Noelle Cass - Enamorado de la secretaria

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Enamorado de la secretaria: краткое содержание, описание и аннотация

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Alesandro Márquez, es el heredero del Imperio Márquez. Ha trabajado como nadie para llegar donde está y no tiene tiempo para el amor, eso lo demuestra su fama de hombre duro. Con gran éxito en lo profesional, solo tiene un problema en la vida: Su nueva secretaria lo saca de quicio.
Stacy Petersen es una chica irreverente y con la manía de llegar siempre tarde. Trabaja como secretaria en una de las más importantes empresas de la ciudad y no tiene ningún problema, salvo… que su jefe la saca de quicio.
Desgraciadamente para ambos, a sus corazones poco les importa que se lleven bien o mal.

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Media hora más tarde, se duchó y se acostó, había sido un día infernal en la oficina, ya que se había matado a trabajar para olvidarse de Stacy. Pero ni siquiera el trabajo hacía que pudiera olvidarse de ella. Alessandro estaba seguro de que esa mujer lo había embrujado de alguna forma, no sabía cómo lo habría hecho, pero estaba seguro de que Stacy estaba utilizando un hechizo para seducirlo. No era normal que él pensara tanto en una mujer, al contrario, en cuanto se acostaba con ellas, Alessandro perdía el interés, era cuestión de tiempo que las echara de su lado. Alguna se retiraba resignada, otras, le hacían numeritos y escenas de lágrimas para que no las abandonara. Pero Alessandro sabía que no todo lo que relucía era oro, pues algunas querían echarle el lazo para poder acceder a su inmensa fortuna, algo que hasta el momento había evitado con gran éxito. Lo que menos necesitaba Alessandro era una esposa ambiciosa que gastara como si nada todo el dinero que a él le había costado ganar con tanto esfuerzo.

Pero en la cama, no dejaba de dar vueltas y vueltas de un lado a otro. Ya por fin, bien entrada la madrugada, consiguió conciliar el sueño, mientras la luz de la luna bañaba su figura en la amplia cama y el dormitorio con su suave luz.

Unos lejanos golpes procedentes desde algún lugar de la casa, despertaron a Stacy. Abrió los ojos de golpe, separó las mantas y prácticamente se tiró al suelo para mirar qué hora era… y ¡eran las ocho menos cuarto! Alessandro iba a pedir su cabeza en bandeja de plata después de lo sucedido. Se puso la bata y se acercó al dormitorio de enfrente, desde donde veía la puerta principal de la casa. Un lujoso Mercedes blanco estaba aparcado y un hombre uniformado llamaba a la puerta de forma insistente.

Stacy se asomó a la ventana y dijo:

—Disculpe, deme cinco minutos y bajo, me he quedado dormida y el despertador no ha sonado.

El hombre levantó la vista con cara de muy pocos amigos, estaba claro que las órdenes y los horarios que imponía Alessandro se seguían a rajatabla.

—Señorita... por favor, dese prisa, ya deberíamos estar en el aeropuerto y el jefe y usted ya deberían estar volando a El Cairo.

Stacy desapareció en el interior de la casa, en un tiempo récord se duchó, se vistió y maquilló, siete minutos después, salía a la calle con la maleta. El chófer se la cogió y la llevó hasta el maletero. Luego abrió la puerta trasera para que Stacy entrara en el vehículo. La joven se quedó asombrada al ver los lujosos asientos de piel blancos. Ya no le dio más tiempo a fijarse en nada más, en pocos minutos, el chófer emprendió una alocada carrera por la ciudad para dirigirse al aeropuerto. Stacy no se quería imaginar lo furioso que debía estar Alessandro, se dijo para sí. Pues tenía toda la razón para echarle una buena y bien merecida bronca. Pero no había sido capaz de pegar ojo en toda la noche y cuando por fin se había quedado profundamente dormida, ella no logró enterarse de que el despertador estaba sonando.

Alessandro caminaba furioso por la terminal del aeropuerto. Volvió a mirar de nuevo el reloj de pulsera de oro en la muñeca izquierda. Iban a ser las ocho y veinte, su chófer todavía no había aparecido con la señorita Petersen y ya hacía más de media hora que la torre de control había autorizado el despegue de su avión. Todavía le costaba creerse que esa mujer fuera tan irresponsable y en cuanto la tuviera frente a él debería despedirla en el acto, pero no podía hacerlo, ya era demasiado tarde para encontrar una persona más cualificada para que lo acompañara.

Por fin la vio aparecer al lado del chófer, el hombre arrastraba la maleta con el equipaje de Stacy.

—Gracias por todo, Sean. Ya puedes regresar a casa.

—Sí, señor —respondió el hombre, antes de darse la vuelta y dirigirse hacia la salida del aeropuerto.

—Vamos —la urgió Alessandro, sujetándola del brazo para que lo siguiera—. El avión está esperándonos en la pista de aterrizaje y espero por su bien que la torre de control no retrase demasiado tiempo nuestro despegue.

—Lo… lo… sien… to mucho —respondió Stacy casi sin resuello, pues Alessandro caminaba demasiado deprisa y dando pasos demasiado largos que a ella le estaba costando seguir —. No ha sido mi intención llegar tan tarde, señor Márquez.

Alessandro la ignoró y siguió avanzando hasta la zona de embarque, donde una azafata morena y alta los estaba esperando para acompañarlos al jet privado de Alessandro.

Siguieron a la azafata que los acompañó a uno de los aviones más lujosos que Stacy jamás había visto. Al entrar en el interior vio que era amplio y confortable. Tenía cuatro asientos forrados en piel de color beige , el suelo estaba enmoquetado en un color granate que le daba un toque de elegancia. Al lado de uno de los sillones, había una mesa auxiliar en la que estaba el ordenador portátil de Alessandro. Vio dos puertas, una de madera, y se imaginó que al otro lado de ella habría un dormitorio.

La azafata interrumpió los pensamientos de Stacy al anunciar que debían sentarse y abrocharse los cinturones, pues el comandante tenía permiso de la torre de control para despegar, tras ser informado de que ningún avión entorpecería la maniobra de despegue.

—Gracias, Alana —dijo Alessandro.

La azafata asintió y dijo:

—En cuanto estemos en el aire les serviré el desayuno. —Y desapareció tras la puerta que comunicaba con la cabina del comandante.

Alessandro y Stacy se quedaron a solas; él tomó asiento y ella lo imitó sentándose en uno de los asientos frente a él. Stacy necesitaba estar lo más alejada posible de ese hombre.

Durante largo rato, permanecieron en silencio y sin decir nada, pero Stacy sabía perfectamente que la calma que reinaba en el ambiente era engañosa. Se trataba de una calma que precedía a la tormenta.

De pronto, Alessandro la miró fijamente y ella le sostuvo la mirada, aunque sabía que era responsable de ese retraso y no iba a dejarse amilanar por ese hombre. Si él quería guerra, pues bien, guerra tendría.

—¡Es una irresponsable y una secretaria incompetente! Debería haberla despedido en el acto, pero era demasiado tarde para buscarle una sustituta.

—Lo siento, señor Márquez. No ha sido mi intención llegar tarde, el despertador no sonó.

—¡No me importan sus excusas baratas! —rugió Alessandro—. Ha sido contratada en mi empresa para ser mi secretaria. Apenas lleva una semana trabajando y no hace más que cometer error tras error.

—Sé que mi trabajo está dejando mucho que desear, pero le prometo que la situación cambiará y no tendrá queja alguna sobre mí.

—Señorita Petersen, dirijo una empresa en la que se mueven millones de dólares al año, ¿usted cree que puedo esperar que mi secretaria no desempeñe bien sus funciones?

El silencio se hizo en la cabina, la puerta por la cual se había ido la azafata se abrió y la mujer entró portando una bandeja con café, zumo y cruasanes. Todos permanecieron en silencio mientras la azafata servía el desayuno. En el ambiente se seguía respirando una tensión insoportable.

Pero a Stacy no le quedó más remedio que darle la razón a Alessandro. El día anterior le había dicho claramente que la reunión en El Cairo con Hakim-Al-Jasser era demasiado importante, y ella lo había dejado esperando en la terminal del aeropuerto casi una hora y media.

La azafata volvió a dejarlos a solas de nuevo. Stacy dio un sorbo a su vaso de zumo mientras Alessandro bebía su café.

—Espero por su bien que no me eche a perder el contrato con Hakim, o de lo contrario no me quedará más remedio que despedirla y llevarla ante los tribunales por daños y prejuicios. Hay en juego una inversión de cincuenta millones de dólares.

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