Julio Verne - La isla misteriosa
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Esta sustancia esponjosa y aterciopelada proviene de ciertos hongos del género políporo. Convenientemente preparada es muy inflamable, sobre todo cuando ha sido antes saturada de pólvora o cocida en una disolución de nitrato o clorato de potasa. Pero hasta entonces no se había encontrado ninguno de aquellos políporos ni de otros hongos que pudieran reemplazarlos.
Aquel día el ingeniero, habiendo reconocido cierta planta del género artemisa, que cuenta entre sus principales especies el ajenjo, el toronjil, el estragón, el jengibre, etcétera, arrancó varios tallos y, presentándolos al marinero, le dijo:
—Tome, Pencroff, esto le va a poner contento.
Pencroff miró atentamente la planta revestida de pelos sedosos y largos, cuyas hojas estaban cubiertas de un suave vello parecido al algodón.
—¿Y qué es esto, señor Ciro? —preguntó—. ¡Bondad del cielo! ¿Es tabaco?
—No —respondió Ciro—, es artemisa china para los sabios y para nosotros será yesca. En efecto, aquella artemisa convenientemente desecada, dio una sustancia inflamable, sobre todo cuando el ingeniero la hubo impregnado de aquel nitrato de potasa que la isla tenía en abundancia en muchas capas, y que no era más que el salitre.
Aquella noche todos los colonos, reunidos en la habitación central, cenaron convenientemente; Nab había preparado un guisado de agutí y jamón de cabiay aromatizado, al cual se unieron tubérculos cocidos del Caladium macrorhizum, especie de planta herbácea de la familia de las aráceas, y que bajo la zona tropical habría tenido una forma arborescente. Aquellos rizomas tenían un excelente sabor, eran muy nutritivos y semejantes a la sustancia que se vende en Inglaterra bajo el nombre de sagú de Portland, pudiendo en cierto modo reemplazar el pan, del que estaban enteramente privados los colonos de la isla Lincoln.
Terminada la cena, y antes de entregarse al sueño, Ciro Smith y sus compañeros salieron a tomar el aire por la playa. Eran las ocho de la noche, noche que se anunciaba magnífica. La luna, que había entrado en el plenilunio cinco días antes, no había aparecido aún, pero el horizonte se argenteaba ya con esos matices suaves y pálidos que podrían llamarse el alba lunar. En el cenit austral las constelaciones circumpolares resplandecían, y entre todas, aquella Cruz del Sur, a la cual el ingeniero, pocos días antes, saludaba desde la cima del monte Franklin.
Ciro Smith observó la espléndida constelación, que tiene en su cima y en su base dos estrellas de primera magnitud, en el brazo izquierdo una estrella de segunda, y en el derecho una de tercera.
Después de haber reflexionado, preguntó a Harbert:
—¿No estamos a 15 de abril?
—Sí, señor —contestó el joven.
—Pues bien, si no me equivoco, mañana será uno de los cuatro días del año en los cuales el tiempo verdadero se confunde con el tiempo medio, es decir, mañana, con corta diferencia de segundos, el sol pasará por el meridiano precisamente cuando los relojes señalen las doce. Si el tiempo es bueno, creo que podré obtener la longitud de la isla con una aproximación de pocos grados.
—¿Sin instrumentos ni sextante? —preguntó Gedeón Spilett.
—Sí —continuó el ingeniero—. Ya que la noche es tan clara, voy a ver ahora mismo si puedo obtener su latitud calculando la altura de la Cruz del Sur, es decir, del polo austral, por encima del horizonte. Ya comprenderán ustedes, amigos míos, que antes de emprender los trabajos de una instalación en regla, no basta haber averiguado que esta tierra es una isla, sino que es necesario hacer lo posible por averiguar a qué distancia está situada, tanto del continente americano, como del australiano, como de los principales archipiélagos del Pacífico.
—En efecto —dijo el corresponsal—, en vez de construir una casa, puede ser preferible construir un buque, si por ventura no estuviésemos más que a un centenar de millas de alguna costa habitada.
—Por eso mismo —repuso Ciro Smith—voy a tratar de obtener esta noche la latitud de la isla Lincoln, y mañana al mediodía procuraré averiguar la longitud.
Si el ingeniero hubiera podido disponer de un sextante, aparato que permite medir con exactitud la distancia angular de los objetos por reflexión, la operación no habría ofrecido dificultad alguna. Aquella noche, por la altura del polo, y al día siguiente por el paso del sol por el meridiano, habría tenido las coordenadas de la isla; pero faltando el aparato, era necesario suplirlo de otro modo.
Ciro Smith volvió a las Chimeneas, y allí, al resplandor del hogar, cortó dos reglas y unió una a otra por uno de sus extremos, de manera que formasen una especie de compás, cuyos extremos pudieran abrirse o cerrarse. El punto de unión estaba fijo por medio de una fuerte espina de acacia que Ciro tomó de la leña seca.
Terminado el instrumento, volvió el ingeniero a la playa, y como era preciso tomar la altura del polo por encima de un horizonte netamente marcado, es decir, de un horizonte de mar, y como el cabo de la Garra le ocupaba el horizonte del sur, tuvo que ir en busca de una estación más a propósito. La mejor hubiera sido sin duda el litoral expuesto directamente al sur, pero había que atravesar el río de la Merced, entonces muy profundo, y esta era una dificultad grave.
Por consiguiente, Ciro Smith resolvió hacer una observación desde la meseta de la Gran Vista, reservándose tomar su altura sobre el nivel del mar; altura que pensaba calcular al día siguiente por medio de un simple procedimiento de geometría elemental.
Los colonos se trasladaron a la meseta subiendo por la orilla izquierda del río de la Merced y se colocaron en el límite que se orientaba al nordeste y sudeste, es decir, en la línea de rocas caprichosamente cortadas que formaban la orilla del río.
Aquella parte de la meseta dominaba en unos cincuenta pies las alturas de la orilla derecha, que bajaban por una doble pendiente hasta el extremo del cabo de Garra y hasta la costa meridional de la isla.
Ningún obstáculo detenía, pues, las miradas, que abarcaban el horizonte en una semi circunferencia, desde el cabo hasta el promontorio del Reptil. Al sur, este horizonte, iluminado desde su parte inferior por las primeras claridades de la luna, se destacaba vivamente sobre el cielo y podía ser notado con gran exactitud.
En aquel momento la Cruz del Sur se presentaba al observador en posición inversa, marcando la estrella Alfa su base, que es la más próxima al polo austral.
Esta constelación no está situada tan cerca del Polo Antártico como la estrella Polar lo está del Polo Ártico.
La estrella Alfa está a unos 27° aproximadamente del primero, pero Ciro Smith lo sabía y tenía en cuenta esta distancia para su cálculo. También cuidó de observarla en el momento en que pasaba por el meridiano inferior, lo cual debía simplificar su operación.
Dirigió, pues, una rama de su compás de madera sobre el horizonte de mar, y la otra sobre la estrella Alfa, como hubiera hecho con dos anteojos de un círculo repetidor, y la abertura de las dos ramas le dio la distancia angular que separaba a la estrella Alfa del horizonte. A fin de fijar de una manera inmutable el ángulo obtenido, sujetó por medio de espinas las dos tablillas de su aparato sobre una tercera que situó transversalmente, de suerte que la abertura se mantuviese sólidamente.
Hecho esto, sólo faltaba calcular el ángulo obtenido, trayendo la observación al nivel del mar, de manera que se tomara en cuenta la depresión del horizonte, para lo cual era preciso medir la altura de la meseta.
El valor de este ángulo daría así la altura de la estrella Alfa, y por consiguiente, la del polo por encima del horizonte, es decir, la latitud de la isla, puesto que la latitud de un punto del globo es siempre igual a la altura del polo sobre el horizonte de aquel punto.
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