Arthur Conan Doyle - Las aventuras de Sherlock Holmes

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Las aventuras de Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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El detective excéntrico, favorito de todos, vuelve en este nuevo compendio de aventuras misceláneas y misterios por resolver. Junto a su fiel amigo, y quizás el único, el Dr. Watson, quien se dedica a narrar estos inusuales casos, se encamina por toda Inglaterra para resolver, con sus métodos no convencionales, los misterios más extraños que llegan a la puerta de su casa, en la famosa Baker Street. Las aventuras de Sherlock Holmes, con las exquisitas palabras de Arthur Conan Doyle, te dejarán en un nivel de suspenso tan alto, que te será imposible dejar de lado a este perspicaz inglés.

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—Entonces, póngase el sombrero y venga. Antes tengo que pasar por la City, y podemos comer algo por el camino. He visto que hay en el programa mucha música alemana, que resulta más de mi gusto que la italiana o la francesa. Es introspectiva y yo quiero reflexionar. ¡En marcha!

Viajamos en el Metro hasta Aldersgate, y una corta caminata nos llevó a Saxe-Coburg Square, escenario de la singular historia que habíamos escuchado por la mañana. Era una placita insignificante, pobre pero de aspecto digno, con cuatro hileras de desvencijadas casas de ladrillo, de dos pisos, rodeando un jardincito vallado, donde un montón de hierbas sin cuidar y unas pocas matas de laurel ajado mantenían una dura lucha contra la atmósfera hostil y cargada de humo. En la esquina de una casa, tres bolas doradas y un rótulo marrón con las palabras “Jabez Wilson” en letras de oro, anunciaban el local donde nuestro pelirrojo cliente tenía su negocio. Sherlock Holmes se detuvo ante la casa, con la cabeza ladeada, y la examinó atentamente, con los ojos brillándole bajo los párpados fruncidos. A continuación, caminó despacio calle arriba y calle abajo, sin dejar de examinar las casas. Por último, regresó frente a la tienda del prestamista y, después de dar dos o tres fuertes golpes en el suelo con el bastón, se acercó a la puerta y llamó. Abrió al instante un joven con cara de listo y bien afeitado, que le invitó a entrar.

—Gracias —dijo Holmes—. Sólo quería preguntar por dónde se va desde aquí al Strand.

—La tercera a la derecha y la cuarta a la izquierda —respondió sin vacilar el empleado, cerrando a continuación la puerta.

—Un tipo listo —comentó Holmes mientras nos alejábamos—. En mi opinión, es el cuarto hombre más inteligente de Londres; y en cuanto a audacia, creo que podría aspirar al tercer puesto. Ya he tenido noticias suyas anteriormente.

—Es evidente —dije yo— que el empleado del señor Wilson desempeña un importante papel en este misterio de la Liga de los Pelirrojos. Estoy seguro de que usted le ha preguntado el camino sólo para poder echarle un vistazo.

—No a él.

—Entonces, ¿a qué?

—A las rodilleras de sus pantalones.

—¿Y qué es lo que vio?

—Lo que esperaba ver.

—¿Para qué golpeó el pavimento?

—Mi querido doctor, lo que hay que hacer ahora es observar, no hablar. Somos espías en territorio enemigo. Ya sabemos algo de Saxe-Coburg Square. Exploremos ahora las calles que hay detrás.

La calle en la que nos metimos al dar la vuelta a la esquina de la recóndita Saxe-Coburg Square, presentaba con ésta tanto contraste como el derecho de un cuadro con el revés. Se trataba de una de las principales arterias por donde discurre el tráfico de la City hacia el norte y hacia el oeste. La calzada estaba bloqueada por el inmenso río de tráfico comercial que fluía en ambas direcciones, y las aceras no daban abasto al presuroso enjambre de peatones. Al contemplar la hilera de tiendas elegantes y oficinas lujosas, nadie habría pensado que su parte trasera estuviera pegada a la de la solitaria y descolorida plaza que acabábamos de abandonar.

—Veamos —dijo Holmes, parándose en la esquina y mirando la hilera de edificios—. Me gustaría recordar el orden de las casas. Una de mis aficiones es conocer Londres al detalle. Aquí está Mortimer’s, la tienda de tabacos, la tiendecita de periódicos, la sucursal de Coburg del City and Suburban Bank, el restaurante vegetariano y las cocheras McFarlane. Con esto llegamos a la siguiente manzana. Y ahora, doctor, nuestro trabajo está hecho y ya es hora de que tengamos algo de diversión. Un bocadillo, una taza de café y derechos a la tierra del violín, donde todo es dulzura, delicadeza y armonía, y donde no hay clientes pelirrojos que nos fastidien con sus rompecabezas.

Mi amigo era un entusiasta de la música, no sólo un intérprete muy dotado, sino también un compositor de méritos fuera de lo común. Se pasó toda la velada sentado en su butaca, sumido en la más absoluta felicidad, marcando suavemente el ritmo de la música con sus largos y afilados dedos, con una sonrisa apacible y unos ojos lánguidos y soñadores que se parecían muy poco a los de Holmes el sabueso, Holmes el implacable, Holmes el astuto e infalible azote de criminales. La curiosa dualidad de la naturaleza de su carácter se manifestaba alternativamente, y muchas veces he pensado que su exagerada exactitud y su gran astucia representaban una reacción contra el humor poético y contemplativo que de vez en cuando predominaba en él. Estas oscilaciones de su carácter lo llevaban de la languidez extrema a la energía devoradora y, como yo bien sabía, jamás se mostraba tan formidable como después de pasar días enteros repantigado en su sillón, sumido en sus improvisaciones y en sus libros antiguos. Entonces le venía de golpe el instinto cazador, y sus brillantes dotes de razonador se elevaban hasta el nivel de la intuición, hasta que aquellos que no estaban familiarizados con sus métodos se le quedaban mirando asombrados, como se mira a un hombre que posee un conocimiento superior al de los demás mortales. Cuando le vi aquella tarde, tan absorto en la música del St. James Hall, sentí que nada bueno les esperaba a los que se había propuesto cazar.

—Sin duda querrá usted ir a su casa, doctor —dijo en cuanto salimos.

—Sí, ya va siendo hora.

—Y yo tengo que hacer algo que me llevará unas horas. Este asunto de Coburg Square es grave.

—¿Por qué es grave?

—Se está preparando un delito importante. Tengo toda clase de razones para creer que llegaremos a tiempo de impedirlo. Pero el hecho de que hoy sea sábado complica las cosas. Necesitaré su ayuda esta noche.

—¿A qué hora?

—A las diez estará bien.

—Estaré en Baker Street a las diez.

—Muy bien. ¡Y oiga, doctor! Puede que haya algo de peligro,

así que haga el favor de echarse al bolsillo su revólver del ejército. Se despidió con un gesto de la mano, dio media vuelta y en un instante desapareció entre la multitud.

No creo ser más torpe que cualquier hijo de vecino, y sin embargo, siempre que trataba con Sherlock Holmes me sentía como agobiado por mi propia estupidez. En este caso había oído lo mismo que él, había visto lo mismo que él, y sin embargo, a juzgar por sus palabras, era evidente que él veía con claridad no sólo lo que había sucedido, sino incluso lo que iba a suceder, mientras que para mí todo el asunto seguía igual de confuso y grotesco. Mientras me dirigía a mi casa en Kensington estuve pensando en todo ello, desde la extraordinaria historia del pelirrojo copiador de enciclopedias hasta la visita a Saxe-Coburg Square y las ominosas palabras con que Holmes se había despedido de mí. ¿Qué era aquella expedición nocturna, y por qué tenía que ir armado? ¿Dónde íbamos a ir y qué íbamos a hacer? Holmes había dado a entender que aquel imberbe empleado del prestamista era un tipo de cuidado, un hombre empeñado en un juego importante. Traté de descifrar el embrollo, pero acabé por darme por vencido, y decidí dejar de pensar en ello hasta que la noche aportase alguna explicación.

A las nueve y cuarto salí de casa, atravesé el parque y recorrí Oxford Street hasta llegar a Baker Street. Había dos coches aguardando en la puerta, y al entrar en el vestíbulo oí voces arriba. Al entrar en la habitación encontré a Holmes en animada conversación con dos hombres, a uno de los cuales identifiqué como Peter Jones, agente de policía; el otro era un hombre larguirucho, de cara triste, con un sombrero muy lustroso y una levita abrumadoramente respetable.

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