En el caso de las familias llaneras, la investigación territorial desarrollada por Merlano (2004) muestra que desde tiempos remotos la familia en dicha región se ha caracterizado por mantener el origen andaluz del viejo continente, cuya esencia es la altivez, gallardía y machismo de los habitantes, principalmente del Meta. Esta perspectiva histórica es ampliada por Ortiz-Gómez (2003), de la Fundación Etnollano, quien ha estudiado las transformaciones familiares.
El autor visibiliza la manera en que los diversos grupos y familias responden desde tiempo atrás a las condiciones creadas por la conquista europea, las cuales a partir del siglo xvii se convirtieron en el inicio del ritual de intercambio que formaliza las relaciones comerciales y familiares. De ahí surge el término “cuñado” con el que resalta la amistad y se habla a un desconocido para negociar e implícitamente llegar al intercambio de hermanas. En la actualidad, esta forma de intercambio en el contexto social llanero ha desencadenado situaciones de violencia intrafamiliar contra los niños, niñas, adolescentes y mujeres, situación altamente preocupante.
En esta línea los estudios etnográficos llevados a cabo por Vizcaíno (2011; 2012; 2013) confirmaron que durante mucho tiempo en la cultura llanera el papel de la mujer fue pasivo, en cuanto las mujeres se muestran como amas de casa dedicadas a satisfacer las necesidades de sus compañeros e hijos, conservando una alta carga de responsabilidades familiares no solo en el cumplimiento de tareas domésticas, sino en la orientación social y cultural. Las investigaciones muestran que en la actualidad la región llanera cuenta con una simultaneidad de familias extensas como nucleares de diferentes tipos, y que ellas conviven con otras formas en las que, a pesar de los cambios introducidos por la modernidad, el rol de la mujer no ha cambiado. La mujer continúa siendo quien regula las relaciones entre los miembros de la familia, los valores que se practican y sigue aprisionada en una institución que la absorbe desde el machismo.
Indiscutiblemente, una lectura global es elaborada por la Red del Conocimiento Colombia Aprende (2014), a partir de la cual se logra reconocer que actividades tradicionales como el coleo —deporte popular en los llanos orientales— y las frustraciones o triunfos de algunos miembros de la familia, van marcando una influencia en las relaciones familiares y en los procesos de crianza. Los padres (varones y mujeres) mantienen gran persuasión en las decisiones y proyectos de vida de los hijos, en tanto los “sueños frustrados” se reflejan en los deseos de sus descendientes; en consecuencia, las experiencias familiares conjuntas, los éxitos y los fracasos de la familia llanera moderna van ligados a la crianza.
Familia del Caribe colombiano
Ahondar en las características de la familia del Caribe colombiano hace necesario comprender el conjunto de rasgos sociales y culturales que conforman su identidad y la destacan frente a otros núcleos de las demás regiones del país.
Tradicionalmente el hombre caribe se ha caracterizado por su espíritu abierto, influenciado quizás por el paisaje de enormes planicies y pocas montañas. Los modos de producción de poca industria y mucho mar, con una economía afianzada en el turismo, contribuyen a forjar su carácter solidario y festivo.
El costeño habla duro, es amiguero y machista, colaborador, atento, hospitalario y de puertas abiertas para quienes lo visitan. Siente profundo respeto y admiración por la figura materna, quien se convierte en su modelo al momento de buscar esposa. Tal vez por esto es la mujer el centro de cohesión de la familia (cinep, 1998).
En esta región las personas también se caracterizan por sentarse en la puerta de la casa a tomar tinto y conversar con algún vecino o amigo, con el que también en algún momento se puede compartir un poco de comida sin previa invitación, de ahí que “la naturaleza del costeño es antisolemne, alegre, franca, directa y ruidosa” (Fals Borda, citado en De Andreis, 2016).
Otro elemento que incide en el espíritu caribe es la religiosidad marcada por una gran variedad de cultos, entre los cuales se destaca la religión católica con una presencia mayoritaria, y la protestante o evangélica con una presencia fuerte, especialmente en los sectores populares. Al respecto, investigaciones realizadas por Álvarez-Santaló, Buxó Rey y Rodríguez Becerra (2003) refieren que, si bien muchos fieles acudían a la iglesia para santificar “uniones escandalosas” o amancebamientos, curiosamente el matrimonio católico no fue tan importante en sectores populares a la hora de crear una familia.
Según el historiador cordobés Víctor Negrete (2012), a diferencia del resto de Colombia, en la Costa Atlántica se presentan altos niveles de ilegitimidad en las uniones de pareja, por lo que en buena parte de la región el matrimonio católico es más bien la excepción y no la regla.
De manera similar a lo mencionado en otras regiones del país, este territorio es lugar de confluencia geopolítica: tierra cosmopolita en la que lo raizal se mezcla con lo afro y con los inmigrantes que han llegado de otros países, especialmente de Siria y el Líbano desde comienzos del siglo xx. A esto se suma la recepción de una gran diáspora antioqueña, que tiene una presencia notable en los sectores populares y en el negocio de los víveres, al punto de que el paisaje de los barrios de estratos bajos presenta la constante de una tienda paisa en cada esquina o de un “cachaco”, como suele llamárseles.
El aporte al crecimiento económico del Caribe colombiano se debe también a la llegada de familias sirio-libanesas cuyos primeros inmigrantes llegaron hacia 1880 entrando por los puertos del Caribe, y se distribuyeron inicialmente por las diferentes poblaciones de la costa colombiana. Tiempo después remontaron el río Magdalena para intercambiar mercancías en las provincias y valles andinos, estableciéndose finalmente en departamentos como el Huila, Cundinamarca y Santander (Viloria, 2006).
En esta trayectoria histórica la mujer tiene una gran importancia, a pesar de que el machismo es evidente y reforzado dentro de la cotidianidad del hogar. Muchas de las mujeres del Caribe continúan con la tradición de servir el plato de comida más grande para el hombre, inculcando a las hijas que los oficios son para ellas y poco para los varones. Mientras ellos salen a la calle sin decir hacia dónde van, ellas son quienes preocupadamente los esperan, característica que instala a la mujer como miembro de la familia que está para atender al hombre en todos los sentidos.
En general lo predominante en la mentalidad costeña ha sido que las mujeres son para el hogar, mientras los hombres tienen libertad sin restricciones; el padre se encarga de hacer de su hijo “un macho completo” siendo su guía y su ejemplo, y la madre transmitirá los valores femeninos a sus hijas (Morales-Manchego, 2009).
La mujer costeña se caracteriza por tener una cuota significativa en la crianza y educación de los hijos, aunque su rol de doméstica ha cambiado por las transformaciones sociales que ha tenido la familia. Es normal observar en los nuevos núcleos familiares de la costa, mujeres que salen adelante con sus hijos sin la presencia del hombre como proveedor, es decir, visualizándose de manera diferente en sus funciones tradicionales de esposa y madre, trabajadora, líder y vecina (Negrete, 2012).
De otra parte, en las familias del Caribe se suele ver que los hijos permanecen en la casa materna hasta edad avanzada, muchos de ellos continúan viviendo con sus padres incluso después de que se han casado o conviven en unión libre con una pareja. Muchas madres no experimentan el síndrome del nido vacío o de añoranza, el cual considera que la ley de la vida es que los hijos crezcan, organicen su futuro y se vayan tanto de la subsistencia de la madre como del padre (López y Lozano, 2003). Se hace notorio, entonces, que los padres sostengan a sus hijos a pesar de que conformen una pareja o que vivan fuera del núcleo familiar central.
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