»¿Qué ha pasado? He mantenido en el Universal las moléculas centrales del agua hasta que se han solidificado. En otras palabras, he bajado sus vibraciones hasta hacer hielo y todas las partículas de su alrededor se han solidificado hasta formar juntas un bloque. El mismo principio se aplica a un vaso para beber, a una bañera o al mar, a la masa de agua de nuestro planeta ¿Pero qué pasaría? Todo se helaría ¿no es así? pero ¿con qué fin?, ¿en virtud de qué autoridad? Por la respuesta en acción de una ley perfecta, ¿pero con vistas a qué fin? Ninguno, ya que ningún bien resultaría de ello.
»Si yo hubiera persistido hasta el fin ¿qué hubiera pasado? La reacción, ¿sobre quién hubiera caído? Sobre mí. Yo conozco la Ley. Eso que expreso vuelve a mí, seguro. No expreso entonces más que el bien y este regresa a mí como tal. Vosotros habríais visto que si yo persistía en mi tentativa de hacer hielo, el frío habría actuado sobre mí antes del fin y yo me hubiera helado, recogiendo así la cosecha de mi deseo. En tanto que si yo expreso el bien, recojo eternamente su cosecha.
»Mi aparición esta tarde en este cuarto se explicará de igual modo. En la pequeña habitación donde me habéis dejado, elevé las vibraciones de mi cuerpo hasta que este volvió al Universal donde toda sustancia existe. Después, por el intermedio de mi Cristo, he tenido mi cuerpo en mi pensamiento hasta bajar las vibraciones y permitirle tomar forma precisamente en esta habitación, donde podéis verle. ¿Dónde está el misterio? ¿No empleo yo el poder, la ley que me ha sido dada por el Padre a través del Hijo bienamado? Ese Hijo, ¿no sois vosotros, no soy yo, no es toda la humanidad? ¿Dónde está el misterio? No existe.
Recordad el grano de mostaza y la fe que él representa. Esta fe nos viene del Universal por el intermedio del Cristo interior ya nacido en cada uno de nosotros. Como una partícula minúscula ella entra en nosotros por el Cristo, nuestro pensamiento supraconciente, es el asiento de la receptividad en nosotros. Entonces, es necesario transportarla a la montaña al punto más elevado, la cúspide de la cabeza y mantenerla ahí. Es necesario seguidamente, permitir al Espíritu Santo descender. Aquí es el lugar del mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza, con todo tu pensamiento». Reflexionad, ¿qué sois? Corazón, alma, fuerza, pensamiento. Llegados a este punto, ¿qué hacer sino entregar todo a Dios, al Espíritu Santo, al Espíritu viviente del cual estoy lleno?
»Este Santo Espíritu se manifiesta de diferentes formas, seguido por pequeñas entidades que llaman a la puerta y buscan entrar. Hay que aceptarlas y permitir al Espíritu Santo unirse a ese ínfimo grano de fe. Él lo rodeará y se agregará, como habéis visto a las partículas de hielo adherirse al cristal central. El conjunto crecerá, parte por parte, capa por capa, como el témpano. ¿Qué sucederá? La fe se exteriorizará, se expresará. Uno continúa, multiplica y expresa el germen de fe hasta que pueda decir a la montaña de las dificultades: “Quítate de ahí y échate al mar”. Y será hecho. Llamad a ello cuarta dimensión o de otro modo si lo preferís. Nosotros, le llamamos “Dios que se expresa por el Cristo en nosotros”.
»El Cristo ha nacido así. María, la madre modelo, percibe el ideal, lo mantiene en su pensamiento y después lo concibe en el suelo del alma. Allí fue mantenido un tiempo, después exteriorizado como un niño Cristo perfecto, Hijo único de Dios. Su madre lo nutre, lo protege, le da lo mejor de ella misma, lo cuida y lo quiere hasta su paso de la infancia a la adolescencia. Es así como el Cristo viene a nosotros, primero como un ideal implantando en el terreno de nuestra alma, en la religión central donde reside Dios. Mantenido luego en el pensamiento como ideal perfecto, nace, expresado como el Niño perfecto, Jesús el recién nacido.
»Vosotros habéis visto lo que ha sucedido aquí y dudáis de vuestros ojos. No os censuro. Veo la idea del hipnotismo en el pensamiento de alguno de vosotros. Hermanos mío, hay entonces entre vosotros quienes no creen poder ejercer todas las facultades innatas de Dios, manifestadas esta noche. ¿Habéis creído por un instante que yo controlo vuestro pensamiento, o vuestra vista? ¿Creéis que si yo quisiera podría hipnotizaros, ya que lo habéis visto todos? ¿No se cuenta en vuestra Biblia que Jesús entró en un cuarto, en el cual las puertas estaban bien cerradas? Yo hice como él. ¿Podéis suponer por un instante que Jesús, el Gran Maestro haya tenido necesidad de usar la hipnosis? Él empleaba los poderes que Dios le había dado como yo lo he hecho esta noche. No he hecho nada que cada uno de vosotros no pueda hacer también. Y no solamente vosotros. Todo hijo nacido antes o ahora en este mundo dispone de los mismos poderes. Deseo que esto quede claro en vuestro espíritu. Sois individualidades, no personalidades ni autómatas. Tenéis libre albedrío. Jesús no tenía necesidad de hipnotizar, como nosotros tampoco. Dudad de nosotros tanto como queráis, hasta que vuestra opinión sobre nuestra honestidad o hipocresía se haya aclarado. Descartad por ahora la idea de hipnosis o al menos dejadla pasiva hasta que hayáis profundizado en el trabajo, os pedimos únicamente un espíritu abierto».
IV
Nuestro siguiente desplazamiento era una idea y retorno lateral. Dejamos entonces en el lugar el grueso de nuestros equipajes y nos pusimos en marcha al día siguiente, por la mañana, hacia un pequeño pueblo a treinta y cinco kilómetros de allí. Solo Jast nos acompañó. El sendero no era de los mejores y sus meandros eran algunas veces difíciles de seguir a través de la densa fronda de ese país. La región era dura y accidentada, el camino no parecía haber sido frecuentado. Tuvimos algunas veces que abrirnos paso a través de viñas salvajes. A cada demora, Jast manifestaba impaciencia. Nos sorprendimos, ya que era tan equilibrado. Esa fue la primera y última vez en el curso de esos tres años y medio que perdió la calma. Comprendimos más tarde el motivo de su impaciencia. Llegamos a nuestro destino esa misma noche, cansados y hambrientos, ya que habíamos caminado todo el día con tan solo un breve descanso para la comida del mediodía.
Una media hora antes de la caída del sol entramos en un pequeño pueblo de unos doscientos habitantes. Cuando se extendió el rumor de que Jast nos acompañaba, todos salieron a nuestro encuentro, viejos y jóvenes con sus animales domésticos. Aunque nosotros éramos objeto de curiosidad, enseguida nos dimos cuenta que el interés estaba centrado en Jast.
Lo saludaban con enorme respeto. Después de que hubo dicho algunas palabras, la mayor parte de los habitantes regresó a sus ocupaciones. Jast nos preguntó si queríamos acompañarlo, mientras preparaban nuestro campamento para la noche. Cinco de nosotros respondieron que querían descansar, los demás y algunos habitantes del poblado, seguimos a Jast hacia el extremo del claro que rodeaba al pueblo.
Después de haberlo atravesado, penetramos en la jungla, donde no tardamos en encontrar una forma humana extendida sobre la tierra. Al primer vistazo la tomamos por un cadáver, pero una segunda mirada, fue suficiente para darnos cuenta que la postura denotaba la calma del sueño. La figura era la de Jast, lo cual nos dejó petrificados de estupor. De repente, en tanto que Jast se acercaba, el cuerpo se animó y se levantó. El cuerpo y Jast se mantuvieron un momento frente a frente. No había error posible: los dos eran Jast. Después, en un instante, el Jast que nos había acompañado desapareció y únicamente quedó un ser de pie delante de nosotros. Todo pasó en menos tiempo del que es necesario para contarlo, pero nadie hizo pregunta alguna.
Los cinco que habían preferido descansar, llegaron corriendo sin que los hubiéramos llamado (más tarde les preguntamos por qué habían venido) la respuesta fue: «No lo sabemos». «Nuestro primer recuerdo es encontrarnos todos de pie corriendo hacia vosotros». «Nadie recuerda ninguna señal y estábamos ya lejos cuando nos dimos cuenta de lo que hacíamos».
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