Tras darle la llave de la habitación, la chica hizo sonar una campanilla y un botones apareció en el acto para acompañarlos a su respectiva habitación. Mientras se dirigían al ascensor, Stacy seguía sin poder creer que no les quedaba más remedio que compartir la habitación. No se veía acostada con Alessandro en la misma cama y mucho menos tan cerca de él. No, se dijo, en cuanto llegaran a la habitación intentarían buscar una solución.
El ascensor se detuvo en la octava planta del edificio. El botones abrió la puerta de la habitación y la primera visión que Stacy tuvo del interior fue la enorme cama con dosel que dominaba la estancia; al instante, se le secó la boca.
Alessandro dio una propina al muchacho mientras Stacy entraba en la estancia. Las paredes estaban pintadas de color burdeos al igual que el color de la moqueta. Aparte de la cama de caoba oscura, a cada lado, había dos mesillas de noche con sus respectivas lámparas. De frente, estaba el armario empotrado, a la derecha, había una cómoda con espejo y a la izquierda, la puerta del baño, el cual tenía una bañera redonda, un armario con espejos dobles y el suelo blanco de mármol. Stacy salió de la estancia y vio otra puerta y se acercó a ella movida por la curiosidad. Una amplia sala de estar apareció ante sus ojos. Pintada del mismo tono que el dormitorio, tenía un amplio sofá negro en el centro junto a una mesita de cristal. Al lado de la pared, un amplio aparador sostenía una gran televisión de pantalla plana. Había también un mueble bar con varias botellas de diferentes bebidas. Stacy respiró aliviada, uno de los dos podría dormir en el sofá.
Para cuando regresó al dormitorio, Alessandro se había sacado la chaqueta del traje y se estaba desanudando la corbata.
—Siento mucho este gran inconveniente, señorita Petersen —dijo Alessandro, tan pronto la vio aparecer.
—Sí lo es, señor Márquez, pero todo esto no estaría pasando si me mandara hacer las reservas con antelación.
—Ahora ya no tenemos tiempo para lamentaciones, señorita Petersen. Ahora hay que buscar una solución para que ambos podamos descansar con tranquilidad.
—Señor Márquez, la habitación dispone de una amplia sala de estar con un sofá, yo podría dormir perfectamente en el sofá.
—Nada de eso, sería muy poco caballeroso por mi parte que la dejara a usted dormir en el sofá. Yo dormiré en él.
Alessandro abrió la maleta con su equipaje y sacó el pantalón de pijama. Stacy se acaloró con solo imaginarse a Alessandro durmiendo a pocos metros de ella con solo un pantalón de pijama y el pecho descubierto. Sacudió la cabeza para sacar esos pensamientos de la mente. Alessandro era su jefe, ella era su secretaria y que por extrañas circunstancias se veían obligados a compartir habitación de hotel.
Él le dio las buenas noches y fue a acostarse al sofá, después de que ella le indicara cuál era la puerta. Y se quedó largo rato mirándolo antes de que él desapareciera tras cerrar la puerta.
Stacy fue al cuarto de baño, se lavó los dientes, se desmaquilló y con las manos se alisó los sedosos rizos del pelo. Poco después, separó la enorme colcha de la cama y se acostó. Un suspiro salió de sus labios al notar el tacto suave de las sábanas de seda. Nunca antes había tenido la oportunidad de dormir entre unas sábanas tan delicadas.
Apagó la luz y la habitación quedó en penumbra. Los rayos de la luna se colaban dando una aire romántico a la estancia. Pero en la cama, no hizo más que dar vueltas de un lado a otro, la presencia de Alessandro al otro lado de la puerta, la inquietaba. Y por mucho que intentara comprender por qué su jefe la atraía tanto, no hallaba respuesta ninguna.
Alessandro se sirvió una generosa copa de whisky y fue a sentarse al sofá. No tenía ni idea de cómo iba a soportar una semana compartiendo la habitación del hotel con Stacy. Saber que ella estaba al otro lado de la puerta, lo estaba empezando a excitar. Furioso consigo mismo, se volvió a levantar y de un solo trago vació el contenido de la copa. No, no, no se dejaba de decir. Esa mujer no podía estar afectándolo de un modo tan primitivo, lo único que pensaba era en acostarse con ella y hacerla suya.
Sabía que era una locura, estaba pensando en romper su regla de oro más sagrada, no estaba bien visto las relaciones entre los empleados, pues eso podía afectar demasiado a su negocio y no podía aceptarlo. Necesitaba el pleno rendimiento de la capacidad de sus empleados.
Después de dar varias vueltas por la sala, por fin decidió tumbarse en el sofá. Se acomodó lo mejor que pudo, ya que el tamaño del sofá no se ajustaba al tamaño de su cuerpo. Y no quería pensar siquiera en compartir la cama con Stacy. Por muy grande que fuera, podrían acercarse el uno al otro a lo largo de la noche. Entonces Alessandro no tendría las fuerzas suficientes para resistirse a esa mujer.
Fue una noche demasiado larga. Alessandro tuvo que ir al cuarto de baño a darse una ducha de agua fría para intentar calmar su deseo, pero le fue imposible, pues el objeto de sus deseos estaba durmiendo muy cerca de él.
Ya casi estaba empezando a amanecer, cuando por fin Alessandro pudo dormir. Pero el servicio del hotel interrumpió sus sueños con el carrito del desayuno. Escuchaba la dulce voz de Stacy hablando con el camarero.
Se puso el albornoz y fue al dormitorio a buscar ropa, vio que Stacy estaba completamente arreglada, y dio su aprobación al atuendo que había elegido. Cogió de su maleta un traje gris, una camisa blanca y una corbata del mismo tono del traje. Luego, fue al cuarto de baño a ducharse, mientras Stacy trasladaba el carrito con el desayuno a la sala de estar. Diez minutos después, Alessandro apareció duchado, afeitado y elegantemente vestido. El corazón de Stacy dio un vuelco en su pecho, nada más verlo.
Se sentaron y ambos desayunaron en silencio y sin apenas mirarse, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. Era normal ese silencio, se dijo Stacy, solamente eran dos desconocidos que se habían visto en la necesidad de compartir la habitación del hotel.
A las diez de la mañana, sonó el teléfono de la habitación del hotel, para avisarles que el hombre de Hakim los estaba esperando para llevarlos a la casa del jeque. Alessandro, tras preguntarle a Stacy si llevaba todo lo necesario para la reunión, salieron de la habitación y cinco minutos más tarde, estaban subiendo al coche. El chófer ayudó a Stacy a entrar en el vehículo y después entró Alessandro. Luego, cerró la puerta, se sentó tras el volante y puso en marcha el coche. Tenían casi dos horas y media de viaje. El conductor les explicó que Hakim poseía su propio avión privado y que lo tenía guardado en uno de los hangares del aeropuerto, pues a lo largo del trayecto, no había sitio adecuado para que aterrizara un avión.
Stacy no dejaba de mirar el paisaje que iba pasando a través de la ventanilla. El sol arrancaba reflejos dorados a las magníficas construcciones de un prístino color blanco. Era una estampa maravillosa que quitaba la respiración e hipnotizaba. A eso, había que sumarle la suave música que sonaba a lo largo de las calles y el aroma a especias que impregnaban el ambiente.
Pero se obligó a quitar todos esos pensamientos de la mente, estaba ahí para trabajar, no para dejarse llevar por el ambiente como si fuera una turista más.
—Insisto —empezó diciendo Alessandro, sin separar la vista de la ventanilla—. Espero que se comporte con profesionalidad ante Hakim, no diga ni haga nada que pueda echar a perder el negocio que tengo con él entre manos.
Ella volvió la cabeza para mirarlo, pero Alessandro en ningún momento la miró, mantuvo la vista fija en la ventanilla, como si a través de ella, estuviera viendo algo mucho más importante.
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