Un día en la vida de...
ISBN edición impresa: 978-956-12-2910-5.
ISBN edición digital: 978-956-12-2894-8.
14ª edición (nuevo diseño): mayo de 2019.
Obras Escogidas
I.S.B.N.: 978-956-12-2911-2.
15ª edición (nuevo diseño): mayo de 2019.
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Editora asistente : Camila Bralic Muñoz.
Director de Arte : Juan Manuel Neira Lorca.
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Índice
Los celos de Afrodita
Un esposo invisible
La visita
La trampa
La noche fatal
La venganza
Las pruebas
Curiosidad mortal
Nota de las autoras
Glosario
Bibliografía
Los celos de Afrodita
Hubo un tiempo en la antigua Grecia en que los dioses bajaban a la tierra y se enamoraban de los mortales. Los días eran entonces largos como meses y los meses podían ser tan cortos como un día. Fue en esa época cuando sucedió esta historia de amor entre el irresistible Eros y la bella Psiqué.
Psiqué era la menor de las tres hijas de un rey. Poseía una belleza tan rara y espléndida que los hombres a su paso se prosternaban, llenos de admiración; juntaban el índice y el pulgar y, llevándolos a los labios, la reverenciaban como a una diosa. Muchos comenzaron a decir que ella había nacido de las profundidades del azul; otros llegaron a asegurar que la Tierra misma había engendrado una nueva Afrodita, más hermosa aún que esa diosa nacida en la espuma del mar.
Estos rumores crecieron día a día: llegaron hasta las islas vecinas y más lejos aún; se extendieron a las tierras lejanas, sobrevolaron montañas, hasta que, finalmente, llegaron a los oídos divinos de Afrodita.
–¡Veo que una simple mortal pretende usurpar los honores que se me rinden! –exclamó Afrodita, pálida de rabia–. ¡Pronto Psiqué se arrepentirá de su criminal belleza!
Y, sin esperar un segundo, llamó a su hijo Eros, el muchacho capaz de alterar las vidas más pacíficas cuando dispara sus flechas de pasión.
Apenas apareció el buenmozo joven, cargando en su hombro las armas enfundadas en el carcaj, lo tomó por una mano y, sin decir palabra, lo condujo a la ciudad donde vivía Psiqué.
–Hijo mío –habló Afrodita–. Aquí vive una mortal que se ha permitido ponerse a mi altura y rivalizar con mi belleza –la diosa temblaba de indignación–. Yo te ruego que vengues a tu madre. Es necesario que esta joven engreída se enamore perdidamente del último de los hombres, del más miserable, del más horroroso. ¡Clava una de tus flechas en su corazón y asegúrate de que cerca de ella se encuentre alguien así!
Luego de decir esto, besó a su hijo innumerables veces y partió en su carro, dejando tras sí una estela de cenizas.
Mientras tanto, Psiqué se lamentaba. Pese a ser tan hermosa, vivía triste y sola: ni reyes, ni príncipes, ni plebeyos se atrevían a acercársele. La veían como una inaccesible estatua a la cual no osaban amar. Así, las dos hermanas mayores de Psiqué, aunque poco agraciadas, ya tenían esposo e hijos. En cambio ella iba derecho a ser una bella solterona amargada.
Un buen día, el padre de Psiqué decidió
consultar el Oráculo de Apolo: él sabría decirle qué destino esperaba a su hija.
Por desgracia, la respuesta del dios solo le trajo más penas:
Tu hija encontrará un esposo
en la cumbre de la montaña rocallosa.
Él es un monstruo abominable:
solo goza con el dolor ajeno
y se alimenta de llantos y suspiros.
Es el terror de los dioses:
hasta Zeus tiembla con sus fechorías.
Su ponzoña hiere el alma
esparciendo sin ton ni son
un veneno que enloquece...
Si ese hogar ya estaba triste, luego del vaticinio del oráculo perdió la esperanza. Todo se transformó en lamentos: la madre sollozaba clamando al cielo, los esclavos lloraban escondidos tras las puertas y el pueblo entero participó, atónito, de la tragedia que se cernía sobre la muchacha.
Hasta que una tarde Psiqué, cansada de que la compadecieran, partió hacia la cumbre de la montaña: si debía cumplir con su destino –un marido monstruoso y cruel–, que fuera lo más rápido posible. Caminó y caminó; bajó al valle y subió el monte. Y allí, en medio de un viento que refrescaba su rostro y jugaba con los pliegues de su túnica, se dijo que la vida no podría ser tan triste, por mucho que el oráculo se lo hubiera vaticinado. ¿Por qué ella, joven, llena de ilusiones y deseos de vivir, estaba condenada a compartir el resto de sus días con un esposo quizás viejo, mal genio y monstruoso? ¿Por qué los dioses la trataban así? ¿Qué había hecho de malo? ¿A qué dios habría ofendido sin saberlo?
Un poco antes de llegar a la cumbre se tendió sobre el césped mullido de flores y miró el cielo en busca de una respuesta. Y mientras pensaba que hasta esas nubes que se entretenían dibujando caprichosas figuras eran más felices que ella, se quedó profundamente dormida.
A pocos metros de ahí, escondido tras unos matorrales, unos ojos la observaban. Era el dios Eros, que había llegado hasta el lugar siguiendo las instrucciones de su madre. Se acercó, cauteloso. Y tan admirado quedó al contemplar ese bellísimo rostro dormido, que no se fijó donde pisaba. Entonces quiso el destino que su pie tropezara en la única piedra que había en el prado, y también quiso que una flecha cayera de su carcaj y le arañara una pierna. Así, y aún antes de darse cuenta de lo que había sucedido, descubrió que estaba perdidamente enamorado de la que iba a ser su víctima. Solo atinó a tomarla entre sus brazos y a volar con ella hacia su palacio en la cumbre de la montaña rocallosa.
Por primera vez una flecha de Eros había herido de amor a su propio dueño.
La civilización de los dioses
Los antiguos griegos necesitaron de los mitos para entender el mundo; y sus dioses fueron creados por una necesidad poética. Homero y Hesíodo, los dos grandes poetas griegos fueron quienes, al recoger la tradición épica, les dieron sus características, sus poderes especiales y sus formas.
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