Baird T. Spalding - La vida de los Maestros

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"La Vida de los Maestros" es un libro curioso. Mitad crónica de un viaje y mitad narración de un despertar espiritual, este título recoge, de su puño y letra, la experiencia vivida por Baird T. Spalding y un grupo de exploradores en su travesía por los vastos paisajes de Nepal, India, China y Persia en busca de las huellas de los grandes maestros de la sabiduría oriental. La naturaleza pragmática y científica de estos hombres los impulsó a emprender un viaje para encontrar evidencias irrefutables que explicaran fenómenos imposibles y poderes milagrosos, pero el verdadero propósito de su aventura sería revelado eventualmente, cambiando sus vidas para siempre. La transformación espiritual es un camino diferente para todos, definido por lo que somos y por lo que en el fondo queremos ser, y «La Vida de los Maestros» nos regala un vistazo a ese proceso, para abrir nuestra alma al cambio y al bienestar. Como diría el propio Spalding en vida: «Que cada cual tome de mi libro aquello que es bueno para él y crea lo que sea apropiado a su grado de evolución».

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Como el templo nos pareció muy interesante, esa misma mañana decidimos permanecer en él tres días más, puesto que no había más que un solo lugar interesante antes de reencontrar a las otras secciones. Emilio había traído mensajes. Uno de ellos nos informó que la sección de nuestro jefe había visitado este templo tres días antes. Después del desayuno, salimos para ver la niebla disiparse gradualmente. La observamos hasta su completa desaparición y la aparición del sol. Vimos el pequeño pueblo anidado bajo el acantilado y el valle extendiéndose a lo lejos.

Nuestros amigos habían decidido visitar el pueblo y nosotros les pedimos permiso para acompañarlos. Ellos respondieron afirmativamente, riendo, y nos aconsejaron servirnos de la canasta, diciendo que así tendríamos un aspecto más agradable que si tratábamos de usar su modo de locomoción. Descendimos uno a uno sobre el desplome, y de allí a la pequeña meseta que dominaba el pueblo. Apenas el último había saltado de la canasta, cuando nuestros amigos se presentaron. Descendimos todos juntos al pueblo, donde pasamos la mayor parte de la jornada.

Era un viejo y extraño pueblo, característico de las regiones montañosas. Comprendía una veintena de casas, cavadas en la pared del acantilado. Las aberturas se tapaban con losas de piedra. Habían adaptado ese modo de construcción para evitar que las casas se aplastaran bajo el peso de las nevadas invernales. Los habitantes no tardaron en reunirse. Emilio les habló unos instantes y se convino una reunión, que tendría lugar al mediodía del día siguiente. Se enviaron mensajeros para avisar a las gentes de la vecindad deseosas de asistir.

Se nos informó que Juan Bautista había vivido en ese pueblo y recibido ciertas enseñanzas en ese templo, que estaba en el mismo estado que en aquella época. Se nos mostró el emplazamiento de la casa que había habitado, pero que había sido destruida. Cuando volvimos al templo, al final de la jornada, el tiempo se había aclarado y pudimos ver una vasta extensión. Nos mostraron los caminos que Juan seguía para ir a los pueblos de los alrededores. El templo y su pueblo existían seis mil años antes de la visita de Juan. Nos hicieron ver que el camino que seguíamos estaba en uso desde esa época. Hacia las cinco de la tarde, nuestro amigo de los documentos nos estrechó la mano, diciendo que se ausentaría pero que volvería pronto. Después desapareció.

Esa tarde asistimos, desde el techo del templo, a la más extraordinaria puesta de sol que jamás he visto, y sin embargo he tenido la buena suerte de verlas en casi todos los países del mundo. A la caída de la tarde, una ligera bruma cubría una cadena de montañas, bordeando una vasta zona de mesetas, sobre las cuales se extendía nuestra mirada. Cuando el sol alcanzó ese borde, parecía dominarla desde tan alto que contemplábamos un mar de oro en fusión. Después vino el crepúsculo, que inflamó todas las altas cimas. Las montañas nevadas resplandecían lejos. Los glaciares parecían inmensas lenguas de fuego. Todas esas llamas encontraban las diversas tonalidades del cielo y parecían fundirse. Los lagos esparcidos en la llanura parecieron súbitamente volcanes, lanzando un fuego que se mezclaba con los colores del firmamento. Durante un momento tuvimos la impresión de encontrarnos al borde de un infierno silencioso, después el conjunto se fundió en una sola armonía de colores y un atardecer dulce y tranquilo cayó sobre el paisaje. La paz que se desprendía era indescriptible.

Nos quedamos sentados en la terraza hasta medianoche, conversando y haciendo preguntas a Emilio y Jast. Esas preguntas trataban más que nada sobre la etnografía y la historia general del país. Emilio hizo numerosas citas de documentos conocidos de los Maestros. Estos documentos probaban que el país había estado habitado miles de años antes de nuestros tiempos históricos.

Emilio, terminó por decir: «No quiero criticar vuestra historia, ni halagar a vuestros historiadores, pero la verdad es que no se han remontado muy lejos en el pasado. Han admitido que Egipto significa tinieblas exteriores y desierto, como su nombre lo indica. En realidad, su nombre significa “desierto de pensamiento”. En la época egipcia, como hoy, una gran parte del mundo vivía en un desierto de pensamientos, y vuestros historiadores no han buscado el sentido escondido de esta fórmula, para profundizarlo. Han aceptado y reafirmado los testimonios superficiales (para los sentidos). Ese fue el principio de vuestra historia. Es muy difícil de unir a la nuestra. No os pido que consideréis la nuestra como auténtica, pero recomiendo que elijáis libremente entre las dos».

La luna apareció entonces redonda y plena sobre las montañas que barrían el horizonte en la lejanía. Nos quedamos a contemplarla hasta que estuvo casi en su cenit. El espectáculo era extraordinario. Ligeras nubes pasaban de vez en cuando delante de una montaña vecina, un poco más alta que el templo. Cuando las nubes pasaban cerca de la luna, teníamos la impresión de desplazarnos con esta ante las inmóviles nubes. Esto duró una hora.

Súbitamente, escuchamos detrás de nosotros un ruido similar a la caída de un cuerpo. Nos levantamos para mirar y he aquí que una dama de cierta edad estaba allí y nos preguntaba sonriendo si nos había asustado. Tuvimos la impresión de que había saltado desde el parapeto que estaba sobre la terraza, pero simplemente había rozado su pie para atraer nuestra atención y la intensidad del silencio había amplificado el sonido. Emilio avanzó con rapidez para saludarla, y la presentó como su hermana. Ella sonrió y preguntó si había estropeado nuestros sueños.

Nos sentamos de nuevo y la conversación se orientó sobre las reminiscencias de sus experiencias y su trabajo en la vida santa. La señora tenía tres hijos y una hija, todos educados en el mismo espíritu. Preguntamos si sus hijos la acompañaban. Respondió que sí, que estaban precisamente libres, y enseguida aparecieron dos personajes, un hombre y una mujer. Ambos saludaron a su tío y a su madre, y después avanzaron para ser presentados a mis compañeros y a mí. El hijo era gallardo, erguido y de aspecto varonil. Parecía tener treinta años. La hija era más pequeña, delgada y con rasgos encantadores, era una bella muchacha, bien equilibrada, parecía tener unos veinte años. Supimos más tarde que el hijo tenía ciento quince años y la hija ciento veinte y ocho. Los dos asistirían a la reunión del día siguiente, y no tardaron en descender.

Después de su partida, cumplimentamos a su madre por ellos. Ella se volvió hacia nosotros y respondió: «Todo hijo es bueno y perfecto cuando nace. No es malo. Poco importa que su concepción haya sido perfecta e inmaculada o por el contrario material y sensual. El niño de la Concepción Inmaculada reconoce rápidamente su filiación con el Padre. Sabe que él es el Cristo, hijo de Dios. Se desarrolla rápidamente y no concibe más que la perfección. El niño concebido por la vía de los sentidos puede también reconocer inmediatamente su filiación, percibir que el Cristo mora en él y realizar su perfección haciendo de Cristo su ideal. Al contemplar ese ideal lo ama, lo quiere y al final manifiesta o reproduce el objeto de sus pensamientos. Ha nacido de nuevo, es perfecto. Hace resaltar su perfección interior que había existido siempre. El primero se ha conservado en el ideal, es perfecto. El segundo ha percibido el ideal y lo ha desarrollado. Los dos son perfectos. Ningún niño es malo. Todos son buenos y vienen de Dios».

Uno de nosotros sugirió que ya era hora de ir a dormir, pues era medianoche.

XIX

A la mañana siguiente, a las cinco, todos estábamos reunidos en la terraza del templo. Después de los saludos de rigor nos instalamos formando una rueda y según la costumbre, uno leyó extractos de las sagradas escrituras. Esa mañana habían sido elegidos entre los documentos del templo. Jast los tradujo. Tuvimos la sorpresa de constatar que la primera cita correspondía al primer Evangelio según San Juan y la segunda al primer Evangelio según San Lucas. Pedimos buscar nuestras Biblias para comparar. Se nos permitió de buen grado. Jast nos ayudó a hacer los paralelos y nos sorprendimos del parecido de las dos Escrituras.

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