Continué por largo rato sentado en la cama mientras mi mente trataba de procesar la noticia. "Mi papá muerto. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Estaba enfermo?". No recordaba indicio alguno que me hubiera llevado siquiera a pensar en una tragedia tal. Pensé en hacer una llamada de larga distancia, pero el costo era muy alto.
En ese momento fui consciente de que nadie me iba a aconsejar sobre qué decisión tomar. Tenía que ser yo y solo yo el que tomara las riendas de mi vida. Hasta entonces me había dejado llevar por los acontecimientos de cada día. Decidí llamar a Ingrid e informarle de mis planes.
Nos juntamos en el café de siempre. Estaba nublado. El cielo se mostraba gris y un viento helado calaba los huesos. Pronto empezaría a llover una mezcla de agua y nieve.
―Orlando, ¿por qué me estás presionando así? ―Su voz sonaba ahogada, a punto de prorrumpir en llanto.
―¿Cómo así? Es simple. Quiero que me digas ahora si te vas conmigo a Chile o no. Mi decisión está tomada. Termino mis estudios y vuelvo a mi patria. Si no me acompañas, voy solo.
―Pero lo habíamos conversado, Orlando. Incluso mis padres estaban de acuerdo en que nos casáramos, pero que viviéramos en Alemania. En Chile están ocurriendo cosas horribles. Ni siquiera tú deberías volver.
―Claro, así sin más. Nos casamos, vivimos en el paraíso germano y somos felices por siempre. ¡Qué infantil eres! ¿No te das cuenta de que los alemanes jamás han soportado a los extranjeros? Nos toleran por necesidad. Requieren de quien les barra las calles y soporte el calor infernal de sus acerías y fundiciones.
La mirada de Ingrid se ensombreció.
―¿Te puedo hacer una pregunta? ―dijo―. ¿Alguna vez me amaste de verdad o solo fui un pasatiempo, un trofeo para pavonearte con tus amigotes?
―Basta, es demasiado. No me has respondido. ¿Te vas conmigo o no?
Ella se acercó, me tomó por los hombros y clavó sus ojos azules en los míos.
―Aunque te parezca raro, yo te amé; aún lo hago, pero no me iré contigo. Si tienes que volver, hazlo solo, sin mí.
―¿Es tu palabra final?
Sin responder me dio la espalda y se alejó con lentitud. Juraría que lloraba.
―¿Ni siquiera vas a pensarlo? ―grité al aire.
***
Posé dos grandes maletas sobre mi cama para iniciar la labor del día: preparar el equipaje para retornar a Santiago de Chile. Parecía una tarea sencilla, pero no lo era. Le encargué a Norberto que vendiera mi auto y me enviara el dinero a Chile. Algo me presionaba el pecho como si no solo estuviera abandonando un país, sino más bien una etapa de mi existencia. La estadía en la ciudad alemana de Coburgo había sido una experiencia de dulce y agraz. Por mi cabeza pasaron en un instante, igual que pantallazos luminosos, mis vivencias más importantes. Recordaba la recepción que me brindaron las autoridades de la Sociedad Carl Duisbeg cuando arribé al aeropuerto de Frankfurt un helado día de diciembre de 1972, casi seis años atrás. No solo a mí. Más de cincuenta becados de países de los llamados "en vías de desarrollo " me acompañaban. Escuchaba una variedad increíble de lenguajes, pero predominaban los latinos. También recordé mi malogrado romance con Ingrid. Entonces, ya graduado de Ingeniero, estaba pronto a abandonar el hogar estudiantil, la ciudad y el país.
Mamá,
Llego a Santiago el 2 de septiembre en el vuelo 520 de la aerolínea SAS desde Frankfurt. Vayan a esperarme. Llego solo. No me casé.
Saludos,
Orlando
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.