1 ...8 9 10 12 13 14 ...21 Tom rio.
—Como si eso fuera posible.
—No es broma —continuó Strunk—. La gente del pueblo te respeta, aunque la mayoría no lo externe…
—O no pueda hacerlo —acotó el alcalde.
—… y allá en Ruina tú eres una fuerza que hay que tener en consideración.
—Yo no soy ningún alguacil —dijo Tom con un cómico acento del Viejo Oeste.
—Pero podrías serlo —sentenció Strunk—. Podrías reclamar mi puesto en cualquier momento que lo desearas.
—No gracias, Keith, tú eres la ley aquí, y haces un gran trabajo.
—De nuevo, ése es mi punto —continuó Strunk—. Tú sabes que yo nunca pondré un pie fuera de esa cerca. De ninguna manera.
—En pocas palabras —espetó el alcalde—, ambos creemos que una vez que te marches, la parte circundante de Ruina será tierra de nadie. Los comerciantes serán asaltados, y si los cazarrecompensas se agrupan sin alguien que signifique un contrapeso para sus fuerzas, muy pronto pasarán a controlar este pueblo. Y quizá todas las villas cercanas.
Se produjo un breve silencio, y después Benny escuchó que Tom suspiraba.
—Randy, Keith… Entiendo la situación, pero ya no es mi problema. Como recordarán, yo propuse una milicia para rondar Ruina. Hice recomendaciones específicas para una fuerza autorizada por el pueblo que vigilara el territorio circundante y las rutas comerciales. ¿Hace cuánto fue eso? ¿Ocho años? Continué recomendándolo cada año desde entonces.
—Bien, de acuerdo —gruñó el alcalde Kirsch—. Arrojárnoslo en la cara no ayudará a encontrar una respuesta ahora.
—Lo sé, Randy, y no quiero parecer un cretino… pero me iré la próxima semana. Y no voy a volver. No puedo ser yo quien resuelva todos sus problemas. No esta vez.
Ambos hombres comenzaron a arengar a Tom, pero él los despidió con un ligero movimiento de mano.
—Si se hubieran tomado la molestia de leer mi propuesta en su momento —dijo—, habrían visto que hice muchas recomendaciones sobre cómo operar un cuerpo de defensa. No todos los cazarrecompensas son como Charlie. Hay algunos en los que se puede confiar. Cierto, son sólo un puñado, pero yo confío plenamente en ellos —empezó a contar con los dedos mientras enlistaba sus nombres—: Solomon Jones, Sally Dosnavajas…
Enunció al menos veinte nombres.
—Oh, por favor —dijo el alcalde Kirsch, haciendo una mueca—. La mitad de ellos son psicópatas y solitarios que rehúsan venir al pueblo y…
—No necesitan venir al pueblo —atajó Tom—. Reúnete con ellos en las afueras y habla de negocios. Delega trabajo en ellos. Págales bien. Y aquí va un consejo: trátalos con un poco de respeto. Tal vez así ellos muestren un poco de lealtad hacia este pueblo.
—Tal vez ellos se comportan ante ti —continuó Strunk—, pero yo he escuchado algunas historias bastante inquietantes sobre algunos de ellos.
—¿En serio? ¿Y qué has escuchado sobre Gameland? Ya está nuevamente en funcionamiento. Sin una milicia externa, ¿qué vas a hacer cuando los chicos comiencen a desaparecer? ¿Cómo te sentirías si un día tus propios hijos se esfumaran y fueran arrastrados a pelear en un foso de zombis? No finjas que eso no sucede en el pueblo. Ahí está Nix Riley.
Siguieron hablando, pero los tres hombres comenzaron a caminar hacia la puerta del jardín y siguieron por la calle rumbo al centro. Benny cerró la puerta.
Genial, pensó, justo lo que necesitábamos. Otra razón para sentirnos mal por partir.
12
Al día siguiente fue el funeral de la familia Houser. Más de doscientas personas se presentaron. Benny y Nix acudieron juntos. Ella había estado triste y silenciosa desde el día anterior, y la presente conmemoración correspondía con su ánimo. Las nubes oscurecían el sol y volvían el aire fresco y húmedo, pero no llovía. Los árboles estaban repletos de cuervos y currucas y gorriones. Un estornino —oscuro y desaliñado— se posó en el ataúd cerrado de Danny Houser y se burló del sermón como un grosero alborotador, hasta que el enterrador lo espantó con su pala.
El reverendo Kellogg vestía una sotana negra y sostenía su vieja, pesada y maltratada Biblia. Corría el rumor por el pueblo de que las páginas de la Biblia estaban manchadas de sangre porque el reverendo había tenido que usar el Buen Libro para golpear en la cabeza a uno de sus feligreses que se había convertido en zom. Era una historia espeluznante, pero Benny creía que era cierta. Había muchas historias como ésa en el pueblo. Todo aquel que hubiera sobrevivido a la Primera Noche tenía una.
El alcalde y su esposa estaban ahí, vestidos con ropa formal, y hasta el capitán Strunk de la guardia del pueblo iba de traje.
Benny no poseía un traje, pero usó sus mejores jeans azul oscuro y una camiseta blanca limpia. Nix llevaba un bonito vestido que Fran Kirsch, la esposa del alcalde, había confeccionado para ella. El vestido era de un tono de azul más vivo que los pantalones de Benny, y el corpiño estaba bordado con florecillas y ruiseñores. Los colores hacían que el cabello rojo y los ojos verdes de Nix parecieran más intensos.
Tom vestía una camiseta negra y jeans y mantuvo sus ojos ocultos detrás de un par de gafas oscuras que recientemente había comprado a un comerciante. No dijo una sola palabra en toda la ceremonia. Chong y su familia estaban cerca de ellos, pero Lilah no los acompañaba. Sólo cuando Benny miró alrededor durante uno de los himnos la vio parada en la parte más alejada de la cerca del cementerio. Portaba un vestido hecho de alguna tela del color del carbón, bordado con diminutas flores blancas. El cabello blanco como la nieve de Lilah bailaba movido por la leve brisa, y sus ojos estaban en sombras. Lucía tan fría y hermosa como un fantasma.
Benny notó que Chong la observaba descaradamente.
Morgie Mitchell también asistió al funeral, pero al igual que Lilah, permaneció alejado del resto.
Cuando el funeral terminó, sólo un puñado de personas se dirigió al otro lado del cementerio para asistir al servicio de los Matthias. Nix tomó la mano de Benny mientras caminaban por entre las tumbas.
—¿Sabes cómo se siente esto? —preguntó ella.
Él negó con la cabeza.
—Como si estuviéramos en nuestro propio funeral.
Benny casi se detuvo, pero Nix lo jaló de la mano.
—Piénsalo… en un par de días también habremos partido. Nadie del pueblo volverá a vernos. Alguien más vivirá en tu casa, así como alguien más vive ahora en la mía. Para Navidad seremos sólo una anécdota. Para el siguiente año, la gente comenzará a olvidar nuestros nombres. Yo seré “la pelirroja cuya madre fue asesinada”. Tú serás “el hermano pequeño del cazarrecompensas” —su voz era suave, para que sólo él pudiera escucharla. Pasó sus dedos sobre el borde curvo de una lápida—. Dentro de diez años ni siquiera recordarán que alguna vez vivimos aquí.
—Morgie y Chong lo recordarán.
—¿Qué van a recordar? ¿Qué los abandonamos? ¿Que no pudieron escapar con nosotros?
—¿De eso es de lo que se trata? ¿De escapar?
Ella se encogió de hombros.
—Tal vez será como renacer en otro mundo. No lo sé.
Él volteó a verla mientras descendían la pendiente hacia la parcela de los Matthias, pero Nix no le devolvió la mirada. Aunque caminaba a su lado, ella vagaba en lo profundo de sus pensamientos.
Tom y Chong iban detrás de ellos. Lilah no.
La familia de Zak había sido católica, así que el padre Shannon ofició el servicio. Era un viejo hombrecillo con cicatrices de quemaduras en el rostro. Al igual que el reverendo Kellogg, el pequeño cura cargaba con un horrible recordatorio de la Primera Noche.
El padre Shannon observó la reducida concurrencia y después pasó la mirada por todo el cementerio, como si esperase que más gente acudiera al servicio, pero no fue así. Suspiró, sacudió la cabeza y dio inicio a otra lectura de la misma oración por los muertos. Nix aún sostenía la mano de Benny, y su apretón se cerró hasta ser casi una fuerza aplastante que le trituraba los huesos. Dolía, pero Benny hubiera preferido cortarse la mano que retirarla en ese momento. Si ayudaba a Nix a superar esto, le daría unas pinzas y un tornillo de banco para facilitarle el trabajo.
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