–Me recuerda tantas cosas.
–¿Por la letra?
–Por el título, más bien, padre.
Desde la casa del coronel, al norte de la sierra, se alcanzaba a divisar la mismísima quinta de San Pedro Alejandrino. Era costumbre que, en su protocolo, antes de la partida de ajedrez, los dos la contemplaran entre admirados y reflexivos, como los futbolistas que escuchan el himno nacional antes del juego, y entonces el coronel siempre decía la misma frase: «Allí empezó todo, padre». Lo decía con su tono más reconcentrado y grandilocuente, tomándose un tiempo para escudriñarla una vez más con sus viejos anteojos militares antes de cedérselos a su rival e invitado, el párroco de Arellano. Este entonces solía iniciar la misma conversación:
–Y doscientos años después, aún seguimos con la vaina, coronel. ¿A quién le vamos a echar la culpa ya?
–No le quito la razón, padre. Realmente ya no hay excusas.
–¿Usted también tiene ascendencia vasca, como Bolívar?
–Española pero gallega: Pazos Pereira, de diez años antes de la Independencia. ¿Usted?
–Qué sé yo de dónde… Rodríguez López. Sé que tengo una tía abuela que aún vive cerca del Santander de España.
El coronel y el cura hablaban de política para enemistarse, de café para respetarse y nunca de ajedrez; a esto jugaban ferozmente sin tener que explicarse el uno al otro el porqué del baile de alfiles, caballos y torres. En su extremada rivalidad se daba la circunstancia de que nunca ninguno conseguía ganarle más de dos partidas seguidas al otro. Tal vez por eso los dos sabían que juntos, aunque muy distintos, respetándose, aprendían de sus diferencias y así llegarían más lejos también individualmente, cooperando en sus estrategias comunes, mientras eso fuera posible. Así, en privado, y también en público, escuchándose, y también entendiéndose en silencio con solo mirarse, sin hablarse se decían y se imaginaban lo que el futuro traería a la sierra; ellos en medio de todos, moviendo sus fichas, dirigiendo la jugada. Los dos conociendo el destino, las inquietudes y los movimientos del otro pero sin querer desvelarlos por miedo a que algo se descubriera antes de tiempo.
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