Tomás Ramírez Ortiz - Antoine de Saint-Exupéry en la Guerra Civil Española y en Rusia

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Antoine de Saint-Exupéry en la Guerra Civil Española y en Rusia: краткое содержание, описание и аннотация

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Tomás Ramírez, a través de Saint-Exupéry, constituye con este libro un poderoso estímulo para dar vía libre a los recuerdos que se olvidan temporalmente pero nunca desaparecen, sensaciones y emociones que la mente guarda para siempre.Este libro se convierte en el broche de oro de Tomás a su dedicación a la obra de Saint-Exupéry, con la recopilación y traducción de los artículos que el periodista y autor publicó en la prensa francesa, sobre la URSS y sus viajes a España en 1936 y 1937, terrible época en la que como escribe Saint Exupery, con una gran elegancia y una marcada economía de palabras: El silencio se ha callado. Una descarga, la vida se para un segundo para apuntar, y luego silencio. Todo continúa alrededor de los muertos.

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Para ese grupo de españoles inquietos, como Tomás me ha llamado a mí, y como yo le llamo a él, la cultura francesa y europea en general dominaba nuestra vida intelectual de aquellos irrepetibles años cincuenta. En aquella década, todavía muy marcada entre la colonia española por los ecos y sacudidas de la Guerra Civil, hablar en francés, leer en francés, era como pasar de un mundo reprimido y cargado de prejuicios e interdictos a otro de libertad y de apertura de la mente a las ideas nuevas, a un anticipo de democracia. Mis años sesenta, pasados en Cuba, la década siguiente, a su vez, lo poblaron las lecturas de aquellos fenomenales autores del despertar de América Latina y las experiencias de aquella primera revolución que hablaba español. El mundo parecía que iba a cambiar; se liberaban las antiguas colonias africanas; los vietnamitas vencían al imperio más poderoso del mundo, y en el sur del Continente americano, había surgido una revolución contagiosa que bailaba la rumba y el cha cha cha.

En Cuba parecía que no había comisarios políticos grises, fríos, crueles, como los que ya se habían descubierto en la URSS. Los Comandantes de la revolución conducían “Chevys” y “Oldsmobiles” americanos, bebían mojitos, y por las noches bailaban en el cabaret Tropicana o besuqueaban a las chiquitas en el Turf de El Vedado. Macondo se disponía a dejar paso a La Habana al ritmo de guaguancó y de carnavales. Todos los grandes nombres de la literatura latinoamericana pasaban por La Habana, y las ediciones cubanas publicaban sus libros a precios irrisorios. Se estaba muy lejos de esa demostración de fuerza, de grisez, de represión, que Saint-Exupéry percibe en el estupendo artículo que recoge este libro acerca del primero de mayo pasado como enviado especial de Paris-Soir en un Moscú sobre el cual se cierne la sombra pesada, cruel, de Stalin, convertido ya en una especie de nuevo zar revolucionario.

Mi primera lectura de El Principito, allá en Tánger, me dejó desconcertado. Lo mismo me ocurrió, años más tarde, con La Vida perra de Juanita Narboni , de nuestro amigo Antonio Vázquez. ¿Qué es esto? me preguntaba en ambos casos y le preguntaba a Emilio Sanz en nuestras tertulias en casa de doña Elena Spencer, la Madame Staël de nuestro grupo de inquietos adolescentes. Chef d’oeuvre, chef d’oeuvre, respondía invariablemente un Emilio Sanz sin matices en sus apreciaciones, combinando esa expresión con otra de sus favoritas: Un génie, c’est un génie, un genio sin paliativos, porque entre la mediocridad y la genialidad en el vocabulario de Emilio no existía ninguna otra posición posible, ni ninguna palabra para expresarla.

Solo muchos años después me volví a encontrar con El Principito en libro y en disco, leído por algún gran artista del momento. Ya había sido traducido a más de doscientos idiomas y dialectos, y la UNESCO lo reseñaba como una de las tres obras más leídas de la literatura universal. Lo volví a leer y a escuchar pero no lo contemple de forma diferente hasta que tuve en mis manos el ensayo de Tomás Ramírez En torno al Principito. Aproximación a una lectura simbólica, que va más allá del texto y se adentra en el terreno especulativo del pretexto.

El libro que ahora presenta Tomás viene a ser como el broche de oro a su dedicación a la obra de Saint-Exupéry. Recoge los artículos que el autor francés escribió en 1935 y 1938 sobre la URSS, y en 1936 y 1937 en dos viajes a España, a Barcelona y Madrid respectivamente. Al igual que El Principito estos artículos me han desconcertado. No tratan de hechos concretos, macabros o no, ni consignan la hostilidad visceral que provocan las guerras. Más que del drama de la guerra, esos artículos parecen detenerse en la lección moral que de ellas puede extraerse. Como toda guerra, la Guerra Civil Española fue un fracaso de la condición humana. Saint-Exupéry describe aquellos horrores con una gran elegancia y con una notable economía de palabras. “El silencio se ha callado, escribe desde Barcelona, una descarga, la vida se para un segundo para apuntar, y luego silencio. Todo continúa alrededor de los muertos”. La misma capacidad de síntesis había desplegado en sus artículos sobre Rusia, a donde llegó a tiempo para el primero de mayo de 1935 cuando Moscú rendía homenaje a un Stalin en pleno apogeo. “El juez no se permite juzgar, cuenta Saint-Exupéry de los juicios políticos que tenían lugar: Si puede cura, pero como ante todo sirve a lo social, si no puede curar fusila”.

Curioso también resulta que entre todos los grupos que llevaban adelante guerras paralelas dentro de la guerra española, Saint-Exupéry decidiese hacerse introducir en ella a través de los anarquistas catalanes, aunque por lo que sé de las guerras, y he seguido muchas como enviado especial, casi nunca existe nada de premeditado en esa elección: Todo depende del azar y del primero que está dispuesto a llevarnos al frente. En la Introducción de Tomás se menciona a Julio García Oliver como facilitador de los deseos de Saint-Exupéry. En la época en que el escritor francés visitó Barcelona, Julio era el tribuno más destacado de la Confederación Nacional del Trabajo, y quizá la personalidad más influyente en aquella convulsa Barcelona de 1936. aun no había sido nombrado ministro, pero ya había recibido a una primera delegación de nacionalistas marroquíes que venían a ofrecer la posibilidad de levantar a las cábilas del Rif contra el Ejército Africano de España. Pedían a cambio el reconocimiento de la autonomía de Marruecos en la eventualidad de que triunfase la República.

Terrible época en la que como escribe Saint-Exupéry desde Barcelona, En la guerra civil el enemigo es interior, se combate casi contra sí mismo. Esa es la razón por la cual, sin duda alguna, esta guerra toma una forma tan terrible: Se fusila más que se combate. Cómo no ver en ello un cierto rasgo permanente de la personalidad española y no recordar lo que escribe otro catalán, José Miró, que combatió del lado de los Mambises contra el Ejército peninsular en la guerra hispano-cubano-norteamericana de 1895-1898, cuando es sus Memorias señala que le encantaban los combates que enfrentaban a españoles contra españoles, muy frecuentes en aquella guerra, porque entonces, dice Miró: “Se combate gallardamente hasta la aniquilación de unos de los dos bandos combatientes”. En Barcelona, escribía Saint-Exupéry, Los Comités se adjudican el derecho de depurar, al llamado de criterios que, aunque cambian varias veces, no dejan detrás de sí más que muertes. Aquí se fusila como se tala un bosque.

Me ha resultado paradójico constatar, en el texto introductorio, que los tres artículos que escribió sobre la guerra de España en su visita de agosto de 1937 solo fueron publicados por el editor en julio de 1938. Y ello me incita a reflexionar sobre las emociones y su oportunidad, y me recuerda casos parecidos durante la guerra de Cuba de finales del siglo XIX. Los combatientes se enteraban de las peripecias de la política española y de los interminables debates parlamentarios que tanto les irritaban, con varios meses de retraso. Según su posición ante la guerra, se alegraban o irritaban por unas decisiones y unas controversias que sobre el terreno, en la Isla caribeña, solo podían tener ya consecuencias doblemente malas porque diferidas, y porque los hechos que motivaron las sesudas reflexiones de sus Señorías ya habían sido sustituidos por otros distintos. En sentido inverso los parlamentarios españoles intentaban a veces buscar esos acuerdos siempre tan difíciles entre españoles a partir de acontecimientos que habían dejado de serlo en la Isla y sobre los cuales cualquier decisión retardada sería contraproducente.

Como la vida de otros muchos grandes hombres de la historia, la de Saint-Exupéry fue relativamente breve. Murió a los cuarenta y cuatro años de edad, en julio de 1944, en un vuelo de observación sobre la Europa aun en guerra. Vida breve pero plena de acción y reflexión, de pasión por la libertad, de amor al ser humano, a su individualidad, que en todo momento sitúa por delante del ser colectivo tan manipulado por las dictaduras de cualquier signo. La brevedad vital fue el destino de todos los héroes de mi infancia porque Mozart falleció a los treinta y un años dejando en herencia una obra que a cualquier otro le hubiera llevado tal vez un siglo; Modigliani murió a los treinta y seis, y Chopin a los treinta y nueve, en ambos casos con una obra realizada que vista retrospectivamente parece capaz de agotado cualquier capacidad creativa.

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