Christina Hortet - A un milímetro de ti

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Ella es una chica fuerte. No respeta las normas, no respeta a su madre, ni a sus amigos, pero por su bien tendrá que aprender a respetarlo a él.¿Él? Es el encargado de hacerla entrar en cintura. ¿Sus métodos? Mucho más oscuros de lo que te puedas imaginar.Alex tendrá que dejarlo todo para perseguir, guiar e intentar acabar con la rebeldía de la pequeña Aria. Ambos juegan muy sucio.¿Quién ganará?

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Suspiro, más para mí que para él. Su mirada se fija en la pared blanca que tenemos enfrente. Siento su mandíbula temblar ligeramente, está impaciente por saber que pasó en realidad. Y yo, estoy dispuesta a contar la historia que jamás le he contado a nadie.

—Me acuerdo de que esa noche llovía. Mi madre había alquilado una casa para celebrar mi cumpleaños. Me lo estaba pasando bien con mi mejor amigo, Josh. Los celos y la bebida le hicieron explotar y después de haberme engañado infinidad de veces, al final lo único que quería era poseerme. Quería que fuera suya, y así fue. —Miro a sus ojos, él no pestañea. Trago saliva y un apretón de manos me hace soltar la coraza por completo y terminar mi historia—. Todo no quedó ahí. Cuando acabó conmigo, se giró hacia mi amigo, a quien tenía atado de pies y manos, y lo acuchilló hasta matarlo. Me quitó a mi mejor amigo y lo que era mi vida hasta aquel momento.

Comencé a llorar de nuevo, esta vez con más fuerza. Recordar la historia me estaba haciendo revivir partes de mi vida que un día creí que había dejado atrás, que jamás me volverían a atormentar, pero no es cierto. Está claro que cada día que pase en este centro me acordaré de todo una y otra vez.

—Lo siento, Aria. Sabía que había algo en ese tío que no estaba bien, pero jamás creí que podría haber hecho algo así. —Su mandíbula estaba apretada; sus ojos, oscuros, y podía ver cómo la vena de su cuello palpitaba.

—No acabó ahí —logré decir, aunque el nudo que tenía en la garganta me oprimía tanto que no era capaz ni de respirar bien. Necesitaba agua.

Le miré y él supo perfectamente lo que quería; se levantó y abrió la puerta que había en el lado derecho de la habitación, una puerta de madera clara. Ni siquiera me había percatado de que estaba ahí. Para ser sincera, no me había fijado en casi nada de la habitación. Mis ojos llorosos no veían con claridad, pero aproveché para quitar las lágrimas que caían por mi mejilla y miré todo lo que había a mi alrededor. La habitación era blanca; había una cama de matrimonio en el medio, donde estábamos sentados. Una colcha morada adornaba la cama y unos cojines grises y azul celeste estaban puestos sobre la almohada. Mis colores favoritos. Eso me hizo sonreír un momento. Una mesilla de madera clara a un lado. En el lado izquierdo había lo que parecía un armario empotrado en la pared. Una lámpara preciosa de araña era lo que alumbraba y también había un escritorio, decorado con todo lo que un estudiante necesita. Era una habitación de lo más bonita.

Alex me trajo el agua en un vaso; la cogí y, sin más, bebí todo lo que había dentro. Lo miré a los ojos. Su mirada era calmada, aunque sé que en su fuero interno estaba intentando que no me diera cuenta de que la historia le había sentado como un jarro de agua fría.

—No entiendo cómo, después de todo eso, sigues teniendo las ganas de desafiar a la gente. Eres la primera chica que me ha opuesto resistencia y, mucho peor, la primera que veo que haya sido capaz de enfrentarse a Luther. Eres muy fuerte.

Pude notar el dolor en sus palabras. En cierto modo, ni siquiera sabía qué quería decir. No estaba segura de haber sido la primera chica en haberles enfrentado. ¿De verdad serán todas unas lerdas pijas que solo buscan algo de atención? Puse el vaso sobre la mesilla cuando se sentó a mi lado. Miré sus ojos y supe que, por el momento, podía confiar en él.

Sus ojos brillaban y podría jurar que los míos también, aunque debido a las lágrimas que seguía soltando. Cuando empiezo me cuesta mucho terminar.

—¿Qué más ocurrió? —consiguió decir después de algunos minutos de silencio, mientras me estrechaba entre sus brazos fuertemente.

—No tuve el valor suficiente para ir a testificar. La dueña de la casa lo denunció al encontrar el cuerpo de mi amigo, pero yo no tuve la suficiente valentía como para ir y contar todo lo que había pasado. Mi madre ni siquiera se enteró de lo que me había pasado. Sabía que estaba rara y que no salía de casa, pero ni siquiera se dio cuenta de que un malnacido había arruinado mi vida. Ella nunca ha pensado en mí. Y encima tiene la poca decencia de hacer que me internen en este sitio.

Un silencio se creó en el ambiente. Lo miré a los ojos. Algo dentro de mí me hizo acurrucarme en él, sentir su calor.

—Dos días después de lo sucedido comencé a recibir cartas con amenazas. Nunca supe por qué me las envió, porque en realidad yo no me hubiera atrevido en aquella época a decir nada. Unos días después me di cuenta de que algo no iba bien en mi interior: sentía náuseas que me hacían volver a casa antes de lo previsto y en una revisión me hicieron saber que dentro de mí alguien estaba empezando a vivir. —Llevé mis manos a mi tripa—. Iba a tener un bebé de la persona que me había violado.

El mundo se me vino encima cuando me enteré de aquella noticia. No quería tenerlo. La realidad es que no quería tener nada que me recordara lo que pasó aquella noche, pero no puedo decir que no hubiera querido tenerlo. En realidad, yo jamás hubiera tenido las agallas para matar algo que habitaba en mi interior.

—Y… ¿dónde está ese bebé? —Me miró. La verdad es que si no hubiera preguntado, jamás le hubiera contando lo que pasó después. Pero ya que había empezado, creo que debía saber toda la historia.

—Él se enteró. Aún sigo preguntándome quién se lo contó. Ni siquiera me había atrevido a decírselo a nadie. Un día, al regresar del instituto, me encontré mi habitación revuelta. Su figura apareció y, con un empujón, me hizo perder el equilibrio y caer. Sus golpes no me dolían; solo tenía mis pensamientos en mi bebé, en lo que ese malnacido quería hacerle. Aún recuerdo sus palabras: «Lo único que te quedarán serán los moretones».

Sentí cómo sus brazos me rodearon, me estrecharon más fuerte y me hicieron dejar todas mis defensas en el suelo. Sus labios recorrieron todo mi cabello, intentando que me tranquilizara. Y lo estaba consiguiendo.

Después de contarle una parte de mi historia, estaba deseando poder juntar sus labios con los míos; quería probar cómo sabían los labios de la persona que estaba intentando que mi cuerpo se tranquilizara. Jamás le había contado la historia a nadie. Nunca he querido que nadie supiera mis debilidades.

Ahora, la persona que se suponía que debería enseñarme a comportarme mejor sabía la forma en la que podría destruirme, sabría qué me dolería y lo que no. Pero no sabía ni siquiera un tercio de toda la historia, de lo que ha pasado después y de lo realmente dura que puedo llegar a ser. Nadie se merece saber ese porcentaje de mi vida.

Me quedé bloqueada en el momento en el cual sentí que sus labios impactaron con los míos. Sensualmente, despacio. Sus labios se movían despacio, intentando descifrar mi código emocional.

Me separé bruscamente de él y lo miré a los ojos, intentando saber qué es lo que quería hacer conmigo, qué narices se le había pasado por la cabeza para pensar que podría besarme de esa forma. Ni siquiera creí que se atrevería a besarme, pero ¿se ha aprovechado de mi debilidad?

—¿Qué se supone que estás haciendo? ¿Por qué me has besado? —Me levanté de la cama y me quedé mirándolo. Quería respuestas y las quería ya. No podía creer que se hubiera aprovechado de mí. No era el momento para ese beso, por mucho que él lo quisiera.

—Besarte. Lo deseo y tú también lo deseas, Aria. No me digas que no es cierto. —Su mirada estaba serena, tranquila, tanto que hizo que me tranquilizara. Respiré hondo mientras él se levantaba para acercarse a mí.

Pude notar como su tranquilidad inundaba toda la habitación. Todo era armonía. Todo en él irradiaba sosiego, tanto que no me doy cuenta de que sus pasos le han hecho estar justo frente a mi cuerpo.

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