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Colección Sulayom
San José, Costa Rica
Primera edición, 2020.
© Uruk Editores, S.A.
© Andrea Mora Zamora
San José, Costa Rica.
Teléfono: (506) 2271-4824.
Correo electrónico: info@urukeditores.com
Internet: www.urukeditores.com.
Fotografía de portada: Pedro Martínez Sánchez (El Guionista Pedro).
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Impresión: Publicaciones El Atabal, S.A., San José, Costa Rica.
Para Ari
13 años de razones para preocuparse
por lo que significa ser mujer aquí.
Por las que pasan y van a pasar por lo que pasé yo,
por lo que pasamos nosotras.
Todas. Para que nuestras experiencias
se lo hagan más fácil.
Amor.
“El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”.
Simone de Beauvoir
Allá es mañana y aquí es ayer. Un viernes de un junio de un 2017.
Un aula universitaria con aire acondicionado a menos de 17 grados, para contrarrestar el infierno del sureste español.
Un profesor que pide que los alumnos se presenten.
Mitad latinos, mitad ibéricos. Todos hispanos.
—¿Tu nombre?
—Andrea Mora. 25 años. Costarricense.
—Y ¿qué te gusta hacer, Andrea?
—Yo escribo.
—Y ¿sobre qué escribes?
Cierran las ventanas, no hay aire afuera. El termómetro marca los 37 bajo sombra. Sofoca.
—Género. Escribo historias de mujeres.
—¡Pffff!
—¡Joder, macho!
—¿Feminazi, Andrea?
Latinoamérica se persigna.
El bufido generalizado ensordece… pero alcanzo a escuchar:
—¡El feminismo es una gilipollez, las mujeres estamos bien!
Y paro:
—Aquí, mae. Que no es lo mismo ser mujer aquí, que ser mujer allá. Y para que usted se entere de lo que es ser mujer allá, es que yo escribo.
Silencio.
***
En América Central, en una tierra llena de volcanes y rodeada de dos océanos, hay una bendecida nación entre Nicaragua y Panamá, donde ser mujer es una mierda.
Sí, puede que sea menos mierda que en otros sitios donde es más mierda, pero eso no le quita que, de todas maneras, sea una mierda.
Y de eso nadie habla.
Hablamos mucho de Keylor, de la Suiza Centroamericana, de la democracia más antigua de América, del país verde y lindo que el Instituto Costarricense de Turismo (ICT) le vende a Europa con la cara de un oso perezoso en una playa en Limón.
Pero de que ser mujer aquí es una mierda, nadie habla.
Y ya es hora.
De que hablemos de que si sos una mujer en Costa Rica, es casi un hecho que te van a toquetear antes siquiera de entrar al kinder.
Que posiblemente, vayás a tener que abortar en un baño; de que si te querés cuidar, tu novio te va a cortar porque ¡qué feo venirse con condón! y es casi un hecho que no te vas a morir sin haber sido víctima de violencia en una relación de pareja, por lo menos una vez en tu vida.
De que aquí te van a pagar un buen porcentaje menos solo porque no tenés pene ¡pero de que tranquila! el 8 de marzo, el INAMU te dará un 8% de descuento en zapatos y maquillaje, para que no te duela.
De que si en vez de las barbies te gusta más el fútbol, te van acusar de lesbiana, machorra, asquerosa. Pero de que si sos lesbiana, serás una mierda para el único estado confesional de Occidente ¡y carajo, ni qué decir si sos mujer pero tu cédula dice que sos hombre! Ahí sí que tu esperanza de vida no llegará ni a los 40 años.
De que tenés muchísimas más posibilidades aquí, en la tierra del Tuanis y el Pura Vida, de que te violen que en muchas de las otras.
De que naciste en la región que según la BBC, es la más horrible para ser mujer en el mundo y de que por eso tendrás que cuidarte hasta el último día de no ser de las que engrosan las listas de femicidios, aún no feminicidios, de este país.
De que en el 2017 fuimos 26 menos y en agosto del ‘18 ya superamos las 10 que cumplen los requisitos del Poder Judicial, mientras yo sigo revisando cada nombre y cada apellido para asegurarme de que no es Angie...
Ari cumple 14 años en noviembre. Usted y yo, querido lectxr, todo esto ya los sabemos. Pero ella no. Y en muchas otras latitudes, ellxs tampoco.
Por eso, este libro reúne las historias de 12 úteros que nacieron o habitaron en este suelo de 51 mil kilómetros cuadrados, para que la incomodidad de las agresiones de las que fueron víctimas haga que por su cabeza pese algo más que la preocupación sobre cómo le irá a ir a La Sele después de Rusia y así algún día, este país deje de ser Potencial Mundial en violencia de género.
Ari cumple 14 años en noviembre. Es por ella. Por ellas. Por ellas es que no nos callamos, que seguimos.
Por las que ya no están, por las que vienen.
Hijo de ayer, nacido en mañana.
El sol me pegaba en la frente en medio del parquecito detrás de Generales, mientras Mary me escribía desde la Asocia preguntándome por qué no me había visto.
“¿Cómo siguió?”
“¿Dónde está?”
“¿Va a venir a clases?”
Tres SMS’s. Seguidos. Uno tras otro.
Se suponía que estaba prohibido fumar en las inmediaciones de la UCR, pero yo, igual que los dos tipos que pasaron junto a mí en el camino de salida del Edificio de Sociales, siempre llegaba con mis tenis y mis libros a prenderme un Malboro blanco afuera de la Asociación de Estudiantes de Estudios Generales y a hablar de los tipos guapos del Consejo Superior Estudiantil y de la fiesta que me iba a pegar el próximo fin de semana, con aquella energía que todavía contagia e intimida a la gente.
Pero que a esa fecha esas cosas todo el mundo las llevaba tres semanas sin ver.
Y ese viernes ni yo, ni mis tabacos habíamos aparecido.
Mi bolso no reposaba desacomodado sobre los estantes de madera de la asocia y no, no estaba contestando el teléfono.
Un rato después y Mary, de nuevo, diciéndome que tenía hambre, que ocupaba almorzar.
Pero yo sabía que era más que eso. Que lo que le preocupaba es a donde estaría yo, echa una bomba de tiempo que en ese momento se escondía detrás de un árbol que solo dejaba ver lo azul de mis Converse.
—¿Alguien ha visto a Sofía? –me contará que preguntó mientras entraba a la asocia después de la clase de Socio.
—No, vino en la mañana, pero se fue temprano –había contestado Nicole, mientras le ayudaba a Johnny a terminar el discurso con el que esa tarde defenderían el presupuesto de la asocia, ante una FEUCR que solo buscaba recortar y recortar.
—¡Qué raro…! –diría ella mientras se sentaba, ya más que preocupada, en el enorme sillón de cuerina negra que, además de costar dos millones de colones, la asocia anterior había comprado sin razón aparente solo porque estaba muy chuzo.
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