Ya el año anterior una multitud de langostas había comido casi toda la avena, trayendo hambruna y muchas otras penurias, fue opinión universal que, si el Magistrado no hubiese ayudado a muchos con el dinero público y ordenado que se premiase a aquellos que mataban una cierta cantidad de langostas, el año siguiente una buena parte de la ciudadanía habría muerto de hambre. Fue tal la miseria que los más pobres, no teniendo con que matar el hambre se habían visto obligados a comer hierba, como las bestias, y un poco de sémola.
Mientras, los dos jóvenes, jadeantes, habían llegado a lo alto de la cuesta, habían recorrido un pequeño tramo de Via Roccabella y habían desembocado en Piazza Colocci, iluminada por el sol de una espléndida jornada de julio, parándose a admirar la fachada del Palazzo del Governo, conocido por la mayoría como Palazzo della Signoria.
―No veo por qué se insiste en llamarlo Palazzo della Signoria cuando en Jesi nunca ha existido un señorío ―dijo Lucia volviéndose hacia su erudito compañero y esperando su competente intervención.
―Y, en efecto, Jesi era una república, como se cuenta en diversas inscripciones sobre las imágenes de las paredes de este palacio. Una república, de todas formas, subyugada al más alto poder papal que extendía hasta aquí sus alas protectoras: Rex Publica Aesina, Libertas ecclesiastica – Alexander VI pontifex maximus. Esto para recordar a todos que el mismo Papa Alessandro VI, en el año 1500, inauguró y bendijo este palacio, obra del arquitecto Francesco di Giorgio Martini, concediendo a la ciudad de Jesi que continuase siendo una república independiente y poder seguir decorando el símbolo de la ciudad, el león rampante, con la corona real, siempre y cuando fuese sierva del poder de la Iglesia y al mismo tiempo aceptase la importante presencia de un legado pontificio.
―Interesante. Por lo tanto el nombre Palazzo della Signoria es evidente que está ligado al arquitecto que lo ha realizado y que es uno de los que proyectaron el Palazzo Vecchio en Firenze. ―En ese momento Lucia posó la vista sobre la imagen en mármol, que representaba en relieve al león rampante, que tenía encima una falsa corona de bronce. Debajo de la figura, una inscripción en un latín poco comprensible. ―Parece que esa corona, encima del león, tenga poco que ver con el resto de la obra. ¿Por qué el escultor que ha realizado la obra no ha esculpido también la corona encima de la cabeza del león? ¿Y esa inscripción? Un latín bastante chapucero, diría yo. ¡Ni siquiera las fechas están escritas correctamente!
MCCCCLXXXXVIII
AESIS REX DEDIT FED IMPRESORCORONAVIT RES P. ALEX
VI PONT INSTAURAVIT
―Es verdad ―contestó Andrea ―Es un latín bastante macarrónico, pero qué le vamos a hacer, estamos entre el final del 1400 y el inicio del 1500. Quizás la gramática latina había caído en el olvido. Pero el sentido de la frase es que en el año 1498, con la bendición del Papa Alessandro VI, Rodrigo Borgia, en la fachada del Palazzo della Signoria de Jesi al león rampante se le añadió la corona, en honor a que fue la ciudad en que nació el Emperador Federico II. Pero si levantas la mirada ves también que el Papa hizo añadir otra figura, la que representa las llaves cruzadas, símbolo del Vaticano, y la frase LIBERTAS ECCLESIASTICA – MCCCCC, para reforzar el concepto del que hace poco estábamos hablando.
―Si intentamos traducirla literalmente, el sentido de la frase me parece un poco distinto ―continuó Lucia ―Si tomamos al león como sujeto implícito de la frase, se podría traducir: Re Esio lo dio, Federico Emperador lo coronó, como símbolo de la Res publica, Alessandro VI Pontífice lo instauró. O sea, Rey Esio, el mítico fundador de la ciudad de Jesi, indicó el león cómo símbolo de la misma; a continuación, el Emperador Federico II, que nació aquí en Jesi, lo hizo coronar proclamando la ciudad real, es decir fiel al Imperio; en fin, el Papa Alessandro VI hizo instalar el símbolo sobre la fachada del palacio, remarcando el hecho de que Jesi, de todas formas, permanecía como república independiente, aunque sujeta a la autoridad eclesiástica.
Incrédulo, Andrea quedó un momento en silencio, luego volvió a hablar, no sin un poco de escepticismo.
―Debería consultar algunos textos para responderte de manera adecuada. En cualquier caso, tienes razón sobre un hecho: la corona de bronce ha sido añadida de manera postiza en un momento posterior a la ejecución de la auténtica escultura.
Todo se iluminaba a causa de ella: ella era la sonrisa que iluminaba todo, por todas partes
(León Tolstoi: Ana Karenina)
Las luces de la tarde formaban sombras siniestras sobre los rostros de la multitud furiosa. Lucia se dio prisa remontando la Costa dei Pastori, recorrer en diagonal la oscura calle que pasaba por debajo de los muros de la Rocca y entrar en la Piazza del Governo, antes de que el primero de los facinerosos llegase a aquel lugar subiendo la Costa dei Longobardi. Subió los tres escalones que conducían al atrio de la Iglesia de Sant’Agostino, quedando, de esta manera, en una posición más elevada con respecto a la plaza. Enfrente de ella, por la parte opuesta de la plaza, se erguía el Palazzo del Governo, terminado hacía poco y rematado asimismo en el interior gracias a la obra de ilustres arquitectos, entre los cuales se encontraban Giovanni di Gabriele da Como, Andrea Contucci, llamado el Sansovino, y otros insignes escultores y tallistas de madera. Tan sólo el maestro tallista debía completar todavía su trabajo: le había sido asignado la delicada misión de tallar y trabajar el relieve de los techos de la Sala Grande, de la de la cancillería, de la Camera del Podestá y de otras habitaciones.
Cuando las primeras personas armadas con rudimentales utensilios, como horcas, hachas, azadas, pero también cuchillos y lanzas encontradas quién sabe dónde, comenzaron a llegar protestando a la Piazza del Governo, Lucia intentó alzarse en toda su altura, para hacerse notar por todos, sobreponiéndose a la multitud. Estaba emocionada, se le encogía el corazón, no sabía si las palabras que saldrían de su boca serían las justas. Pero debía intentar el todo por el todo. Alguien la reconoció, señalándola a los otros, a aquellos que poco a poco estaban invadiendo la plaza.
―¡Es la noble Lucia Baldeschi! ¡La prometida del añorado Capitano del Popolo!
―¡Cierto, si hubiésemos tenido a Andrea dei Franciolini a la cabeza de la ciudad y del condado, no nos encontraríamos en esta situación!
Lucia temía que alguien, en ese momento, pudiese decir que ella estaba de acuerdo con su malvado tío para echar a Andrea y que si éste último no había sido ajusticiado había sido por pura casualidad y no por su intersección. Ni siquiera se había dado cuenta de que alrededor de ella se estaba formando un aura luminosa, tan intensa que la gente casi se atemorizó al verla. Mientras el sol se ponía, la plaza estaba siendo iluminada por la luz que ella misma emanaba desde allí, desde el atrio de la iglesia. Cuando levantó los brazos y todos se callaron, a Lucia no se le escaparon las frases susurradas por quien estaba más próximo a ella.
―Es una santa. ¡Es la Virgen María en persona! ―decían arrodillándose y dejando caer al suelo sus armas. Todo aquello infundió más valor en ella, que sabía que tenía poderes más allá de lo normal y que a veces huían a su control, como en este caso. Pero no podía perder tiempo corriendo detrás de sus pensamientos, al hecho de que, si su abuela hubiese tenido tiempo para acabar de instruirla ahora sabría controlar a la perfección todas estas capacidades. Debía hablar a quien estaba enfrente de ella. Dejó, por lo tanto, que sus palabras fuesen inspiradas por el espíritu de su abuela que, quizás, todavía aleteaba indómito a su alrededor.
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