1 ...6 7 8 10 11 12 ...21 En ese momento, el segundo medallón rodeó el cuello de Hadeo con fuerza, asfixiándole, obligándole a retroceder y caer al abismo que él mismo había creado, el chacal con alas era el símbolo de su traición, marcando su alma así como su piel mientras que sus gritos ante el dolor de sentir como arrancaban sus alas se expandió por el mundo.
— Uran sabes cuál es tu misión. Los nuevos patriarcas serán elegidos por el medallón, su marca será idéntica para sus dueños, excepto para sus demás hermanos, ellos solo serán marcados con el animal de poder.
Dividiéndose nuevamente, Uran llevó consigo la marca del lobo envuelto en llamas en su muleca derecha, Hadeo llevó consigo al chacal en su muñeca izquierda, dejando cuatro medallones al cuidado de sus guardianes más fieles, los Crock Novo en espera de la llegada de los tres al trono que dividirían el poder que tanto habían ansiado ese par de hermanos.
Fue entonces cuando el mundo de los cielos se separó, siendo el lobo, el delfín y el halcón, los tres animales que cuidarían de los cielos, mientras que en el inframundo, el chacal, el murciélago y el tiburón. En ese instante, todos comenzaron a ser marcados con el animal de su clan, separando a los aldeanos de los patriarcas. El dolor marcó a todos y sin excepción.
SEPARACIÓN
Marcados, separados por fuentes de poder, un distinto significado, distinta especie, Dios simplemente decidió no volver a intervenir, su corazón ya no resistió un duro golpe como ese, todo lo que amo estaba destruyéndose poco a poco por la ambición de muchos.
Uran cayó de rodillas, debilitado, mientras que el remolino del templo desapareció, sintiendo una sensación de vacío en el corazón —¡Padre! ¡Padre! —quiso escuchar su voz, pero todo fue en vano, habían dejado de escucharlo y con ello se dio cuenta que caminarían ciegamente por el mundo.
Cuando logró lentamente recomponerse y salió del templo, admiró la destrucción y el caos que habían ocasionado, su pueblo estaba destruido, las casas estaban hechas pedazos y la tierra comenzó a cerrarse lentamente.
Las mujeres llorando de rodillas, hombres tratando de sacar a algunos atrapados, los animales estaban descontrolados, el caos era parte de su reino y todo por culpa de su hermano, aquel hermano que siempre lo odio, aquel hermano que había dado muerte a su madre.
Caminó entre la multitud viendo los daños, viendo a mujeres que habían perdido a sus hijos, hijos que perdieron a sus padres y hermanos, tendría que volver a comenzar, comenzar un reino nuevo, pero esta vez con mano dura, no dejaría que su pueblo sufra las consecuencias de sus actos, no otra vez.
Con la idea de reconstruir un reino más seguro, Uran tomó el control absoluto de su reino siendo déspota y autoritario, cumpliendo la promesa que una vez se hizo, no volvería a ver a su gente destruida. El templo quedo intacto, pero construyó un reino a base de su propio sudor, sus lágrimas y su soledad, un reino donde las reglas se acatarían y que la traición solo se pagaría con la muerte.
Odotnet , su fiel guardián le acompañó todos los días, velando sus noches, velando por sus sueños, protegiendo su vida, tratando de mitigar la venganza del corazón de su protegido ya hecho hombre, apaciguando sus intentos de matanza, sabía que en un futuro Uran se enfrentaría a nuevas batallas y guerras, pero no podría saber a ciencia cierta si su protegido regresaría triunfante o derrotado, vivo o muerto o simplemente se mantendría alejado de las guerras.
Formando una guardia que proteja su reino, formando una escolta que resguarde su trono y sobre todo tratando de asegurar su corazón en altas murallas que nadie pueda tocar. Mudándose al que en un inicio fue el templo de Dios, convirtiéndole en un palacio de almas murallas, columnas anchas, habitaciones amplias, ventanales inmensos, mientras que en centro del jardín que su madre amo una vez, resguardaría la daga y el cofre con su vida, mientras que el poder de Dios corriera por su sangre, él llevaría a su pueblo a la victoria ante la guerra sin fin con el mundo del que fue una vez su hermano.
Su reino quedo en la parte más alta de la montaña, contrayendo murallas a su alrededor, para que ningún hermano pueda cruzar el umbral entre la vida y la muerte, entre la sanación y enfermedad, entre el recuerdo y el olvido y sobre todo entre la fe y la duda en sí mismos, aislándolos del mal de sus otros hermanos, escribiendo las reglas de su reino. Como consecuencia de su paranoia, escribió las reglas en la puerta del palacio, siete reglas, en total.
I. Cada domingo visitarás el templo
II. No pisarás fuera de los límites de tu reino
III. No tratarás de bajar a los mundos inferiores al tuyo
IV. Cada niño se enlistará en el entrenamiento militar
V. No desobedecerás las órdenes del patriarca.
VI. La traición y el asesinato serán condenados a muerte.
VII. Respetarás a tu madre y a tu padre.
Pasaron diez años, años en los que Uran había quedado atrapado entre su pasado y su venganza, siempre al atardecer observaba por la ventana de su palacio, como su gente comenzaba a iniciar nuevamente, pero las ansias de encontrar una puerta directa al infierno para obtener la vida de su hermano lo carcomía día a día.
—Creo que estas yendo demasiado lejos con todo este control Uran —expresó Odotnet, observándolo desde el quicio de la puerta, pero la respuesta de Uran fue solo un bufido.
—Y yo creo que los años están ablandándote —no dejó de ver por la ventana, apoyado en el umbral, con las manos detrás de su espalda.
—¡ Uran! —quiso continuar pero su protegido no se lo permitió.
—Creo que la conversación no nos llevara a nada positivo —Uran había creado un ejército para que resguardara su mundo del caos que podía llegar, estaba seguro que Hadeo no se rendiría como él tampoco, tomaría venganza como también le arrancaría el corazón.
Sin embargo, Hadeo había oprimido su resentimiento, pero no dejaba de pensar en una salida de ese mundo al que estaba condenado, pero en el transcurso de diez años su corazón encontró un breve momento de paz cuando una hermosa joven de cabellos lacios y rubios, mirada azul como el cielo obtuvo su amor, su corazón y apaciguo ese fuego de venganza. Su nombre era Pasifae , la bella y tierna Pasifae .
Al paso de unos años más, Uran se tranquilizó, Odotnet le ayudó a olvidar, pero los recuerdo siempre lo invadían de noche, dándole las peores pesadillas, para ello, su guardián lo acompañaba cada noche a caminar por el campo de su palacio, Odotnet no lo llevaba a las partes bajas del reino, solo lo llevaba a lugares que le ayudasen a olvidar, a vivir y sobre todo a seguir, pero el testarudo Rey maquinaba como un reloj a cada instante, no hallaba la manera, la forma de poder entrar al mundo de su hermano y destruirlo, sabía perfectamente que Hadeo no descansaría hasta obtener el poder que Dios le dio, fue su promesa y siempre cumplía sus promesas y no permitiría que su pueblo sufra las consecuencias, debía dejar el poder de su padre y de Dios en un lugar seguro dónde su hermano no podría alcanzarlo, un lugar donde solo sus generaciones pudieran encontrar.
Mientras él pensaba en como destruir a su enemigo, Hadeo había dejado de lado las peleas y sus promesas, casándose con Pasifae y trayendo un heredero al trono infernal, pero no le dio el lugar que correspondía en su corazón, solo buscaba la forma de salir, pero sin éxito, la locura se apropió de él, como resultado un diario donde el frenesí y la demencia se hicieron presentes. Pasifae no le perdonó que dejara a su hijo Sagia de lado por una absurda venganza que consumió su alma como también su vida.
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