En el tiempo de Adviento, la Iglesia despierta en nosotros la conciencia de los pecados que hemos tenido la desgracia de cometer, y nos invita, reprimiendo nuestros deseos y practicando la mortificación voluntaria del cuerpo, a recogernos en meditación y a experimentar un deseo anhelante de volver a Dios, que es el único que puede librarnos por su gracia de la mancha del pecado y de sus malas consecuencias.
Históricamente, esta visión es relativamente reciente. Al principio, el Adviento era exclusivamente litúrgico, no ascético, tanto en Roma como en Ravena. En los siglos viii y ix, cuando la liturgia de la ciudad de Roma se extendió al norte de los Alpes, donde el ayuno y la abstinencia habían formado parte de la preparación para la Navidad o la Epifanía,50 las gentes de esos lugares interpretaron el tiempo de Adviento como un camino hacia esa celebración. Aunque esto no tuvo consecuencias en los textos de las misas, en el siglo xii se relacionó con el uso de vestimentas moradas, de la supresión del Gloria y, entre semana, de la omisión del Aleluya.51
En resumen, las variaciones del nombre, del contenido, de la extensión y de la ubicación de los textos de Adviento en los libros litúrgicos que hemos analizado, muestra que de algún modo este tiempo litúrgico fue evolucionando hasta el siglo xiii y el modo de identificar sus domingos no se fijó hasta 1604. Despojado de la mayor parte de su dimensión escatológica, sin el título Adventus Domini con sus evocaciones neotestamentarias, reducido de seis a cuatro domingos, situado inmediatamente antes de la Natividad del Señor, celebrado con ropas moradas, el tempus Adventus en el rito romano, hasta la reforma posconciliar, fue parcialmente penitencial y tenía como único objetivo preparar a los fieles a la celebración de la Navidad. Así sigue en la forma extraordinaria, siendo bastante diferente este tiempo litúrgico en la forma ordinaria. Vamos a presentar ambos planteamientos, comenzando por el Misal de 1962.
3. El «Misal Romano» de 1962
3.1. Domingos
3.1.1. Oraciones
En el Misal Romano de 1962, las tres oraciones presidenciales (oratio, secreta y postcommunio) derivan del Sacramentario del papa Adriano.52 En ninguna de estas oraciones se menciona la venida de Cristo en gloria, su regreso como juez, el fin del mundo o de cualquier otro evento escatológico. Tres de ellas hacen referencia explícita a la preparación de la Navidad. La oración después de la comunión del primer domingo pide que
nos preparemos con los honores debidos
a la solemnidad de nuestra redención que se aproxima.
La del tercer domingo pide que
estos divinos auxilios … nos preparen
para las solemnidades que se aproximan.
Y la colecta del miércoles de la tercera semana, el primer día de las témporas, pide
que la solemnidad venidera de nuestra redención
dé los auxilios para la vida presente
y nos conceda los premios de la eterna bienaventuranza.
Esto muestra que el Adviento papal de los siglos vii y viii, preservado en el Misal Romano de 1962, era un período de tiempo dedicado no a preparar a los fieles a encontrarse con el Señor en su parusía, sino a prepararlos para la celebración litúrgica de su nacimiento y dogmáticamente se vivía como una fiesta de redención. La oración colecta del segundo domingo lo expresa más claramente. Aludiendo al evangelio del día, Mateo 11,2-10, que presenta a Juan el Bautista como el enviado para preparar el camino del Señor, pide:
Despierta, Señor, nuestros corazones
para que preparemos los caminos de tu Unigénito,
para que por su venida [per ejus adventum]
merezcamos servirte con el ser purificado.
La primera palabra de esta oración, «despierta», que traduce el latín excita, es la petición inicial de tres de las cuatro oraciones colectas de los domingos: el primero, el segundo y el cuarto. En el segundo domingo, se pide a Dios que «despierte nuestros corazones». En el primer y en el cuarto domingo, se le pide que mueva su fuerza y venga. Esa audaz petición, «Excita, quaesumus, Domine, potentiam tuam et veni», proviene del salmo 79,3 y se canta como gradual y como Aleluya del tercer domingo. La repetición de esta petición en las oraciones y cantos de Adviento es uno de los elementos que hacen que este tiempo sea tan única.
3.1.2. Lecturas
En la misa tridentina solo hay dos lecturas bíblicas para cada domingo, denominadas epístola y evangelio. Las lee el sacerdote en ambos lados del altar, derecho e izquierdo respectivamente, y no se encuentran en un libro separado, el Leccionario, sino en el Misal, al igual que los cantos asignados para el día. El Misal contiene, por tanto, todos los textos que un sacerdote necesita para celebrar la misa. Ayudado de uno o dos ministros, lee todas las oraciones, las lecturas y los cantos. Aunque en la misa solemne un subdiácono canta la epístola, un diácono canta el evangelio y un coro canta los cantos apropiados, se requiere que el sacerdote lea también todo esto en silencio o en voz baja. De modo que la misa tridentina está organizada en función de un único sacerdote que ofrece la misa él solo. Cuando el coro y la asamblea cantan el Kyrie, el Gloria, el Credo, el Sanctus y el Agnus Dei, o cuando otros ministros cumplen sus correspondientes funciones, al sacerdote no le afecta. Él actúa del mismo modo estén presentes o ausentes.
Para los cuatro domingos de Adviento hay un total de ocho lecturas en el Misal Romano de 1962: cuatro epístolas y cuatro evangelios. Excepto el evangelio del cuarto domingo, todas ellas se encuentran en el Leccionario de Murbach,53 aunque en distinto orden y generalmente con emparejamientos diferentes entre epístolas y evangelios. Por ejemplo, el relato del Hijo del hombre que viene en una nube de Lucas 21,25-33, prescrito para el primer domingo en el Misal Romano de 1962, figura el tercer domingo en el Leccionario de Murbach. Y se leía juntamente con Romanos 15,4-13, que en el Misal Romano de 1962 se lee el segundo domingo con Mateo 11,2-10.
De modo que, en las fuentes primitivas, encontramos las mismas lecturas pero en posición diferente. La distribución de los evangelios en el Misal tridentino de 1570 y, consecuentemente, en el Misal Romano de 1962 sería más lógico: el primer domingo, la venida del Hijo del hombre con gran poder y majestad (Lc 21,25-33), y en los siguientes tres domingos encontramos a Juan el Bautista, en el segundo domingo dando Jesús testimonio de él (Mt 11,2-10), en el tercero es Juan Bautista quien se autodefine ante Jesús (Jn 1,19-28), y en el cuarto la inauguración solemne de la predicación del precursor (Lc 3,1-6), que es una repetición del evangelio del día anterior, sábado de las témporas. Pero las epístolas de estos domingos no tienen conexión intrínseca con los evangelios.
Cyrille Vogel explica que en el Comes y el Evangeliario de Würzburg las listas de epístolas y evangelios «son romanas y están hechas por el mismo redactor, pero proceden de diferentes épocas y no se corresponden entre sí».54 Prosigue:
Las Iglesias usaban libros de lecturas que provenían de diferentes épocas y pertenecían a diferentes tipos. El hecho de que un leccionario romano, o más bien un leccionario romano-franco como el Leccionario de Murbach, prevaleciera finalmente en Occidente es un resultado accidental de la romanización del culto producida por los reformadores carolingios. En ningún lugar se puede encontrar un intento sistemático de organizar un sistema de lecturas.55
Esto solo se producirá después del Concilio Vaticano II.
3.1.3. Cantos
Todos los textos cantados de los primeros tres domingos de Adviento del Misal Romano de 1962 ya se encuentran en los seis manuscritos más antiguos del antifonario romano, que datan de los siglos viii-ix. Esta unanimidad, especialmente respecto al versículo del Aleluya, lleva a René Jean Hesbert, editor del Antiphonale Missarum Sextuplex, a señalar que «estamos en presencia de una primitiva organización».56 Por las razones que vamos a explicar, la elección de los cantos para el cuarto domingo difiere ligeramente en los manuscritos, tres de ellos no mencionan ningún canto debido a la falta de una misa dominical después de la vigilia del sábado por la noche. El Misal Romano de 1962 reproduce el manuscrito que toma los cantos para el cuarto domingo de las témporas del miércoles.
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