Según el historiador oriundo de esa población, Ricardo Arias, cuando este lugar tuvo la condición de puerto de Cartagena, las embarcaciones iban por el caño de “Chapia”; las ciénagas de “Alejandro”, “Las Mulas”, “Potrero y Potrerito”, “El Pujito” “de Negro”, y el caño del mismo nombre que desembocaba en inmediaciones a Santa Lucía. Del puerto de Barranca Vieja, decía el capitán a Guerra de Barranca del Rey, en 1773, que: “era peligroso, para los barcos, por los peñones que hay a la arrimada en las surtidas y en las inmediaciones, los que forman varios remolinos” (AGN, 1773).
La Barranca de Rodríguez fue transferida a Juan Gómez, y a su mujer María Solís, después la vendieron a Pedro Sánchez de Dávila. En el tiempo en que abrieron el cauce del Canal de Cartagena este último adelantaba obras con las que buscaba comunicar a la ciudad con el Magdalena mediante un canal. En documentos oficiales publicados en Cartagena, siglo y medio después del establecimiento de la barranca, Rodríguez fue reconocido como el descubridor del puerto de Barranca y quien abrió el canal. Aunque, según esos documentos, lo hizo “con excesivos costos” refiriéndose al dinero invertido en las obras.
Dificultades para comunicarse en las provincias de Cartagena y Santa Marta
Medios de transportes: el río y un asno. Fotografía de Tata Mahecha.
Es claro que en los primeros años de la Conquista y durante la Colonia existía una enorme dificultad en comunicar entre sí las diversas regiones del país, eso se colige de numerosos documentos de tiempos de la Colonia. A mediados del XVI los funcionarios españoles se quejaban continuamente de que la colonia estaba prácticamente aislada en sus comunicaciones por tierra (Moreno, Melo, Useche, y Sierra, 1995).
Desde sus orígenes, en la Nueva Granada la geografía fue determinante para aislar a las regiones con escasas comunicaciones y difícil transporte entre una y otra, lo que, en nuestra perspectiva, fue fundamental para explicar la muy deficiente administración como unidad política (Yunis, 2003).
La incomunicación entre regiones y los interiores de las mismas, era lo predominante, basta leer un informe que rinde De la Torres Miranda al virrey sobre fundaciones verificadas en la provincia de Cartagena, en el que señala:
…por qué después de haver sufrido tantas fatigas en innumerables transmigraciones por caños, quebradas, cienegas, ríos y montañas, hasta entonces no traficadas así para fundar las poblaciones como para sacar tantas familias, y Almas de las Rancherías en que estaban arrocheladas, pues algunas vivían á distancia de sus parroquias de más de diez y ocho leguas con Caminos muy peligrosos, y quan intransitables… (Huellas, 1987).
Las vías de comunicación terrestres existentes en las provincias de Cartagena y Santa Marta y con el mismo río, presentaban dificultades para movilizarse por ellas; mientras que el ingreso al río Magdalena por Bocas de Ceniza era casi imposible por la poca seguridad que ofrecían las embarcaciones para sortear esta dificultad natural:
Santa Marta estaba localizada cerca de la desembocadura del río Magdalena, una gran corriente de agua que, de seguro, los españoles lo entendieron rápido y que debía tener sus fuentes muy lejos tierra adentro. Al observar aquel gran río los colonos samarios debieron soñar con los inmensos territorios y los tesoros sin límite que yacían en alguna parte del interior, y que sólo esperaban a que ellos se lanzasen tras su conquista. No obstante, dominar las fuertes corrientes y los ondulantes bancos de arena presentes en la desembocadura del Magdalena no fue nunca una empresa fácil para los inmigrantes europeos de hecho, remontarse aguas arriba por el Magdalena fue un acto de una gran destreza hasta comienzos del siglo XX (Sourdis, 2011).
Desde la época de Bastidas aprendieron los marinos españoles que la exploración hacia el Perú desde el mar del norte no sería posible por las bocas de Ceniza, sino por los cuerpos de agua laterales del delta del Magdalena, como la ciénaga Grande de Santa Marta al este, y por el rosario de ciénagas al oeste (Nieto, 2011).
Un testimonio de la crudeza del tránsito de las embarcaciones por Bocas de Cenizas era que la ruta principal de Santa Marta para comunicarse con el río Magdalena se hacía a través de los esteros existentes entre este y la ciénaga Grande de Santa Marta. Dificultades que se vivían en el interior de la gobernación, pese a contar a lo largo de su provincia con cuatro puertos en el río: Tenerife, El Banco, Tamalameque y Chiriguaná.
Al respecto, el sacerdote Antonio Julián (1854) señala:
Desde la ciudad de Santa Marta, por el pueblo de la Guaira inmediato, tirando recto siempre entre las sierras y rio de la Magdalena, y entre la ciudad de Tenerife, y bosques que van á terminar hacia Pueblo Nuevo, en cuatro jornadas se iba á salir más arriba de Mompox, á la boca y puerto del rio Cesare, que allí se une con el Magdalena en el Banco; y sino, descabezando la Sierra Nevada, y atravesando el Cesare, se salía a los llanos de Chiriguaná, pueblo que dista (como también el Banco con poca diferencia) jornada y media de Tamalameque, y ve aquí que en pocas jornadas se hallaba uno con la mitad o más de la navegación hecha cómodamente, y con poco gasto. Si los Chimilas se pacificaran del modo que ya llevo insinuado, no había entonces dificultad alguna en este camino: fuera camino real, traficado de todos, utilísimo, como ya se ve, al comercio general de la provincia con otras. Pero estando como está ahora esa nación, indómita y temible, y el paso por sus tierras arriesgado y expuesto a sus emboscadas. (…) Últimamente se halla el famoso puerto real de Ocaña, puerto de gran comercio de los nobles Ocañenses con los lugares del rio Grande, y con las ciudades de Simití, Guamacó, Remedios y Zaragoza, adonde aquellos llevan sus géneros, y donde vienen con las puntas y polvos de oro (s.p.).
En la descripción que hace Lope de Orozco de la Villa de Tenerife, en 1580, se indica que esa localidad estaba a veintisiete leguas de Santa Marta, de la cuales siete eran río abajo y las otras a través de caminos que, en tiempo de invierno, en algunas partes era transitable con dificultades. En 1741 es anunciada en Cartagena la apertura de un nuevo camino entre Tenerife y los interiores de la gobernación de Santa Marta, con el que, según el informante, se superaban los inconvenientes que se presentaban en el antiguo sendero, al pasar al lado del río Ariguaní. Sin embargo, la historia demostraría que no era la solución a los problemas de incomunicación de la provincia de Santa Marta.
En el año 1742, cuando habían pasado 162 años desde que Lope de Orozco hubiera hecho la descripción antes anotada, el maestre de campo José Fernando de Mier y Guerra señalaba que con la fundación de San Luís Beltrán de Zapayán, Nuestra Señora de la Concepción de Plato y Santiago de Punta Gorda junto con Santa Cruz de San Joseph, ubicados en la ribera del Magdalena, quedaba abierta la comunicación desde Tamalameque hasta la ciénaga de Santa Marta, a través de vías terrestres. Años antes de este pronunciamiento, el comisionado para fundar el pueblo de indios de El Plato, Vicente Miguel Camargo, había dicho que, con esta fundación, hecha con indios pintados, quedaba libre de indios desde Tenerife hasta Tamalameque, incluyendo a los pueblos de libres de Tetón, Tacamocho y Tacamochito (AGN, 1723).
La comunicación por los interiores de los hoy departamentos del Atlántico y de Bolívar se hacía por caminos como el Real de Tierradentro, llamado “Camino Grande”, el “Camino Sanaguare” que corresponde a la porción meridiana de la Carretera Oriental y el camino del “Litoral” en la parte norte de Tierradentro, de origen prehistórico, que iba desde Cartagena, casi siguiendo el litoral Caribe, hasta Zamba, que luego atravesaba el sector de terrenos bajos inundables que Pedro de Heredia denominó “Valle de Santiago” y, finalmente, la ruta moría en la vera del río Grande (Blanco, 1987). Otro camino era el llamado Carex (Cartagena) a Turbaco, que fue abierto por los indígenas; mientras que el licenciado Juan de Santa Cruz contrató la construcción de un camino tierra adentro, en 1539-1542, para salir a las sabanas de Corucha (Canal del Dique) (Patiño, 1990).
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