como Juan, el discípulo
de los peces de la provincia
en el techo de un cuarto
del sur
en lo remoto del mundo
vi los astros
y tu cara, otro astro,
en el azul profundo
creando las calles del país,
las pocas cosas, las manos,
el arroz,
las primeras itálicas
la lengua
extinta de los marineros.
Anclados en un bar que no existe
escuchamos
la música de un tiempo ido
el Bola las palabras
que no alcanzamos a decir.
La mano apura
la almohada dura
donde recostar la cabeza.
Tus ojos alcanzan otra vez
los diecisiete años
el follaje del ciervo
entre los árboles.
Hizo su casa de maderos gastados.
Con obstinación
recogió lo que no se llevó la ola
lo que dejó la resaca:
cuerpos cardúmenes
pequeñas cosas.
Vio el solsticio
(filo de obsidiana)
en un sótano
las murallas de La Habana de Jericó
levantarse y caer.
Cuando llegaron los bárbaros
juntó un poco de delicadeza
como quien junta las manos
en una breve
imposible oración.
Caligrafía de invierno (rostro a cuchilla)
El sol declina sobre tu cuerpo que también declina
(otra manera de estar sola sin condescendencia)
sin tibieza o cáscara que resguarde
ni albatros ni pelícano
al que la vida robó su presa
escuchando las cañerías
el ruido de las cañerías
el corazón
el augurio
el ronquido secreto subterráneo
las preguntas que ni la muerte
podría responder.
Los pájaros no conocen la muerte
su follaje.
Dame una cuna una tumba.
Un espacio donde recostarme.
Dame una palma
(la palma de tus manos)
el jadeo del plátano
sonante
la vegetación insular
el ronquido insular los grillos
el océano sin mordaza los pulmones
de un padre agua natal sin sus ahogados
blanca caravela.
Una rosa es una rosa es una rosa
un obús es un obús es un obús
Una cuna es una tumba.
Una cuna es una tum
ba. Hazme
nacer. Ciérra
me los ojos.
Un parpadeo y la muerte rubrica.
Mujer larva Otto Dix
añorando un vientre una patria
tumbada en el pasto en posición fetal.
Entonces esta carencia, el poema, como si fuera a
Escribir acabar
cavar
azotar palabras
las masas del lenguaje chocan entre sí
colisionan
alguien entierra un diamante
en la garganta de lodo
el neobarroco no es transplantino
es cósmico
transplantado
arterias aortas del diecisiete
en un niño de cinco años
en el cielo de la página
se ven mejor las estrellas respirando
yo me entiendo con las mujeres y con los húsares
la poesía concreta da de comer a los enfermos
el Mar del Plata
tiene peces gordos bruñidos
la madrugada falsa es sórdida
el planeta Haroldo de Campos empieza a amanecer.
Una mujer doblada
pidiendo
luz.
No es
mi madre
pero podría
serlo.
Ventanas se abren
Se cierran
Paredes
Rostros grises
Buhardillas
Oficinas
Oficinistas
Mujeres solas
Hombres solos
Familias
Chimeneas
Cortinas entreabiertas
Bocas gesticulantes
Sin sonido
Mudas
Escenas sórdidas
Ebullición de las habitaciones
Zumbido
Escaleras de incendio
Velas arden
Se apagan
Vidas extinguidas
Ahorcadas
Perpendiculares.
Las sombras se tragan el sur
La ceniza lava
Lava del volcán
Chaitén
Rojos huesos fosforescentes
Fumarolas estallidos
¿otra vez Pompeya?
Los hombres de Futaleufú no conocen Pompeya
(las sombras se tragan el sur)
crecieron con el volcán
como con otro animal dentro del paisaje
un animal manso durante miles de años
un animal que recordó
y empezó a mugir
a expandirse.
Un animal que, como cualquier otro,
necesita alimentarse y matar.
Belleza en el horror
en el fuego del Chaitén
en los caminos
en las vidas cortadas
(el fuego
la ceniza es el único camino
el lugar preciso donde llegar).
“–Por más de treinta años hemos vivido aquí
dejar atrás toda una vida”–.
Y se los llevan en helicóptero.
Un viejo cierra la cerca y dice que lo peor ya pasó
que confía en Dios
en los elementos.
Se hace uno con el paisaje.
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