Eduardo Devés - Los que van a morir te saludan

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Este libro es un relato detallado de este suceso: el origen, el fulgor y la sangrienta represión de la gran huelga salitrera de 1907; la realidad que vivían los obreros, el desarrollo de la huelga, la agitación en la pampa, la dignidad popular.

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Esta exigencia no se la hacemos a otras disciplinas a las que consideramos únicamente instrumentales y cuya finalidad es del todo exterior a ellas. Claro está que la física o la fisiología algo pueden decirnos sobre el destino del mundo o del ser humano, sobre su ser y su finalidad, pero si nada les preguntamos y nada nos dicen, no importa, dado que lo pretendido con ellas es otra cosa: tenemos una concepción que puede prescindir de lo que ellas nos «digan» o nos «callen». Pero cómo dejar de esperar que la historia nos hable y que la historiografía nos transmita su mensaje. ¿Dónde iríamos a buscar el sentido?

Las ciencias naturales se desprenden (otros dicen, «se emancipan») de la filosofía y se forjan una independencia. Esto se hace posible en la medida que ellas poseen un «interés» de conocimiento (para decirlo en términos de Habermas) o una «finalidad» que no requiere de la metafísica; interés o finalidad que es el «dominio» de la naturaleza.

El problema es que la historiografía tiene dos dimensiones. Por una parte, apunta al conocimiento, a la verdad, y quiere ser ciencia; pero por otro lado, apunta a la existencia, al actuar, a la política, y quiere ser concientización. Lamentablemente no es cuestión de desligar ambos aspectos. Porque ¿para qué podría interesarnos la parte puramente científica, desligada de la otra?

O tal vez podría perfectamente interesarnos y solamente sería necesario fijar en qué condiciones se hace ello posible o digno de ser tomado en cuenta.

Si postuláramos un sentido no proveniente de la historia, por ejemplo, el del cogito gozo-dolor, podríamos hacer una historiografía que se limitara a constituirse en un saber operativo; utilizable para fines que ese saber no determina sino que son relativamente exteriores a él. Podríamos extraer el sentido de la religión o de la metafísica y utilizar la historiografía únicamente como instrumento para llevar a cabo ese sentido, como lo hacemos con las ciencias transformables en técnica.

La demarcación entre la dimensión científica y la concientizante es en buena medida una cuestión de consenso. No es necesario adscribir a una ortodoxia cientificista que sostenga que la historiografía deba ser ciencia y sólo ciencia; disciplina empírica confrontable inmediatamente con los hechos, ni que diga que todo lo que no corresponde a este género de quehacer debe ser calificado y expulsado. Ello importaría cerrarle un gran campo de trabajo a la historiografía, condenándonos a la ignorancia y al silencio en vastos sectores. En este sentido hay que ser particularmente reservados frente al lema wittgensteiniano: puede expresarse todo aquello que es pensable.

En el quehacer historiográfico es importante que entren las diversas preguntas que pueden hacérsele a los diversos pasados. Es importante asimismo que se tenga conciencia del nivel en que se trabaja y que el historiador no se crea sentado sobre la positividad 3. Tener conciencia cuándo se encuentra en el nivel de lo empírico simplemente confrontable; cuándo está en el terreno de la hermenéutica: cuando en el de las definiciones y la búsqueda de un lenguaje; cuándo en la preocupación metodológica; cuándo en el desciframiento posible.

VI. Historiografía y mistificación

Mistificar es enmascarar, la ciencia no es necesariamente desenmascaradora; los resultados de la ciencia pueden ser instrumentalizados ideológicamente; ciencia e ideología no son opuestos irreductibles; la ciencia puede ser utilizada para ocultar.

No podemos oponer «ideología» versus «ciencia», como oponemos pensamiento dominador-domesticador y pensamiento liberador; no hay correspondencia necesaria entre saber científico y liberación. Se dirá entonces que la verdad emancipa, que sólo ella nos hará libres. Pero cuidado, no cualquier verdad en cualquier circunstancia es por sí emancipadora o automáticamente liberadora. Además estamos hablando de la ciencia y no de la verdad. No es apropiado confundir ciencia con verdad, es hora de concebirla simplemente como conjunto de enunciados con determinadas características. La polaridad ideología-ciencia es aceptable o comprensible en lugares y tiempos donde el poder se legitima a partir de un discurso construido sobre falsedades crasas; allí donde ciertos mitos –ligados normalmente con supuestos factores sobrenaturales– se constituyen en legitimadores de la dominación; en dichos casos, el descubrimiento o la teoría científica vienen a socavar los fundamentos de la mistificación: el evolucionismo va a destruir la narración bíblica, el materialismo histórico destruye una cierta concepción del origen divino del poder o del Estado. En la cultura o en las sociedades tecnológicas, en cambio, la polaridad ideología-ciencia pierde en gran medida esa función e incluso puede llegar a invertirse, pues, por un lado, los descubrimientos científicos son utilizados como instrumentos de dominación –en tanto son la base de tecnologías destinadas a hacer más fácil la opresión– y por otro lado, en la medida que el discurso científico se ideologiza haciéndose de él una fórmula de justificación del estatus, pasando del indicativo al imperativo.

Porque no identificamos ciencia con verdad –y tampoco por lo demás no-ciencia con falsedad– es que no creemos, como postula el sarmientismo, que la ciencia y la técnica sean las soluciones para el continente latinoamericano. Asimismo es imposible que podamos conformarnos con una aproximación teórica a la realidad empírica a que se contente con ser científica, no podemos conformarnos con una historiografía, una sociología, una psicología o una antropología que sean puramente científicas. Queremos un quehacer historiográfico o antropológico que sea científico, pero que, a su vez, pueda constituirse en factor coadyuvante al proceso de concientización. Nuestro afán es impedir que dichas disciplinas contribuyan a la mistificación, cosa que no se logra simplemente desarrollándolas como ciencias. Queremos, en cambio que posibiliten el cara-a-cara del latinoamericano con su historia, con su realidad, con su ser y, por tanto, consigo mismo.

La historiografía mistificadora es aquella que nos engaña respecto al carácter del pasado o, cosa que es parecida, impide comprenderlo. Es aquella que muestra un falso pasado o que, mostrando facetas verdaderas, nos engaña respecto a su globalidad; aquello que no permite acceder a la significación de los acontecimientos. La mistificación se realiza respecto del pasado, sea porque lo parcializa mañosamente, obviando o trastrocando datos, sea porque lo eufemiza diciendo las cosas con conceptos incapaces de expresarlas, dulcificándolas o tergiversándolas.

Su finalidad: impedir la comprensión; su método: seleccionar los datos para que confirmen y nunca falsifiquen las tesis; su lenguaje: aquel lo suficientemente elástico para que permita el paralogismo y la huida –mediante la reinterpretación infinita de lo afirmado– en caso de estar en peligro de ser acorralados, y aquel lo suficientemente blando como para no poder calar el hecho en su radicalidad.

Buscamos una historiografía que faculte la concientización.

VII. Historiografía y utilidad

Harta más lejanía existe entre la historiografía y la acción que la que media entre la acción y la sociología o la economía o la psicología. Tales ciencias han sido pensadas, desde su origen, específicamente como fundamentos de una actividad terapéutica para las distintas parcelas de la realidad humana. La historiografía no puede igualmente «hacerse» acción, no es capaz de convertirse en técnica que opera sobre la realidad. La historiografía no opera sobre la historia, no genera saber transformable en técnica.

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