Hay dos caminos hacia el interior de estos tesoros, pese a que antes solo había uno. En el cruce, o sea, a la entrada de los dos caminos, hay un hombre que, gritando a tres hombres que toman el segundo camino, les dice: ‘¡Escuchad, escuchad lo que tengo que deciros! Si no queréis escuchar, al menos emplead vuestros ojos para ver que lo que digo es cierto. Si no queréis usar ni vuestros oídos ni vuestros ojos, al menos usad vuestras manos para tocar y daros cuenta de que no hablo en falso’. Entonces, el primero de ellos dice: ‘Vamos a atender y ver si lo que dice es cierto’. El segundo hombre dice: ‘Todo lo que dice es falso’. El tercero dice: ‘Sé que todo lo que dice es cierto, pero no me importa’.
¿Qué son estos dos tesoros sino amor por mí y amor por el mundo? Hay dos senderos hacia estos dos tesoros. El rebajarse uno mismo y la completa autonegación conduce a mi amor, mientras que el deseo carnal conduce al amor del mundo. Para algunas personas, la carga que soportan en mi amor parece hecha de plomo, porque cuando tienen que ayunar o mantener la vigilia, o practicar la restricción, piensan que están acarreando una carga de plomo. Si tienen que oír burlas e insultos porque emplean tiempo en la oración y en la práctica de la religión, es como si se sentaran sobre clavos, siempre es una tortura para ellos.
La persona que desea estar en mi amor, primero tiene que revertir el plomo, o sea, hacer un esfuerzo para hacer el bien anhelándolo con un deseo constante. Entonces levantará un poquito, paulatinamente, o sea, hará lo que pueda, pensando: ‘Esto lo puedo hacer bien si Dios me ayuda’. Entonces, perseverando en la tarea que ha asumido, comenzará a cargar con todo lo que antes le parecía plomo, con una disposición tan alegre que todos los trabajos o ayunos y vigilias, o cualquier otro trabajo, será para él tan ligero como una pluma.
Mis amigos descansan en un lugar que, para los malvados y desidiosos, parece estar cubierto de espinas y clavos, pero que a mis amigos les ofrece el mejor reposo, suave como las rosas. El camino directo hacia este tesoro es desdeñar tu propia voluntad. Esto sucede cuando un hombre, pensando en mi pasión y muerte, no se preocupa de su voluntad sino que resiste y lucha constantemente para mejorarse. Pese a que este camino es algo difícil al principio, aún hay un montón de placer en este proceso, tanto que todo lo que en un principio parecía imposible de cargar se llega a volver muy ligero, de forma que uno puede decirse con toda razón a sí mismo: ‘Leve es el yugo de Dios’.
El segundo tesoro es el mundo. Ahí hay oro, piedras preciosas y bebidas que parecen deliciosas, pero que son amargas como veneno cuando se prueban. Lo que ocurre a todos los que llevan el oro es que, cuando su cuerpo se debilita y sus miembros fallan, cuando su médula se desgasta y su cuerpo cae en tierra debido a la muerte, entonces dejan el oro y las joyas y no merecen más que barro. Las bebidas del mundo, es decir, sus placeres, parecen deliciosos, pero cuando llegan al estómago debilitan la cabeza y hacen pesado al corazón, arruinan el cuerpo y la persona entonces se marchita como el heno. A medida que se aproxima el dolor de la muerte, todas estas delicias se hacen tan amargas como el veneno. La propia voluntad conduce a este deseo, cuando una persona no se preocupa de resistir sus apetitos y no medita sobre lo que Yo he ordenado y sobre lo que he hecho, sino que en todo momento hace lo que se le antoja, sea lícito o no lo sea.
Tres hombres caminan por este sendero. Me refiero a todos los réprobos, todos aquellos que aman al mundo y a su propio deseo. Yo les grito desde el cruce de caminos, a la entrada de los dos, porque al haber venido en carne humana he mostrado dos caminos a la humanidad, en concreto uno para ser seguido y el otro para ser evitado, o sea, un camino que lleva a la vida y otro que conduce a la muerte. Antes de mi venida en carne tan sólo había un camino.
En él todas las personas, buenos y malos, iban al infierno. Yo soy el que clamé y mi clamor fue este: ‘Gentes, escuchad mis palabras, que conducen al camino de la vida, emplead vuestros sentidos para comprender que lo que digo es verdad. Si no las escucháis o no podéis escucharlas, entonces al menos mirad –o sea, emplead la fe y la razón—y ved que mis palabras son ciertas. De la misma forma que una cosa visible puede ser percibida por los ojos del cuerpo, así también lo invisible se puede percibir y creer mediante los ojos de la fe.
Hay muchas almas simples en la Iglesia que hacen pocos trabajos, pero que se salvan gracias a su fe, por creer que soy el Creador y redentor del universo. Nadie hay que no pueda comprender o llegar a la creencia de que Yo soy Dios, tan sólo si considera cómo la tierra contiene frutos y los Cielos producen la lluvia; cómo se hacen verdes los árboles; cómo subsisten los animales, cada uno en su especie; cómo los astros son útiles al ser humano, y cómo ocurren cosas contrarias a la voluntad del hombre.
Partiendo de todo esto, una persona puede ver que es mortal y que es Dios quien dispone todas estas cosas. Si Dios no existiera todo estaría en desorden. Por consiguiente, todo ha sido creado y dispuesto por Dios, todo se ha ordenado racionalmente para la propia instrucción del ser humano. Ni siquiera la más mínima cosa existe ni subsiste en el mundo sin razón. Por tanto, si una persona no puede entender o comprender mis poderes debido a su debilidad, al menos puede ver y creer por medio de la fe.
Pero si aún --¡oh hombres!—no queréis emplear vuestro intelecto para considerar mi poder, podéis usar vuestras manos para tocar las obras que Yo y mis santos hemos realizado. Son tan patentes que nadie puede dudar de que se trata de obras de Dios ¿Quién, sino Dios, puede resucitar a los muertos o devolverle la vista a un ciego? ¿Quién sino Dios expulsa a los demonios? ¿Qué he enseñado que no sirva para la salvación del alma y del cuerpo, y sea fácil de llevar?
Sin embargo, el primer hombre o, más bien, algunas personas dicen: ‘¡Escuchemos y comprobemos si esto es cierto!’ Estas personas están algún tiempo a mi servicio, pero no por amor sino como experimentación y a imitación de otros, sin renunciar a su propia voluntad sino tratando de conjugar su propia voluntad junto con la mía. Éstos se encuentran en una peligrosa posición porque quieren servir a dos maestros, aunque no pueden servir bien a ninguno de los dos. Cuando se les llame, serán recompensados por el maestro que más amaron.
El segundo hombre, es decir algunas personas, dicen: ‘Lo que dice es falso y la Escritura es falsa’. Yo soy Dios, el Creador de todas las cosas, nada se ha creado sin mí. Yo establecí los testamentos nuevo y antiguo, ambos salieron de mi boca y no hay falsedad en ellos porque Yo soy la verdad. Por ello, aquellos que digan que Yo soy falso y que las Sagradas Escrituras son falsas, nunca verán mi rostro porque su conciencia les dice que Yo soy Dios, pues todo ocurre según mi deseo y disposición.
El Cielo les da luz, ellos no se pueden alumbrar a sí mismos; la tierra da frutos, el aire hace que fecunde la tierra, todos los animales tienen ciertas disposiciones, los demonios me confiesan, los justos sufren de manera increíble por su amor a mí. Ellos ven todo esto y aún no me ven. Podrían verme en mi justicia, si considerasen cómo la tierra se traga a los impíos o cómo el fuego consume a los malvados. Igualmente, también podrían verme en mi misericordia, cuando el agua fluyó de la roca para los rectos o las aguas se abrieron para que pasaran ellos; cuando el fuego no les quemó, o los Cielos les dieron alimento como la tierra. Pues por ver todo esto y aún decir que miento, éstos nunca verán mi rostro.
El tercer hombre, o sea, ciertas personas, dicen: ‘Sabemos muy bien que Él es Dios en verdad, pero no nos importa’. Estas personas serán atormentadas eternamente, porque me desprecian a mí, que soy su Señor y su Dios. ¿No es un grandísimo desprecio por su parte usar mis regalos y rehusar a servirme? Si al menos hubieran adquirido todo eso por su cuenta y no enteramente por mí, su desdén no sería tan grande. Pero Yo daré mi gracia a aquellos que comiencen voluntariamente a revertir mi carga y luchen con un deseo ferviente de hacer lo que puedan.
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