Christina Hortet - A un milímetro de ti

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Ella es una chica fuerte. No respeta las normas, no respeta a su madre, ni a sus amigos, pero por su bien tendrá que aprender a respetarlo a él.¿Él? Es el encargado de hacerla entrar en cintura. ¿Sus métodos? Mucho más oscuros de lo que te puedas imaginar.Alex tendrá que dejarlo todo para perseguir, guiar e intentar acabar con la rebeldía de la pequeña Aria. Ambos juegan muy sucio.¿Quién ganará?

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Le amé y le odié mucho, de una forma tan intensa que dolía en cada parte de mi ser. Algo hizo clic. Empezó a incitarme para tener sexo con él. Yo sabía que por las noches se veía con otras, pero aun así intenté dejarlo pasar. No quería tener que ser yo quien le diera el sexo que deseaba, no quería entregarme por completo a la persona que intentaba toquetearme cada vez que podía. Él no me quería.

Había escuchado todo tipo de rumores sobre él, sobre su pasado, su antigua novia y un supuesto asesinato que nadie sabía explicar. «Son rumores», pensé. Jamás les hice caso hasta que esos rumores los viví yo. Cumplía quince años. Como cada madre, la mía me organizó una fiesta en una casa alquilada para poder hacer allí la fiesta. Fueron todos mis amigos e incluso personas que no había visto en mi vida. Entre todos ellos destacaba Josh, el mejor amigo que tenía. A él no le gustaba nada cómo me trataba Luther, pero mi mente de adolescente loca no le quería hacer caso. Nunca entendí cómo llegamos a aquella situación.

Luther estaba borracho e intenté hacerle entender que debía irse a casa. Me gritó, me dijo que yo no era nadie para decirle lo que tenía o lo que no tenía que hacer y entre tanto barullo me subió a una de las habitaciones de la casa. Josh corrió detrás de nosotros para intentar calmar la situación, pero no sirvió de nada. Me dejó sobre la cama de un empujón y, al levantarme para pedirle una explicación, me dio un bofetón que me hizo caer al suelo. Lo único que recuerdo después de aquel golpe es sentir sus manos sobre mi cuerpo, ásperas y sudorosas. Le gritaba cosas a Josh, que se encontraba en el suelo atado de pies y manos. Intenté cerrar los ojos y no ver nada, pero los sollozos de mi amigo hacían que me quebrara por dentro.

Hizo lo que quiso conmigo. Yo solamente quería morir, quería que todo desapareciera y, sobre todo, quería hacerle pagar por todo. Creí que nada podría ir peor hasta que se levantó y, después de ponerse los pantalones, sacó una navaja de su pantalón y lo acuchilló siete veces delante de mis ojos. Yo corrí, lo abracé e intenté que las heridas dejaran de sangrar, pero ya era demasiado tarde. Todo había acabado para él.

Dejé de comer, me duchaba entre cuatro y seis veces al día, y los intentos de que hablara con un psicólogo fueron en vano. Nadie lo encontraba y yo vivía con el miedo de que volviera a terminar lo que empezó conmigo. No era capaz de quitarme su olor de encima. Tiré todo lo que tenía suyo y pasé mucho tiempo sin dejar que nadie me rozara. Nadie supo lo que realmente pasó aquella noche, pero me cambió por completo.

Cuando quiero dame cuenta, estoy llorando a mares. Alex me lleva en brazos por los pasillos de la mansión y yo me aferro a su cuello entre los sollozos. Él suspira amargamente y no sé si es por tener que aguantarme o por haber vivido esa escena tan espeluznante. Abre la puerta de una habitación y se sienta sobre la cama, me deja suavemente a su lado y mira mis ojos llorosos. De manera instintiva meto la cabeza en el hueco de su cuello. Ahí me siento un poco más a salvo.

—No dejes que me haga daño. No dejes que vuelva a tocarme, por favor —digo entrecortadamente, mientras Alex acaricia mi cabello.

—Tranquila, rubia. No dejaré que vuelvas a entrar en esa habitación nunca más. No dejaré que vuelva a poner sus manos encima de ti jamás.

Capítulo 4

Miro sus ojos; ahora se ven muy tranquilos, cariñosos. Siento su pulgar deslizarse bajo mis ojos. Las lágrimas aún no han desaparecido y no creo que pueda controlar el hecho de que se vayan por un momento. Nunca creí que se portaría de tal manera. Jamás pensé que el chico que unos momentos atrás quería hacerme trizas me iba a tener entre sus brazos, iba a estar acariciando mi pelo y mucho menos iba a intentar tranquilizarme.

—Ya pasó, rubita. Tranquila. —Me abrazó más fuerte. Su mano se deslizaba por mi espalda de arriba abajo; me estaba empezando a tranquilizar. Noto cómo sus labios se acercan a mi cabello y deja otro beso ahí.

—Tú no sabes nada, Alex. Ese hombre de ahí me hizo ser quien soy ahora. Me destrozó la vida por completo. —La mirada de Alex se suavizó aún más con mis palabras. Todavía no había dejado de llorar, pero estaba más tranquila.

—¿Él? ¿Qué ocurrió? —Pasó su lengua por sus labios y yo bajé la mirada. Sinceramente, no quería contarle mi vida a un desconocido, pero en este momento tenía que soltar todo lo que tenía dentro y la única forma de hacerlo era contándoselo todo al chico que tenía delante.

—¿Quieres el resumen o lo prefieres con pelos y señales? —Tragué saliva con solo decirlo. Creo que pudo notar la incomodidad con la que dije la frase.

—Tranquila, Aria. Ahora estoy aquí contigo; él no puede hacerte nada. —Juntó sus labios en mi mejilla, pero aun así me hizo soltar una carcajada. Mi mirada se estremeció y volví a meter mi cabeza en el hueco de su cuello.

—Alex, ni tú ni nadie puede salvarme si él quiere volver a hacerme daño. Si quiere abusar de mí de nuevo, lo hará cuando quiera. —Tragué saliva al terminar de decir la frase.

La boca se me había quedado seca de tanto sollozar y la incertidumbre de tenerlo tan cerca me estaba haciendo empezar a temblar. Me había enfrentado a mi mayor temor y esta vez había sido yo quien había ganado la batalla.

—¿Abusó de ti? —Su mirada se volvió oscura como el cielo en plena tormenta—. ¿Cuándo pasó eso? ¿Qué te hizo?

Pude notar el dolor en su mirada, esos preciosos ojos azules me miraban con compasión. Quizá, debajo de toda esa coraza de hombre duro, había un pequeño corazón.

Un ángel caído del cielo, un ángel con un pasado oscuro. No creo que una persona que trabaje en este tipo de sitios sea especialmente una persona buena. Mi instinto me dice que las personas que trabajan en ellos son de esos tipos que alguna vez se han escapado de entrar en la cárcel. Del tipo de personas a las cuales no les importa hacer daño con tal de conseguir lo que quieren.

Si no fuera así, no creo que tuvieran a Luther aquí trabajando. No sé cómo alguien puede confiar en él. Con solo mirarlo, cualquier persona puede deducir que solo va a traer problemas. Su aspecto da miedo, y puedo sentir su presencia. Es como si, cuando está cerca, mi espina dorsal me lo advirtiera con uno de sus escalofríos.

En realidad, no creo que nadie debiera confiar en él. Nunca se puede esperar nada bueno de ese tipo de personas. A no ser que seas yo.

Quizá lo que me hizo estar con él fue mi propio deber de salvar a las personas de su pasado. Siempre me ha gustado cambiar la vida de la gente para bien. Desde que lo conocí no he vuelto a salvar a nadie; al revés, he metido a mucha gente en mi mundo. No es el mejor y lo sé, pero lo bueno es que cada cual hace lo que quiere aunque todos estamos en lo mismo.

No soy capaz de creer que alguien va a poder quererme nunca como me merezco. Soy bonita, sí, pero ¿eso de qué me sirve? No creo que nunca nadie me pueda querer de tal forma que me haga olvidar lo mal que se puede pasar cuando estás enamorado.

Bajo mi experiencia, la mayoría de los hombres solo piensan en ellos mismos. Son del estilo de: «Si me sirves para algo, bien; si no, no te quiero». Y ya estoy harta de ese tipo de hombres.

Quizá por eso me convertí en lo que soy, una mujer sin sentimientos. Una de esas personas que tienen una coraza, de las que no muestran lo que sienten y saben que nunca deben parecer débiles delante del resto.

—Lo conocí en el instituto. Yo tenía catorce años y jamás había besado a un chico. En el segundo semestre apareció con una sonrisa amigable a mi lado. Después de un tiempo realmente bueno me di cuenta de que me había enamorado de él. Todo el mundo me decía que no tenía que estar con él. Era cuatro años mayor que yo, pero me enamoré de un imposible. —–Mi voz iba desapareciendo conforme decía cada palabra.

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