Álex Chico (Plasencia, 1980) es licenciado en Filología Hispánica y DEA en Literatura Española. Ha publicado el cuaderno de notas Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas (2016), el ensayo ficción Un hombre espera (2015) y los libros de poemas Habitación en W (2014), Un lugar para nadie (2013), Dimensión de la frontera (2011), La tristeza del eco (2008) y la antología Espacio en blanco 2008-2014 (2016).
Sus poemas han aparecido en diferentes antologías y en publicaciones tan prestigiosas como Turia, Suroeste, Ærea, Litoral, Estación Poesía o Librújula. Ha ejercido la crítica literaria en diversos medios, como Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos, Nayagua, El Cuaderno, Ulrika, Revista de Letras o Clarín. Fue cofundador de la revista de humanidades Kafka. En la actualidad forma parte del consejo de redacción de Quimera.
Candaya Narrativa, 46
UN FINAL PARA BENJAMIN WALTER
© Álex Chico, 2017
Primera edición impresa: noviembre de 2017
© Editorial Candaya S.L.
Camí de l’Arboçar, 4 - Les Gunyoles
08793 Avinyonet del Penedès (Barcelona)
www.candaya.com
facebook.com/edcandaya
Diseño de la colección:
Francesc Fernández
Imagen de la cubierta:
Álex Chico
Maquetación y composición epub
Miquel Robles
BIC: FA
ISBN: 978-84-15934-75-2
Depósito Legal: B 2376-2018
Actividad subvencionada por el Ministerio de Cultura y Deporte
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier procedimiento, sin la previa autorización del editor.
Portada
Autor Álex Chico Álex Chico (Plasencia, 1980) es licenciado en Filología Hispánica y DEA en Literatura Española. Ha publicado el cuaderno de notas Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas (2016), el ensayo ficción Un hombre espera (2015) y los libros de poemas Habitación en W (2014), Un lugar para nadie (2013), Dimensión de la frontera (2011), La tristeza del eco (2008) y la antología Espacio en blanco 2008-2014 (2016). Sus poemas han aparecido en diferentes antologías y en publicaciones tan prestigiosas como Turia, Suroeste, Ærea, Litoral, Estación Poesía o Librújula. Ha ejercido la crítica literaria en diversos medios, como Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos, Nayagua, El Cuaderno, Ulrika, Revista de Letras o Clarín. Fue cofundador de la revista de humanidades Kafka. En la actualidad forma parte del consejo de redacción de Quimera.
Créditos Candaya Narrativa, 46
Índice
Cita 1
COMPOSICIÓN DE LUGAR
Cita 2
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
XLIX
L
LI
LII
LIII
LIV
LV
LVI
LVII
LVIII
LIX
LX
LXI
LXII
LXIII
LXIV
LXV
LXVI
LXVII
LXVIII
LXIX
LXX
LXXI
LXXII
LXXIII
LXXIV
LXXV
LA DENSIDAD DEL CÍRCULO
Cita 3
1
2
3
4
Nota final
“Tiene dos adversarios: el primero lo asedia desde atrás, desde su origen. El segundo le corta el paso hacia delante. Él pelea contra los dos.”
Franz Kafka
COMPOSICIÓN DE LUGAR
“En la medida en que realmente pueda llegarse a «superar» el pasado, esa superación consistiría en narrar lo que sucedió.”
Hannah Arendt
Podría haber sido una cala de pescadores, una insignificante aldea perdida entre collados y senderos, una pequeña bahía moteada de barracas, pero ese lugar se acabó trasformando en algo distinto, en un lugar de paso que algunos, con poca fortuna, nunca pudieron traspasar. Podría haber sido un territorio minúsculo, enclavado en una geografía fronteriza ante la exigua inmensidad del Mediterráneo, manteniendo una meritoria insignificancia frente a una breve extensión de agua. Una ensenada tranquila, templada, casi inerte, a pesar de la calma tensa que se cuela entre montañas, mientras el viento desplaza las piedras que se agolpan en los desfiladeros y convierte esa existencia reposada en un campo de fortificaciones. Podría haber sido un pequeño pueblo y continuar así durante mucho tiempo. Eso es lo que sugieren los lugares que parecen fuera de plano, esos espacios que no logramos identificar con ningún territorio concreto ni con ningún país que conozcamos. Podría haber sido simplemente esto: un lugar donde no ha sucedido ni sucederá nada. Pero en un momento de su historia ocurrió algo y justo por ese motivo apareció el germen de su propia destrucción. Todo, incluso lo que carece de importancia, parece condenado a la desaparición. Todo lo creado, por muy superficial que nos resulte, guarda la posibilidad de que algún día también él se extinga y no quede nada detrás, ni siquiera un miserable rastro.
Por ese motivo decidí viajar a Portbou una tarde de octubre. Recuerdo bien el trayecto, sobre todo en su último tramo. Mientras el tren avanzaba, aparecían colinas y túneles ocultos, pendientes abruptas, grandes estaciones recién devueltas del pasado. Viajé a Portbou porque en cada rincón de ese espacio se escondía el lugar del crimen. Y aunque quizás yo no pudiera resolver esa trama, lo cierto es que emprendí aquel viaje para identificar la culpa y señalar al culpable. Como si, por un instante, formara parte de una fotografía de Atget.
Para descubrir el sentido de la vida de un ser humano deberíamos tener la certeza de que podremos asistir a su muerte. Eso fue lo primero que pensé al bajar del tren, mientras seguía las indicaciones del interventor y me encaminaba a la salida. Las dijo el autor por el que me encontraba allí, durante los últimos días de octubre de 2014. El mismo autor que me había empujado a solicitar un permiso en mi trabajo y el mismo al que había estado leyendo sin parar durante los meses previos a mi viaje.
Tenía anotada la dirección del hotel. Hubiera preguntado a alguien por su ubicación, pero no me crucé con nadie durante un buen rato. A esa hora de la tarde ya había anochecido y todo estaba envuelto en una especie de nebulosa que me hacía avanzar sin rumbo alguno, abandonándome un poco al azar, como quien confía en que después de tantas idas y venidas, después de tanto paseo a tientas, se vea recompensado con el destino que andaba buscando. Así fue: quince minutos más tarde, tras abandonar la estación y bajar una cuesta esparcida de comercios cerrados, me encontré de frente con el Hotel Comodoro. La recepcionista, una mujer de unos cincuenta y pocos años, me acompañó a la habitación. No había mucho que enseñar: una cama, una televisión minúscula, un par de sillas y una mesa. Al lado, un aseo con bañera y una luz parpadeante que no convenía mantener encendida mucho tiempo. Apenas hablé con ella esa noche. Cuando salió, me dirigí al balcón a fumar. Al otro lado de la calle, un edificio municipal tenía en su entrada una fotografía, la de un hombre con gafas circulares que miraba hacia algún lugar fuera de plano. Como yo, también sostenía un cigarro en su mano derecha.
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