Aunque es un tema que está tratado en un capítulo posterior, en esta historia también se habla del respeto a los demás en los lugares públicos. El asunto aparece al proponer el jabalí organizar una carrera de carritos de la compra por el súper, pidiéndole su primo que no lo hiciera porque molestaría a los demás. Lamentablemente cada día abundan más los padres que educan a sus hijos con pocos límites, bien por dejadez o bien por decisión deliberada, intentando crear una suerte de personalidad expansiva que acaba por ser muy irritante y fuente de toda clase de conflictos en la vida adulta, cuando se encuentran dos personas que se creen con derecho preferencial a todo y chocan en su intento de salirse con la suya. A este problema se añade el de que, en algún momento de las últimas décadas, la sociedad ha evolucionado en una dirección que asume que el único que puede llamar la atención a un niño es uno de sus padres. Me parece un error garrafal y estoy de acuerdo con el proverbio popular que indica que “para educar a un niño hace falta la tribu entera”. Creo que debemos hacer el ejercicio de humildad de dejar que otro adulto reprenda a nuestro hijo cuando hace algo mal, ya sea su maestro (evidente), el portero del edificio o un viandante cualquiera. Dando un salto al mundo empresarial, es imposible que solo el jefe, o un mentor, guíe el camino de un profesional. Todos necesitamos de la tutela, consejo y apoyo del resto de la organización, en cualquier nivel. Aconsejar o señalar el error de alguien es incómodo, pero es algo en lo que debemos entrenarnos para implantar la mejora continua.
Por último, también se habla del comportamiento hacia los vecinos. En las comunidades de hace unas décadas, los residentes se conocían desde hacía muchos años. Se comprendían y apoyaban. Este tipo de complicidad se ha ido desvaneciendo en la vida actual, en la que cada vez más las nuevas tecnologías nos permiten relacionarnos con la gente que elegimos, así vivan al otro lado del océano, en lugar de la gente cercana.
He experimentado esto de manera agravada al cambiar de país. John Dos Passos, escritor americano amante de España, explicaba el contraste contrario, que comprobó al vivir en España: que la vida mediterránea era mucho más social que la de los países anglosajones, donde la gente llevaba muy pocas generaciones viviendo en ciudades y, por lo tanto, seguía comportándose hacia los vecinos con la desconfianza de quien aún reside en una cabaña aislada en mitad de un bosque hostil. Efectivamente, durante más de un año viviendo en mi casa de Florida (Estados Unidos) solo intercambié una breve conversación con el vecino de al lado, a cuenta de un huracán monumental que se nos venía encima. No volvimos a hablar y un buen día, meses después, su familia se mudó y ni siquiera se tomaron la molestia de despedirse. En contraste, mantenemos una buena relación con el vecino del otro lado, con confianza suficiente para dejarles las llaves de casa al salir de viaje.
Está comprobado que la cantidad y calidad de las relaciones sociales lleva a vidas más saludables y largas. Creo que se debe trabajar la relación con los vecinos y el episodio de la garza Eufrosina, que acudió al hogar de los tres cerditos a pedirles un poco de sal, es solo una muestra de este aspecto social.
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