Daniel Montoya - Estados Unidos versus China

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Ningún fenómeno político internacional nace de la nada. Los principales eventos son resultado de un juego de fuerzas que determinan un clima de época. La caída del Muro de Berlín en 1989 no solo marcó la debacle de la Unión Soviética, sino que fue el punto de inflexión para el ascenso de China promovido desde Estados Unidos que suponía que, estimulando la esfera de los negocios, se achicaría el ámbito de influencia del régimen político chino.
El experimento no funcionó y apareció en la selva una especie nueva. Más capitalista que el más capitalista, más autoritario que el más autoritario. Si el mundo chino era ese universo tan lejano y misterioso, el coronavirus se ocupó de traerlo a domicilio.
En este nuevo contexto donde Estados Unidos y el gigante asiático compiten en una nueva guerra fría por el liderazgo científico y tecnológico mundial, Argentina deberá aprovechar con inteligencia y coraje los desafíos que se le presentan.
Esto es lo que propone Daniel Montoya en Estados Unidos versus China, un libro imprescindible para entender el presente y proyectar el futuro de la Argentina.

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Otras excelentes series como Ozark , relataron el auge del lavado de dinero y el narcotráfico. “Cuando los bienes raíces se hundieron, el dinero de las drogas era el único efectivo para apuntalar a los grandes bancos”, Jonah Byrde, textual. Ningún enfoque es excluyente del otro. Los efectos del crack financiero fueron tan persistentes que muchos expertos aseguran que los mercados financieros tardaron una década en normalizarse. Un momento bisagra, no solamente en el plano mundial, sino en el ámbito de la política estadounidense. En cierta medida, el clima pesimista abierto por semejante trauma inauguraba una nueva década marcada por el crecimiento débil, el estancamiento de la productividad —ergo, de los sueldos—, la caída del comercio internacional y, en el plano político, el malestar con la globalización, así como el ascenso de líderes populistas, tanto por izquierda como por derecha. Unos y otros, con un denominador en común: un discurso político binario. Amigo-enemigo. Nosotros-ellos. Polarización. Grieta.

Lo que pocos o casi nadie imaginaba es que este devenir, que volvía a encontrar suelo fértil en el seno de las democracias europeas, extendería su mano a una potencia occidental históricamente percibida como guardiana de los valores que hacen tanto a la esencia como al conflicto fundamental dentro de los sistemas democráticos. Igualdad versus libertad. Más aún, ¿quién podría negar que a lo largo del siglo XX, Estados Unidos había funcionado como última línea de defensa ante el embate de los totalitarismos occidentales y, a continuación, como barrera de contención contra la difusión del orden político soviético? En tal sentido, Norteamérica fue mucho más que un faro de atracción para vanguardistas, como Alexis de Tocqueville o Juan Bautista Alberdi. También fue el gran actor político que puso de rodillas a Japón con la bomba atómica, así como atajó a la vieja URSS en todos los teatros bélicos posibles. Corea, Vietnam, América Latina, Europa y continúan las firmas.

En definitiva, para el viejo continente, ¿cómo generaría pavor el ascenso de figuras menores como Nigel Farage, Marine Le Pen, Beppe Grillo o Alexander Gauland, tras haber experimentado a Adolf Hitler, Benito Mussolini, así como la destrucción masiva y el genocidio en dos guerras devastadoras? Ello no significa que la actual desazón europea con la democracia no sea alarmante. Según Pew Research Center, el descontento sobrepasa la mitad del electorado de Hungría, Francia, España, Italia y el Reino Unido. Sin embargo, ello no supone, ni de cerca, un clima propicio para la incubación de un totalitarismo, como aquel descripto por Ingmar Bergman en El huevo de la serpiente , para la Alemania ulterior al desplome de 1930. En todo caso, lo que dejó estupefacto al mundo en 2016, fue el desembarco de Donald Trump en la Casa Blanca. Si de algún lado tenían que soplar vientos populistas con tintes autoritarios, era de Europa. En todo caso, de Oriente. Nunca de Estados Unidos, baliza política histórica de Occidente.

En ese aspecto, el cuarto espasmo de la globalización moderna, representado por el triunfo del magnate inmobiliario, abrió un escenario mundial inédito. Tan inesperado, que sus socios del Tratado NAFTA se desayunaron con la amenaza de una revisión del acuerdo, así como la terminación del muro fronterizo con México. Los europeos, con la advertencia de revisión de la factura de la OTAN. Los países de la región Asia-Pacífico, con la ruptura del Acuerdo TPP. Los chinos, con la intimidación de una guerra comercial. El mundo, con la salida de Estados Unidos del protocolo ambiental de París. De esa forma, Donald Trump no dejaba casi ningún nido internacional sin patear. Era un tiempo de nuevos muros y una de sus primeras víctimas fue la administración Macri, que emprendía una política para insertar a la Argentina en un mundo en contracción. En particular, su Gobierno tomó la fatídica decisión de apoyarse en la entrada de capitales, en un contexto de reversión de los intercambios globales, cualesquiera fueran.

Así, la Argentina volvía al FMI en 2018, en vísperas de un año electoral donde las políticas de ajuste emprendidas no habían hecho más que devolver al poder a un peronismo que acarreaba sobre sus espaldas la reciente triple derrota en Nación, Provincia y Ciudad de Buenos Aires, al igual que tres debacles electorales de medio término: 2009, 2013 y 2017. Un verdadero intríngulis político, no resuelto aún. Encima, ahora, agravado por un sismo que hizo crujir a la tierra de nuevo. En este caso, un estallido no originado por la caída de un imperio, por la debilidad de seguridad interna explotada por el terrorismo, por la detonación de una burbuja financiera, ni por el triunfo electoral de ninguna figura exótica como Donald Trump. Nada de eso. El quinto terremoto de la globalización, que nos retrotrajo a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial en términos de la redefinición del rol de los estados nacionales, emanó de una pandemia nacida y criada en China, que puso a dos tercios del planeta en cuarentena.

“Es demasiado temprano para valorarlo”, sugirió el expremier chino Zhou Enlai cuando le preguntaron en 1972 acerca de la convulsión generada cuatro años antes por el Mayo Francés. Lejos de este espíritu cauteloso, tradicional en la cultura oriental, el temblor mundial del Covid-19, está en pleno desarrollo como para aventurar el devenir de esta crisis, que se podría haber previsto, de no haber mediado el ocultamiento de información por parte del régimen chino. No obstante, el impacto y la magnitud de las primeras reacciones de los principales actores de la globalización exceden cualquier comparación con los sismos mencionados anteriormente. Empezando por China, primer afectado directo y foco de propagación del virus, que tendrá su primera expansión económica modesta desde 1976, año de fallecimiento de Mao. En especial, en sectores ligados a la producción de manufacturas y exportación de bienes de marcas emblemáticas como JCB, Nissan, Tesla y Geely, entre otras.

Por su parte, Estados Unidos aprobó un paquete inédito en tiempos modernos de US$2 billones, un 10% de su PBI, que abarca desde pagos tipo asignación universal hasta fondos para empresas pequeñas y grandes.

A los efectos de comparar la magnitud de los diferentes eventos, negro sobre blanco, basta con ponderar el impacto financiero generado en la industria del transporte aéreo. Mientras que los atentados terroristas ejecutados con aviones de bandera estadounidense en 2001 derivaron en la creación de un fondo de rescate por un valor de US$15 000 millones, la pandemia del Covid-19 está generando reclamos por un valor que supera el tripe del anterior: US$50 000 millones. Asimismo, también impacta la contraposición con la crisis financiera de 2008. Aún siendo el mayor colapso económico tras la depresión de los años treinta, engendró un paquete asistencial de US$860 000 millones, versus los US$2 billones actuales. En términos de seguro de desempleo, esta crisis arrancó con tres millones de solicitudes, frente a los quinientos mil de 2001 y los setecientos mil de 2008.

En resumen, un panorama catastrófico para la economía estadounidense, que no difiere del escenario ruinoso que prevén los países líderes de la Unión Europea, Alemania y Francia, al lanzar un plan de rescate por un valor equivalente al 22% y al 12% de su producto doméstico, respectivamente. El calibre de semejantes medidas económicas excepcionales marca el tiempo que viene por delante. En lo inmediato, estados nacionales más activos, redefinición de sus roles principales y, en paralelo, una esperable revisión del actual proceso de globalización guiado por fuerzas económicas, en detrimento de otras dimensiones visiblemente subestimadas, como la salud pública. En particular, la abrumadora evidencia a favor de algunos países orientales como Corea del Sur, China y Japón, explicada tanto en términos de culturas como de aplicación de recursos organizacionales y tecnológicos, deja sobre la mesa una serie de grandes interrogantes para muchos países occidentales, con excepción de Alemania, quizás.

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