Con una trama diferente a lo visto hasta ahora, una narración ligera, unas dóminas capaces de hacer soñar a cualquier mujer —hasta a las heteros— y un par de relatos inéditos de regalo, este libro que tienes ahora en tus manos es un placer que podrás revivir cada vez que el cuerpo te lo pida.
Así seas de las que gritan cuando hablan de sexo, o de las que tapan el título de su novela; sea cual sea tu orientación sexual o tus gustos; si prefieres el sexo vainilla, si te gusta dominar o prefieres el rol de sumisión, o ambos; si eres hombre —qué desconsiderado de mi parte dirigirme solo a ellas—… seas quien seas, y como seas, deseo sinceramente que disfrutes de este fugace piacere.
Y OTRAS HISTORIAS
F ugace piacere era, en un inicio, una novela corta que se publicaba por entregas cada jueves en la revista MíraLES. La versión que tienes en las manos no es idéntica a la original: ha sido corregida, revisada y se ha añadido material inédito.
Esta nueva edición nace de la ilusión de poder ver este proyecto en papel. Se trata de una versión mejorada de la obra, con escenas añadidas, relatos inéditos y material extra.
La novela pertenece al género erótico y está salpicada por el BDSM (es un acrónimo para Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo). Algunas escenas pueden tener contenido sexual explícito, de manera que, si decides leerla, lo haces bajo tu responsabilidad.
Antes de dar paso al primer capítulo me gustaría aclarar que el BDSM abarca muchas prácticas y muy diferentes. Fugace piacere tan solo reproduce mi concepción de esta sexualidad alternativa a partir de mis propias experiencias. A pesar de ello, es importante dejar constancia de que las actividades que se llevan a cabo en el BDSM real son, como indica su lema: sensatas, seguras y consensuadas.
Espero que disfrutes de la novela tanto como yo he disfrutado escribiéndola. Ojalá Lady Amanda te cautive y se convierta en la protagonista de todas tus fantasías, pues se ha convertido en la protagonista de las mías.
Dulce lectura.
«Es trabajo. Solo trabajo», me recordé.
Odiaba tener que aceptar encargos que no me llamaban la atención en absoluto para poder ganarme la vida. Porque interesarme, lo que iba a ver me interesaba más bien poco. Desde que el género erótico estaba en auge mi jefe me había pedido un trabajo de campo para poder escribir un reportaje y publicarlo en la revista. Había tratado de retrasarlo varios meses, pero me había puesto entre la espada y la pared y ya no me quedaban más opciones.
Empujé la puerta metálica y pesada que daba la bienvenida al lugar. Sentía cómo mi corazón latía con rapidez.
Estaba nerviosa. Mucho, aunque una parte de mí se negara a reconocerlo.
Dejé que mis pasos me guiaran hasta lo que parecía la barra, mirando al suelo, y pedí agua con gas en cuanto una camarera vestida de negro se acercó —quizá debería haber pedido algo más fuerte, pero por lo general evitaba el alcohol—. Solo entonces, me permití mirar a mi alrededor.
Lo primero que llamó mi atención fue la vestimenta que llevaba la mayoría de la gente que se encontraba en aquella cafetería fetichista: corsés, medias de rejilla, prendas de cuero, collares en el cuello e incluso algunos llevaban una correa. Sin embargo, me sorprendió todavía más el hecho de que ciertas personas estaban arrodilladas a los pies de sus dominantes. Tragué saliva, cogí el vaso de agua con gas y fui a sentarme a una de las mesas.
«Esto es demasiado para mí».
Por dentro estaba deseando que nadie percibiera mi presencia, aunque sabía que era del todo imposible. Seguía clavando la mirada en el suelo de parqué oscuro, sin atreverme a levantar la vista y hacer lo que había venido a hacer: observar y aprender. Seguramente tenía varios pares de ojos puestos en mí y eso me inquietaba todavía más. A medida que pasaba el tiempo me arrepentía cada vez más de haber venido. ¿Qué tenía en la cabeza? Pensé en desandar mis pasos e irme por donde había venido, aunque eso supusiera perder mi trabajo en la revista, pero tenía que reconocer que aquello era lo único que me permitía pagar el piso, las facturas y poco más.
El sonido de unos tacones que golpeaban el suelo con decisión me hizo salir de mis cavilaciones. Levanté la cabeza y descubrí frente a mí a una mujer hermosa, tanto que me olvidé de los nervios y del trabajo. Su pelo rubio oscuro estaba recogido en un moño, aunque algunos mechones rebeldes caían sobre su rostro. Llevaba un corsé rojo con detalles de encaje y un pequeño lazo de seda y una especie de falda muy corta y ajustada. Sus largas piernas estaban cubiertas por unos ligueros que abrazaban a unas medias casi transparentes, dejando a la vista un buen trozo de su piel blanca.
Cuando terminé de escrutarla descansé mis ojos en los suyos y no pude evitar morderme el labio sin querer. Por mucho que lo intentara, era incapaz de mirarla a la cara por culpa de aquel corsé que realzaba su pecho sin dejar mucho lugar a la imaginación. Jamás me había pasado algo así, lo juro. Por lo general miraba a las mujeres a los ojos, siempre, porque yo era una y odiaba cuando las miradas ajenas se posaban en mis senos de forma indiscreta. Lo peor es que aquellos pechos no tenían nada de peculiar. Es decir, no eran demasiado grandes ni nada por el estilo, simplemente estaban muy a la vista por el efecto del corsé.
Carraspeó y noté cómo un rubor teñía mis mejillas. Sentía una vergüenza inmensa, lo cual era bastante extraño en mí. No me consideraba insegura, para nada, pero me encontraba en una situación poco común y no sabía cómo reaccionar.
Opté por observarla con cautela, esperando que hiciera o dijera algo, aunque esta vez me fijé en su rostro. Pude apreciar entonces el rojo oscuro de sus labios y la cantidad de maquillaje que cubría sus ojos. Seguro que se había pasado horas frente al espejo para obtener aquel resultado.
El silencio se alargó durante varios segundos en los que notaba como si me costara respirar. ¿Sería porque estaba en un lugar que no debería ni pisar? ¿Porque estaba rodeada de fetichistas y amantes del sadomasoquismo? ¿O porque no sabía cómo tenía que actuar y comportarme dentro de aquel antro? Probablemente era por todos esos motivos, sumado a que por primera vez en mi vida era incapaz de levantar los ojos del escote de una mujer. Como si pudiera adivinar lo que estaba pensando, ella despertó de ese letargo en el que parecía haberse sumido, apartó la silla que había frente a mí, le dio la vuelta para sentarse con las piernas abiertas y tomó asiento con movimientos gráciles. ¿Se estaba contoneando a propósito? Estaba convencida de que solo se había sentado de aquella manera para ponerme todavía más nerviosa.
Poco después, me miró y sonrió.
—Ciao, bienvenida —susurró con un marcado acento italiano, arrastrando las vocales, con una voz tan suave que me hizo estremecer—. Soy Amanda. Lady Amanda, para ti.
«Lo que me faltaba», pensé.
Algo en mi interior me hizo querer replicar. ¿Por qué tenía que llamarla Lady Amanda y no simplemente Amanda? Después recordé que en aquel ambiente todo funcionaba de forma diferente, con una jerarquía, unos rangos, unas normas. Y si me pedía que me dirigiese a ella de esa manera significaba que, con seguridad, se trataba de una dómina.
—Yo soy Noe.
—Noe —repitió.
Mi nombre en sus labios sonaba de manera diferente, más elegante.
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