Baird T. Spalding - La vida de los Maestros

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"La Vida de los Maestros" es un libro curioso. Mitad crónica de un viaje y mitad narración de un despertar espiritual, este título recoge, de su puño y letra, la experiencia vivida por Baird T. Spalding y un grupo de exploradores en su travesía por los vastos paisajes de Nepal, India, China y Persia en busca de las huellas de los grandes maestros de la sabiduría oriental. La naturaleza pragmática y científica de estos hombres los impulsó a emprender un viaje para encontrar evidencias irrefutables que explicaran fenómenos imposibles y poderes milagrosos, pero el verdadero propósito de su aventura sería revelado eventualmente, cambiando sus vidas para siempre. La transformación espiritual es un camino diferente para todos, definido por lo que somos y por lo que en el fondo queremos ser, y «La Vida de los Maestros» nos regala un vistazo a ese proceso, para abrir nuestra alma al cambio y al bienestar. Como diría el propio Spalding en vida: «Que cada cual tome de mi libro aquello que es bueno para él y crea lo que sea apropiado a su grado de evolución».

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»Nosotros soñamos en construir tres templos. Pero el significado profundo de la visión aparece. Nos es dado constatar la inmortalidad del hombre. Comprendemos que su identidad no se pierde jamás y que el Hombre-Dios es inmortal y eterno. Entonces Moisés (la Ley) y Elías (la Profecía) desaparecen y queda el Cristo de pie solo y supremo. Comprendemos que hay que construir un solo templo, en su interior, aquel del Dios viviente. Entonces el Espíritu Santo ocupa la conciencia, y las ilusiones sensuales del pecado, de la enfermedad y de la muerte cesan de existir. Este es el gran fin del Silencio.

»Este templo de cual vosotros podéis romper un fragmento y ver la rotura repararse sola al instante, simboliza nuestro cuerpo del cual Jesús ha hablado, el templo no construido por la mano del hombre, eterno en los cielos, aquel que debemos exteriorizar aquí, sobre la tierra».

VII

A nuestro regreso, hallamos extranjeros reunidos en Asmah. Venían de los alrededores. Un cierto número de Maestros se agrupaban con vistas a un peregrinaje a un pueblo situado a unos cuatrocientos kilómetros. Aquello nos sorprendió, ya que habíamos hecho excursiones en esta dirección, y comprobado que a partir de los ciento veinte y cinco kilómetros la pista desembocaba en un desierto arenoso. Este desierto era más bien una alta meseta cubierta con dunas movedizas bajo la acción de los vientos y donde la vegetación era escasa. Más allá, la pista escalaba una pequeña cadena de montañas, formando un contrafuente a los Himalayas. Por la noche, fuimos invitados a unirnos al peregrinaje. Debíamos partir el lunes siguiente. Nos previnieron que sería inútil llevar nuestros equipajes más pesados porque regresaríamos a Asmah, antes de franquear la cadena principal de los Himalayas.

Jast y Neprow habían preparado todo, y el lunes por la mañana, a muy buena hora, nos reunimos los trescientos peregrinos. La mayor parte de ellos sufrían enfermedades que pensaban sanar. Todo fue bien hasta el sábado, en el que se desencadenó el más espantoso huracán del cual hemos sido testigos. Durante tres días y tres noches, cayeron trombas de agua, que eran, parece ser, anunciadoras del verano. Nosotros habíamos acampado en un sitio muy confortable y el huracán no nos molestó para nada. Teníamos miedo sobre todo por el abastecimiento, pensando que un retraso prolongado sería muy desagradable para todos los interesados. En efecto, estos no habían llevado más que los víveres estrictamente necesarios para el viaje, sin tener en cuenta posibles contratiempos. Esto nos pareció doblemente grave, ya que no veíamos otra solución que retornar a Asmah para reabastecernos, lo que significaba recorrer cerca de doscientos kilómetros, de los cuales la mayor parte era a través del desierto de arena ya descrito.

El jueves por la mañana se levantó un sol radiante, con un tiempo claro y nosotros soñábamos volver a ponernos en marcha. Pero se nos informó que era preferible esperar a que el camino se secara y bajaran los ríos, así el viaje sería más fácil. Uno de nosotros comunicó nuestra preocupación de ver desaparecer las provisiones. Emilio, que tenía la responsabilidad del abastecimiento nos dijo: «Es inútil tener miedo, ¿Dios no cuida acaso de sus criaturas grandes o pequeñas, y no somos nosotros sus criaturas? Mirad esos granos de trigo, semillas de trigo, Yo los planto. Este acto afirma que tengo necesidad de trigo, he formado trigo en mi espíritu, he cumplido la ley y el trigo crecerá a su tiempo. El proceso de la naturaleza para el crecimiento del trigo es arduo y largo. ¿Es indispensable para nosotros sufrir la espera penosa de este lento crecimiento? ¿Por qué no apelar a una ley superior más perfecta para hacer crecer el trigo? Es suficiente concentrarse, ver el trigo en ideal y he aquí los granos de trigo pronto para ser molidos. Si lo dudáis, recogedlo, haced la harina y coced el pan».

En efecto, había delante de nosotros trigo bien maduro y caído, del cual tomamos los granos necesarios para molerlos y hacer pan. Emilio continuó diciendo: «Vosotros habéis visto y creído. Pero, ¿por qué no apelar ahora a una ley más perfecta y producir un objeto todavía más perfecto, es decir aquel que nos es necesario, el pan? Veréis que esta ley más perfecta, más sutil diríais, me permite producir aquello de lo cual tengo necesidad: pan».

En tanto que nosotros estábamos allí, bajo el encanto, una gran hogaza apareció en las manos de Emilio, y después otras más, que él fue colocando sobre la mesa hasta el número de cuarenta. Emilio señalo: «Vosotros veis que hay suficiente para todos. Si no hubieran bastantes vendrían otras hasta que hubiera un excedente».

Comimos todos de ese pan y lo encontramos muy bueno.

Emilio continuó: «Cuando Jesús preguntó a Felipe “¿dónde compraremos el pan?”, lo hizo para probarlo. Jesús sabía que era inútil comprar el pan del cual la multitud tenía necesidad, o comprarlo en los mercados existentes entonces. Él buscaba la ocasión de mostrar a sus discípulos el poder del pan levantado o crecido gracias al Espíritu. ¡Cuántas veces los hombres tienen el mismo concepto material que Felipe! Él calculaba como lo hacen conscientemente los hombres de hoy. Tengo tanto pan, tantas provisiones o tanto dinero.

Jesús había reconocido que viviendo en la conciencia del Cristo, uno no conoce las limitaciones. Él volvía su mirada hacia Dios, fuente y creador de todo y le agradecía de poner siempre en manos de todos los hombres el poder y la sustancia necesaria para satisfacer todas las necesidades. Partió entonces el pan y lo hizo distribuir entre sus discípulos. Y cuando todo el mundo fue saciado, quedaban aún doce cestos. Jesús no contaba nunca con lo del vecino para nutrir a los otros. Él enseñó que nuestras provisiones están al alcance de la mano, en la Sustancia Universal, en la que hay provisión de todo. Nos es suficiente exteriorizar esta sustancia para crear todo.

Es así como Eliseo multiplicó el aceite de la viuda; él no apeló al dueño de un excedente de aceite, con lo cual sus reservas hubieran sido limitadas. Tomó contacto con el Universal y no hubo otra limitación a la abundancia que la capacidad de los recipientes. El aceite hubiera brotado hasta nuestros días si hubiera habido recipiente suficiente para contenerlo.

Emilio continuó: «No hay ningún fenómeno hipnótico. Ninguno de vosotros tenéis el sentimiento de haber sido hipnotizados. Pero hay autohipnotismo en vuestra creencia de que cada uno no puede cumplir el perfecto trabajo de Dios, ni crear el ambiente, ni lo objetos deseados. La necesidad, ¿no es acaso el deseo de crear? En lugar de expandiros y crear conforme a la voluntad de Dios, os contraéis en vuestras conchas y decís: «No puedo». Por autosugestión termináis por creer que sois una entidad separada de Dios. Os desviáis de vuestra vía perfecta, os falta el fin de vuestra creación. No dejáis a Dios expresarse a través vuestro como él desea.

»Jesús, el gran Maestro ¿no ha dicho?: “Las obras que yo hago, vosotros las haréis y más grandes”. El hombre en su verdadero dominio es el Hijo de Dios. ¿La verdadera misión de Jesús en la tierra no fue la de mostrar que en ese dominio el hombre puede crear tan perfecta y armoniosamente como Dios?

»Cuando Jesús ordenó al ciego lavarse los ojos en el estanque de Siloé, ¿no era eso para abrir los ojos a la multitud y mostrar que él era el enviado del Padre para crear exactamente como él? Jesús quería que cada uno de nosotros hiciera lo mismo por el conocimiento del Cristo en sí mismo y en los otros.

»Yo puede dar un paso más. La hogaza que he recibido y tenido en mis manos se consume como quemada por el fuego. ¿Qué ha pasado? He hecho un mal uso de la ley perfecta que ha materializado mi concepto. He quemado eso que he hecho nacer. Haciendo eso, he mal usado esta ley perfecta, así de precisa como aquella que rige la música. Si yo persistiera en hacer mal uso, no solamente esta ley quemaría mis creaciones, sino que me consumiría a mí mismo, el Creador.

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