Arthur Conan Doyle - Las aventuras de Sherlock Holmes

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Las aventuras de Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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El detective excéntrico, favorito de todos, vuelve en este nuevo compendio de aventuras misceláneas y misterios por resolver. Junto a su fiel amigo, y quizás el único, el Dr. Watson, quien se dedica a narrar estos inusuales casos, se encamina por toda Inglaterra para resolver, con sus métodos no convencionales, los misterios más extraños que llegan a la puerta de su casa, en la famosa Baker Street. Las aventuras de Sherlock Holmes, con las exquisitas palabras de Arthur Conan Doyle, te dejarán en un nivel de suspenso tan alto, que te será imposible dejar de lado a este perspicaz inglés.

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—Sólo tienen una vía de retirada —susurró Holmes—, que consiste en volver a la casa y salir a Saxe-Coburg Square. Espero que habrá hecho lo que le pedí, Jones.

—Tengo un inspector y dos agentes esperando delante de la puerta.

—Entonces, hemos tapado todos los agujeros. Y ahora, a callar y esperar.

¡Qué larga me pareció la espera! Comparando notas más tarde, resultó que sólo había durado una hora y cuarto, pero a mí me parecía que ya tenía que haber transcurrido casi toda la noche y que por encima de nosotros debía estar amaneciendo ya. Tenía los miembros doloridos y agarrotados, porque no me atrevía a cambiar de postura, pero mis nervios habían alcanzado el límite máximo de tensión, y mi oído se había vuelto tan agudo que no sólo podía oír la suave respiración de mis compañeros, sino que distinguía el tono grave y pesado de las inspiraciones del corpulento Jones, de las notas suspirantes del director de banco. Desde mi posición podía mirar por encima del cajón el piso de la bóveda. De pronto, mis ojos captaron un destello de luz.

Al principio no fue más que una chispita brillando sobre el pavimento de piedra. Luego se fue alargando hasta convertirse en una línea amarilla; y entonces, sin previo aviso ni sonido, pareció abrirse una grieta y apareció una mano, una mano blanca, casi de mujer, que tanteó a su alrededor en el centro de la pequeña zona de luz. Durante un minuto, o quizá más, la mano de dedos inquietos siguió sobresaliendo del suelo. Luego se retiró tan de golpe como había aparecido, y todo volvió a oscuras, excepto por el débil resplandor que indicaba una rendija entre las piedras.

Sin embargo, la desaparición fue momentánea. Con un fuerte chasquido, una de las grandes losas blancas giró sobre uno de sus lados y dejó un hueco cuadrado del que salía proyectada la luz de una linterna. Por la abertura asomó un rostro juvenil y atractivo, que miró atentamente a su alrededor y luego, con una mano a cada lado del hueco, se fue izando, primero hasta los hombros y luego hasta la cintura, hasta apoyar una rodilla en el borde. Un instante después estaba de pie junto al agujero, ayudando a subir a un compañero, pequeño y ágil como él, con cara pálida y una mata de pelo de color rojo intenso.

—No hay moros en la costa —susurró—. ¿Tienes el formón y los sacos? ¡Rayos y truenos! ¡Salta, Archie, salta, que me cuelguen sólo a mí!

Sherlock Holmes había saltado sobre el intruso, agarrándolo por el cuello de la chaqueta. El otro se zambulló de cabeza en el agujero y pude oír el sonido de la tela rasgada al agarrarlo Jones por los faldones. Brilló a la luz el cañón de un revólver, pero el látigo de Holmes se abatió sobre la muñeca del hombre, y el revólver rebotó con ruido metálico sobre el suelo de piedra.

—Es inútil, John Clay —dijo Holmes suavemente—. No tiene usted ninguna posibilidad.

—Ya veo —respondió el otro con absoluta sangre fría—. Confío en que mi colega esté a salvo, aunque veo que se han quedado ustedes con los faldones de su chaqueta.

—Hay tres hombres esperándolo en la puerta —dijo Holmes.

—¡Ah, vaya! Parece que no se le escapa ningún detalle. Tengo que felicitarle.

—Y yo a usted —respondió Holmes—. Esa idea de los pelirrojos ha sido de lo más original y astuta.

—Pronto volverá usted a ver a su amigo —dijo Jones—. Es más rápido que yo saltando por agujeros. Extienda las manos para que le ponga las esposas.

—Le ruego que no me toque con sus sucias manos —––dijo el prisionero mientras las esposas se cerraban en torno a sus muñecas—. Quizá ignore usted que por mis venas corre sangre real. Y cuando se dirija a mí tenga la bondad de decir siempre “señor” y “por favor”.

—Perfectamente —dijo Jones, mirándolo fijamente y con una risita contenida—. ¿Tendría el señor la bondad de subir por la escalera para que podamos tomar un coche en el que llevar a su alteza a la comisaría?

—Así está mejor —dijo John Clay serenamente.

Nos saludó a los tres con una inclinación de cabeza y salió tranquilamente, custodiado por el policía.

—La verdad, señor Holmes —dijo el señor Merryweather mientras salíamos del sótano tras ellos, no sé cómo podrá el banco agradecerle y recompensarle por esto. No cabe duda de que ha descubierto y frustrado de la manera más completa uno de los intentos de robo a un banco más audaces que ha conocido mi experiencia.

—Tenía un par de cuentas pendientes con el señor John Clay —dijo Holmes—. El asunto me ha ocasionado algunos pequeños gastos, que espero que el banco me reembolse, pero aparte de eso me considero pagado de sobra con haber tenido una experiencia tan extraordinaria en tantos aspectos, y con haber oído la increíble historia de la Liga de los Pelirrojos.

—Como ve, Watson —explicó Holmes a primeras horas de la mañana, mientras tomábamos un vaso de whisky con soda en Baker Street—, desde un principio estaba perfectamente claro que el único objeto posible de esta fantástica maquinación del anuncio de la Liga y el copiar la Enciclopedia era quitar de en medio durante unas cuantas horas al día a nuestro no demasiado brillante prestamista. Para conseguirlo, recurrieron a un procedimiento bastante extravagante, pero la verdad es que sería difícil encontrar otro mejor. Sin duda, fue el color del pelo de su cómplice lo que inspiró la idea al ingenioso cerebro de Clay. Las cuatro libras a la semana eran un cebo que no podía dejar de atraerlo, ¿y qué significaba esa cantidad para ellos, que andaban metidos en una jugada de varios miles? Ponen el anuncio; uno de los granujas alquila temporalmente la oficina, el otro incita al prestamista a que se presente, y juntos se las arreglan para que esté ausente todas las mañanas. Desde el momento en que oí que ese empleado trabajaba por medio salario, comprendí que tenía algún motivo muy poderoso para ocupar aquel puesto.

—Pero ¿cómo pudo adivinar cuál era ese motivo?

—De haber habido mujeres en la casa, habría sospechado una intriga más vulgar. Sin embargo, eso quedaba descartado. El negocio del prestamista era modesto, y en su casa no había nada que pudiera justificar unos preparativos tan complicados y unos gastos como los que estaban haciendo. Por tanto, tenía que tratarse de algo que estaba fuera de la casa. ¿Qué podía ser? Pensé en la afición del empleado a la fotografía, y en su manía de desaparecer en el sótano. ¡El sótano! Allí estaba el extremo de este enmarañado ovillo. Entonces hice algunas averiguaciones acerca de este misterioso empleado, y descubrí que tenía que habérmelas con uno de los delincuentes más calculadores y audaces de Londres. Algo estaba haciendo en el sótano... algo que le ocupaba varias horas al día durante meses y meses. ¿Qué podía ser?, repito. Lo único que se me ocurrió es que estaba excavando un túnel hacia algún otro edificio.

“Hasta aquí había llegado cuando fuimos a visitar el escenario de los hechos. A usted le sorprendió el que yo golpeara el pavimento con el bastón. Estaba comprobando si el sótano se extendía hacia delante o hacia detrás de la casa. No estaba por delante. Entonces llamé a la puerta y, tal como había esperado, abrió el empleado. Habíamos tenido alguna que otra escaramuza, pero nunca nos habíamos visto el uno al otro. Yo apenas le miré la cara; lo que me interesaba eran sus rodillas. Hasta usted se habrá fijado en lo sucias, arrugadas y gastadas que estaban. Eso demostraba las muchas horas que había pasado excavando. Sólo quedaba por averiguar para qué excavaban. Al doblar la esquina y ver el edificio del City and Suburban Bank pegado espalda con espalda al local de nuestro amigo, consideré resuelto el problema. Mientras usted volvía a su casa después del concierto, yo hice una visita a Scotland Yard y otra al director del banco, con el resultado que ha podido usted ver.

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