Grazia Gironella - Buscando A Goran

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Después de meses de intentar volver a su realidad tras el accidente de coche que le causó la amnesia, Goran sigue sintiéndose atrapado en una vida que le es ajena. Cuando inician las visiones, estas se sitúan en un mundo gélido y lucha por la supervivencia que le es extraña. Habiendo perdido la esperanza de que sean sólo recuerdos, Goran lo abandona todo para seguir el oscuro hilo que parece unirle a Escandinavia y al misterioso hombre de sus visiones. No estará solo en su viaje, porque su pasado no está dispuesto a dejar que se aleje. El encuentro con Nico, una niña fugitiva, será un problema más por resolver, pero también una ayuda inesperada.
Goran es un hombre de éxito, pero esa palabra no tiene sentido para alguien que ha perdido su identidad. Tras el accidente de coche que le sumió en la pesadilla de la amnesia, enfrentado a una realidad que no reconoce, con una esposa difícil de amar y un socio con demasiadas caras, Goran lucha por mantener un precario equilibrio hasta que llegan las visiones, incomprensibles y devastadoras; pero lo que surge son momentos y situaciones que parecen pertenecer a otro lugar, a otro tiempo y sobre todo, a otro hombre. Abandonando cualquier intento de volver a la normalidad, Goran decide averiguar qué es lo que ocurre. Para saber más sobre un pasado que nadie de su entorno parece conocer, busca a Enrico, su hermano con el que no tiene relación desde hace años. Por él se entera de una vida familiar difícil, marcada por la muerte en circunstancias misteriosas de su madre, de la que él mismo pudo haber sido responsable. Mientras se enfrenta a sus dificultades, Goran no está solo, ya que Cassandra, su amante en el pasado, aunque no lo recuerda, investiga para ayudarlo y da con una hipótesis inquietante. La amnesia podría haber hecho que la personalidad de Goran fuera absorbida por una entidad ajena. Sin embargo, su tarea parece condenada al fracaso, el profesor Roversi, única lumbrera en la materia, ahora retirado a la vida privada, se niega a involucrarse. El propio Goran rehúye cualquier hipótesis de cura y parte hacia Escandinavia siguiendo las pistas que surgen en sus visiones. Cuando Cassandra descubre que Irene, la mujer de Goran, le ha denunciado por un robo inexistente para obligarlo a volver a casa y que ha puesto a la policía tras su pista, se da cuenta de que la situación es grave. Finalmente consigue la colaboración del profesor Roversi y juntos siguen a Goran por toda Europa, para ayudarlo a reconocer y enfrentarse a la entidad que está minando su vida. El camino de Goran se cruza sorprendentemente con la de la pequeña Nico, que se escapó de casa para huir de una situación familiar intolerable. Entre los dos improbables compañeros de viaje surge una verdadera amistad, y es gracias a Nico que Cassandra y Roversi consiguen finalmente llegar a Goran y solucionar su problema. ¿Quién es Petri, la entidad que ha ocupado el vacío creado por la amnesia? ¿Cuáles son sus objetivos y a qué está dispuesto a llegar para conseguirlos? Cada visión hace que Goran se adentre más en el mundo paralelo de Petri, una Finlandia de mediados del siglo XIX en la que los dramas familiares se hacen más extremos por la lucha diaria por la supervivencia durante el periodo del Gran Hambre. La llegada a Lepaa, el pueblo donde vivía Petri, crea las condiciones para la visión guiada por Roversi, con la ayuda de la hipnosis. Goran se sumerge en el pasado de Petri y descubre que su intención es revivir el incendio del que fue responsable y morir junto a su familia, en lugar de huir a América, como hizo en la realidad. Para dar a esta dramática situación un desenlace capaz de devolver la paz a Petri, y al mismo tiempo salvar su vida, Goran se enfrenta a él y consigue salvar a su familia, al tiempo que recupera un importante recuerdo: el de su propia inocencia en la muerte de su madre. En el momento más delicado de la visión, Roversi se olvida de toda precaución para llevar a cabo lo que considera su experimento más importante, poniendo en riesgo la vida de Goran, pero Nico y Cassandra consiguen evitar el peligro en extremo. Ahora Goran, libre de cualquier sentimiento de culpa, puede aceptar que no conoce todo su pasado y está dispuesto a abrirse a un futuro con Cassandra, que siempre le ha seguido queriendo; pero antes de abandonar Finlandia descubre un aspecto misterioso de lo que le ha sucedido. Tal vez sus decisiones durante la visión han sanado los asuntos de la familia de Petri, no sólo en el mundo paralelo, sino también en la realidad.

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"Buena Saetta", murmuró Goran, rozando la nariz aterciopelada del animal con la palma de su mano. "Hiciste un buen trabajo".

Tal belleza lo puso melancólico. Casi en respuesta a su estado de ánimo, a Joe se le ocurrió una propuesta inesperada.

"¿Le gustaría echarme una mano para asearla?". Evaluó la ropa de Goran con una mirada dudosa. "Solo si lo desea... claro, vestido así...".

Goran vaciló.

"La ropa se lava, aunque... nunca he hecho algo así. Pero, ¡qué diablos! ¡Ni que fuera tan difícil cepillar un caballo!".

Se quitó la chaqueta y aflojó el nudo de la corbata.

"No se preocupe, no necesita de un título. Juntos tardaremos diez minutos".

"Vamos por esos diez minutos. Mi recinto personal puede esperar".

Sus relaciones con los caballos del establo, siempre se habían limitado a la observación remota. Un contacto tan sólido e íntimo nunca había pasado por su mente. Entró en el establo con súbita aprensión y con cautela y firmeza, tomó la brida que Joe le entregó. Quizás no había sido una buena idea aceptar su propuesta; incluso esta nueva pasión por la naturaleza tenía algunos límites. Pero Joe ya se había posicionado al lado del animal y comenzó a usar la brida en el cuello, con movimientos circulares, descendiendo lentamente hacia las patas. Vacilante, Goran trató de imitar sus gestos.

Al principio, Saetta parecía desconcertada por su presencia, pero pronto se calmó, mientras Goran se familiarizaba con ese tipo de masaje y con las sensaciones que le transmitía, intensas, sorprendentes. Parecía conocer esos gestos, el calor del animal, el temblor de su piel al pasar el cepillo. Le resultaba familiar, mucho más que su trabajo en la tienda, mucho más que todo lo demás. Uno de los pocos elementos reales en un mundo al que no lograba dominar.

"Tiene mano de santo, señor Milani", observó Joe, asombrado. "Por lo general, las madres desconfían de los extraños, en cambio, mire lo tranquila que está Saetta, incluso con el potro sin tener que defenderlo".

Goran sonrió.

"¿Me pediste que te ayudara pensando que me sacaría del camino con una patada en la frente?".

"No, ¿qué está diciendo?". El chico se sonrojó. "Simplemente me parecía que ella era más... bueno, no sé cómo me parecía, pero Saetta sabe más que yo".

La pesada figura de Agnese, la dueña de los establos, se asomaba por la entrada de las cuadras.

"¡Joe, son las seis en punto! Mira, no te pagaré horas extras... oh, Sr. Milani. ¿Ha decidido saltar la zanja?".

"¿Zanja?".

"Lo que nos separa de las enormes bestias peludas". La mujer apareció en la puerta del establo con una sonrisa comunicativa en el rostro. "Hay quienes tardan años. Ya sabe, el tamaño, y luego esa mirada certera... deja claro que el caballo lo lleva, pero no está a su servicio. Lo consideran la combinación perfecta de elegancia y potencia, pero muchas personas a las que les gustaría acercarse a la equitación, les atemoriza. Pensé que pertenecía a ese grupo, pero al verlo, ahora estoy tentada a cambiar de opinión. ¿Por qué no viene a echar un vistazo a los nuevos corrales? Están a solo unos minutos a pie".

Goran vaciló. El reloj lo llamaba a su cita con Irene, pero al final ya era un hombre adulto; no necesitaba pedir permiso a nadie. Se levantó de forma brusca, volvió a ponerse la chaqueta y siguió a Agnese al exterior.

Los últimos rayos del sol se volvieron violetas, filtrados por la niebla que se acumulaba en las colinas. Los nuevos recintos estaban a solo unos minutos a pie, a la vista de un buen excursionista. Goran, avergonzado por los zapatos inadecuados, luchó por mantener el ritmo de Agnese, que caminaba despreocupadamente, charlando. Caminar aún le producía un sutil placer, como escucharla explicar sus planes y las dificultades para manejar los establos. Fue un buen momento para compartir con un extraño. La vida no estaba llena de ellos últimamente.

Cuando regresaron a los establos, el reloj marcaba más de las siete.

"Tengo que irme. Gracias por todo".

Mientras aceleraba su paso hacia el estacionamiento, la voz de Agnese lo alcanzó.

"¡Si quiere, puede lavarse usando nuestro baño!".

Goran se detuvo con su mano ya en la manija de la puerta.

"¿Para qué? Los caballos huelen bien".

IRENE

"¡Más rápido más rápido! ¡Aumenta la inclinación, porque así, es un trabajo para alguien de la tercera edad!".

Irene apretó los dientes y obedeció, mirando de lado al instructor. Muchas frases se precipitaron a sus labios, ninguna pronunciable sin una gota de estilo. Desde la cinta de correr a su lado, puesta a una velocidad perezosa, Valeria la observaba con picardía.

"Así que lo hiciste de nuevo", dijo su amiga, tan pronto como el instructor se alejó. "¿Debería considerar perder?".

"Cuenta con ello", jadeó Irene.

La apuesta se remontaba a un par de semanas antes, donde según Valeria, en un mes enviaría al demonio al guapo instructor de modales insoportables; pero se necesitaba más que eso para hacerla perder el control.

"Tú, en cambio, ¿vienes a calentar o a dormir?".

Valeria sonrió.

"Fuiste tú quien pidió un programa de tonificación para bajar de peso, no yo. A mí me basta un pequeño interludio recreativo en mi pausa del almuerzo".

Irene negó con la cabeza en silencio para no alterar el ritmo de su respiración. Que Valeria considerara ‘recreativo’ verla trabajar duro, no era ningún misterio. En cuanto a ese instructor imbécil, quién sabe cómo reaccionaría si se corriera la voz de que manosea a las clientas, por ejemplo. A su currículum ciertamente no le caería bien. Si era cierto o no, era algo completamente secundario.

"Está por comenzar la hora de Pilates", le informó Valeria, envolviendo la toalla alrededor de su cuello.

Junto con otras mujeres caminaron hacia el salón. Entre los paneles ajustables que servían de divisorio, se podía ver al instructor, ya ocupado calentando en la escalera sueca.

Pilates, qué invento tan revolucionario. Desde que lo descubrió, Irene nunca lo había dejado. La hacía sentirse ágil y tranquila, abismalmente alejada de los problemas que la aguardaban fuera del gimnasio. Caminaba cinco centímetros por encima del suelo, y desde ese nivel era más fácil mantener el control, ya se tratara del trabajo, la familia o cualquier otra trampa tendida por el destino. Pensándolo bien, el término ‘control’, aparecía con demasiada frecuencia en sus pensamientos. Quizás valía la pena comentarlo con el analista.

Después de Pilates, la agenda incluía el almuerzo con los japoneses en la esquina de la plaza y el regreso a la oficina a pie. Por supuesto, la hora del almuerzo estaba fuera de los horarios normales, pero tanto ella como Valeria desempeñaban funciones en Cosmos lo suficientemente importantes como para poder ignorar las reglas impuestas a los simples mortales. Ese día, ni siquiera tenía la intención de volver a la oficina. Tenía que preparar la cena, ¡y qué cena!

La llamada telefónica se produjo mientras luchaba con los palillos para mojar un maki en salsa de soya. Odiaba esas torturas orientales, pero hubiera preferido ayunar antes que darse por vencida. Molesta por la interrupción, sacó su teléfono celular de su bolso de mano y se lo colocó entre el hombro y la oreja.

"¿Qué pasa?", ladró, tanteando con el indisciplinado bocado. "Quise decir ‘hola, mamá, ¿cómo estás? ¿Qué deseas?’".

El tema era una invitación a una fiesta benéfica la tarde siguiente, en uno de los clubes favoritos de su madre. Tiempo perdido.

"No hablemos más. Yo trabajo, por si lo olvidaste. Más bien, recuerda que dejé dicho a la gente de los muebles que te los entregaran... no, no quiero llevarlo todo a casa por ahora. Ahora me despido, estoy ocupada".

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