, es la que más brilla.

—Tú no estás solo, Mapa, estás con nosotros. ¿Puedo compartir contigo la Estrella Polar?

Mi padre no contesta, yo creo que no me ha escuchado, está triste. Tal vez se acuerde de cuando murió su madre o su padre. Le doy un beso y él me toma del hombro. Yo coloco mi cabeza sobre su pecho y escucho cómo le late el corazón. Entonces sé que me quiere tanto, tanto, tanto, como yo lo quiero a él. Esa sí que es la eternidad que más me gusta de todas las eternidades que conozco.

Puede que un día, cuando sea mayor, lo comprenda todo y descubra adónde van las estrellas cuando mueren. Incluso, puede que ese día encuentre a mis abuelas.

A LA HORA DE COMER

En mi casa nunca sabemos cuántos seremos a la mesa a la hora de comer. Mi madre, por si las moscas, siempre echa al puchero un puñado más de lentejas, garbanzos, pipos, arroz o cualquier comida que piense poner al fuego para el primer plato. De segundo (somos muy afortunados, porque tenemos todos los días un segundo, lo que no sucede en todas las casas de mi pueblo) suele poner albóndigas, croquetas, empanadillas, tortilla; pescado o pollo solo los domingos. No siempre alcanza para todas las personas que nos sentamos a la mesa, pero mi madre lo arregla con un huevo, un trozo de chorizo, unas patatas fritas. El postre, casi siempre, es fruta: naranja, manzana, sandía, melón. Los días especiales hay natillas, flan, leche frita o bizcochos de soletilla con nata y confites muy pequeños, por encima. A mí, el postre que más me gusta es el flan con mucho caramelo. Además, cuando mi madre hace flan, también hace un caramelo para mí. Ese caramelo es el más rico de todos los caramelos ricos que he comido nunca.

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