—Noe.
—¿Te has perdido, Noe?
Bien, sabía que quizá no llevaba la vestimenta más apropiada —un vestido rojo ajustado y unas sandalias de cuña— y que mi actitud tampoco debía de estar a la altura del lugar. ¿Pero tanto se me notaba? Por la pregunta que acababa de hacerme la mujer sí, con toda certeza.
Me dije que si quería pasar desapercibida en aquel entorno tenía que ser capaz de transmitir seguridad y que pareciera que todo estaba bajo control, aunque en realidad nada lo estuviera.
—No, no me he perdido, estoy donde quiero estar —dije en un tono serio.
—Entonces supongo que también quieres acompañarme a una de las salas del local.
Ladeé la cabeza escuchando su voz y me sentí hipnotizada. Incluso llegué a preguntarme si tendría el autocontrol suficiente como para decirle que no. Una parte de mí sabía que estaba adentrándome en un terreno desconocido y que, si aceptaba, no habría marcha atrás. Pero la otra se estaba dejando llevar por los encantos de Lady Amanda: su figura espectacular, su voz, su carisma y, por encima de todo, aquella aura misteriosa que parecía irradiar. Y esta última parte estaba deseando dejarse llevar por una vez en la vida.
—Por supuesto.
—Sígueme, Noe —me ordenó antes de ponerse en pie y echar a andar hacia un pasillo oscuro que había al fondo de la sala.
Estaba absorta observando sus movimientos, siguiéndola; como si caminar sobre sus pasos fuera todo lo que necesitaba en aquellos momentos. Hasta me olvidé del agua con gas que acababa de pedir y de lo que había venido hacer.
Al fondo del pasillo había una cortina negra que daba paso a la parte privada de la cafetería. Parecía un lugar amplio, enorme, con muchos recovecos y espacios escondidos. Continuamos andando por otro largo pasillo decorado con cuadros minimalistas. Había puertas pintadas de diferentes colores y Lady Amanda se detuvo frente a una rojo carmín. El cartel que colgaba de dicha puerta decía: «Piedi, perché li voglio se ho ali per volare». Supe enseguida que era italiano y, aunque no era una lengua que conociera, hice asociaciones rápidas: pies, por qué, alas, volar. No tardé mucho en recordar que se trataba de una frase que había dicho la pintora mexicana Frida Kahlo en algún momento de su vida: «Pies, para qué los quiero si tengo alas para volar». ¿Qué debía de significar aquello? ¿Y por qué solo esa puerta tenía una frase escrita en ella?
Lady Amanda introdujo una llave en la cerradura y se abrió paso entre las sombras. Yo la seguí. La habitación descansaba en la penumbra y me pareció percibir un ligero olor a canela. De pronto, se hizo la luz. Cuando mis ojos se acostumbraron a ella pude observar la cama —mucho más grande que las de matrimonio— y el dosel de terciopelo escarlata que la rodeaba. Los armarios altos al fondo y las cómodas con cajones. El chaise longue del mismo color que la cortina. La pared entera llena de espejos. El sofá y la mesita frente a él. A Lady Amanda mirándome con esa expresión curiosa en el rostro. Y yo… me sentí abrumada.
—Bienvenida a mi paraíso —murmuró acercándose a mí.
Y entonces, nada.
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