Valeria Armas Nuñez
Primera edición: febrero 2021
Segunda edición: Abril 2021
©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L
© Del texto 2020, Valeria Armas nuñez
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©Edición, Fernando Olivares
©Maquetación, Gabriel Solorzano
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ISBN: 978-9942-8581-1-5
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DEDICATORIA
Para todas las personitas que hemos tenido un amor platónico en nuestra vida. Para todos quienes sentimos, en algún momento, esa descarga de electricidad al cruzar mirada con quien nos tenía obsesionada. Me incluyo.
Prólogo
Tenía siete años cuando mamá me llevó a un centro recreacional para pasar el día con papá. Todos los niños llevaban sus trajes de baño, juguetes inflables y flotadores para disfrutar el agua de la piscina yo, en cambio, había decidido usar una vieja bata de doctor que papá me regaló en mi cumpleaños y, en lugar de juguetes, cargaba una maletita de primeros auxilios. En ese entonces, estaba alucinado con la idea de ser un doctor. Todos los niños querían ser astronautas, policías, cantantes, futbolistas, y yo, quería salvarle la vida a alguien. Esa idea se había metido en mi cabeza desde que vi los casos de emergencias bizarras mientras tomaba desayuno para ir a la escuela. Exactamente los días en que papá y mamá tenían tiempo de encenderme la televisión por las mañanas.
Cuando mis padres discutían acerca de algo a lo que llamaban “nuestro futuro”, decidí unirme a la fila de niños que estaban a punto de lanzarse desde el trampolín más alto de la piscina. No había adultos alrededor, solo estaban ellos y la certeza de que algo iba a terminar mal esa tarde.
Fui porque no quería seguir oyendo a mis padres, además mamá siempre terminaba llorando, papá abrazándola y entonces siempre decidían regresar a casa, así que solo caminé hacia ellos con mi botiquín colgando de un brazo. Subí las escaleras una a una, sin mirar atrás porque si lo hacía, terminaría por caer al vacío. Cerré los ojos y tomé un respiro. Cuando finalmente conseguí subir, me acerqué a los niños, uno de ellos me miró de arriba hacia abajo y empezó a susurrarle algo en el oído al otro. Pude oír la frase “Se ve como un idiota”.
—No le salvaré la vida a estos cretinos —pensé.
Decidí irme, pero entonces ella apareció.
Una niña pequeña de cabello rubio atado en dos coletas y un traje tonto de bolitas de colores, subía las escaleras con más valentía de la que yo tuve. Llegó a la plataforma y me sonrío, luego tomó mi mano y me zafé. Terminó por sacarme la lengua y seguir caminando.
La he visto antes, fue lo primero que me llegó a la mente.
Formó parte del grupo de niños que se debatían entre saltar o no, hasta que el primero de a fila, precisamente el que había dicho que me veía como un idiota, subió el mentón y le volvió a susurrar algo en el oído a su amigo. Todos los niños rieron, pero yo temblé y me quedé ahí, viendo como todos le hacían camino a la pequeña.
—Eres una bebé y debes bajarte —le dijo una de ellas.
—Yo no soy una bebé, soy una princesa —contestó.
Me quedé quieto y en un rincón de la plataforma, viendo como la pequeña tomaba un gran respiro y estiraba los brazos hacia arriba. Avancé un paso cuando la vi saltar hacia el agua.
Todos nos acercamos al borde. Los niños aplaudieron y empezaron a reírse, pero yo me quedé observando la superficie, apretando más fuerte mi botiquín y esperando a que emerja. No lo hizo.
¡Se está ahogando! gritaron y luego empezaron a bajarse uno por uno mientras chillaban ¡Mamá! ¡Mamá! cada dos segundos. Sin embargo, era muy poco probable que nos oyeran desde aquí. Todos los adultos estaban en el patio de comidas, disfrutando sin saber que una niña estaba a punto de ahogarse. Así que lo hice. Apreté mi botiquín fuerte y cerré los ojos. Salté.
Después de eso, solo recuerdo los llantos de una mujer, la sangre en el rostro de la pequeña y a mi madre abrazándome mientras me decía: “Estoy orgullosa de ti, mi amor. Has salvado una vida. Ahora ella tendrá la oportunidad de ser lo que quiera ser y tú, con seguridad, serás un gran doctor”.
Primer Intento
Defne
Cuando termino, mis manos aferradas a los pinceles deshacen su agarre. Estos caen al piso y rebotan un par de veces hasta que el sonido se apaga. Mi mirada deambula por cada pincelada que acabo de dejar sobre el lienzo. La pintura está fresca y tiene un olor característico que aspiro. Me gusta el olor de la pintura, aunque suene extraño para algunas personas, a mí me trae buenos recuerdos.
Pintar es una de las actividades que más amo. Pocas personas lo saben, solo mi mejor amigo, mi madre y una vez el padre que un día me abandonó. Pero esa es otra historia.
Mi obra de arte se ve bien, lo suficiente para entrar en una galería y mostrársela a todo el mundo, pero no puedo exponerla de esa manera. Si lo hago, estaría exhibiéndome a mí misma, incluyendo mis sentimientos más tontos.
Me gusta un chico, un chico que no está dentro de mi línea de conquistas, un chico que no está dentro de mi radar, ni posibilidades. Un chico imposible. Un chico cuyo rostro que acabo de pintar.
No es algo perturbador, ni bizarro, pero si tenemos en cuenta la cantidad de veces que he tratado de ignorar mis sentimientos hacia él, diría que es penoso. Estoy muy segura de que, si mi mejor amigo se entera de esto, me abofetearía hasta cansarse no sin antes enseñarme el dedo de en medio y gritarme lo idiota que soy.
“Deja las drogas, rubia. Él tiene novia”.
Sí, esa sería la primera frase que Larry diría si ve el retrato que le hice a “N.T.L.T”.
N.T. L.T., es el código que utilizo para llamar al chico que me encanta. El resumen de: No te lo tirarás, frase motivadora que utiliza Larry todas las mañanas, exactamente en el momento que nos cruzamos con él. Con Loann Cooper.
Él es una mezcla vilmente dulce de todo lo que conlleva ser imperfecto. No es un chico común y corriente al cual le puedo llamar lindo, no. No puedo definirlo como un tipo malo y egocéntrico porque, definitivamente, él es diferente. Posee la inteligencia de Albert Einstein y el atractivo de un modelo de revista. Y, como todos, tiene defectos. Uno de ellos, y el más terrible, es su pésimo tacto para decir las cosas además de la frialdad con la que emite cada palabra que sale de sus divinos labios. Todo eso lo transforman en alguien insoportable para muchos, pero para mí es un trago de vida.
Sonrío.
Por primera vez en mucho tiempo, he dejado mi vacío círculo de amigos para hacer lo que en verdad me agrada. He sacrificado la mejor fiesta de bienvenida a clases, solo para dedicarme toda la tarde a pintar el rostro del chico que me gusta. Y eso me encanta.
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