Sea´n Patrick O'Malley - Se buscan amigos y lavadores de pies

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El cardenal Sea´n O'Malley propone que «nos arrodillemos para sentir la Palabra de Dios», y dice que nuestra teologi´a debe ser una «teologi´a de rodillas». Creo que ese es el secreto que hace de e´l uno de los grandes maestros de nuestro tiempo. ¡Quien lea este libro no lo va a olvidar! Jose´ Tolentino de Mendonc¸a, del pro´logo.

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Ellos son también protagonistas en la misión actual de la Iglesia. Simeón y Ana son signo de esperanza y fuente de fuerza espiritual para la Iglesia. Muchos de nuestros obispos y sacerdotes reformados me cuentan cuán fervorosamente rezan por la Iglesia. Su servicio sacerdotal continúa al modo del ministerio de Nazaret. Muchos de nuestros padres reformados, cuyo infatigable trabajo construyó las parroquias y los ministerios de nuestra archidiócesis, a medida que el centro gravitacional de su vida vuelve de Cafarnaún a Nazaret, son ahora los prayer warriors –guerreros de la oración–, cuya intercesión es fuente de vigor y de fuerza para nuestro presbiterio y nuestro pueblo.

Considero que la llamada del papa Francisco a abrazar una cultura del encuentro, así como el arte del acompañamiento, se refleja en la virtud de la hospitalidad, común a Nazaret y Cafarnaún. El Santo Padre nos anima a ser abiertos y acogedores. Una vez, el papa mencionó que cierta secretaria parroquial de la archidiócesis de Buenos Aires era conocida como la tarántula. Andrew Greeley, en su libro Catholic Revolution, sugería que los obispos, curas y personal de los servicios parroquiales hiciesen un curso en la cadena de hoteles Four Seasons para aprender con ellos cómo acoger, ser simpático y cautivar a quienes pretenden recibir los sacramentos. Según el padre Greenley, parece que, en lugar de eso, fuimos a pedir consejo a los burócratas de los servicios postales americanos –no sé cuál es el problema con nuestro Correos ni sé si en Portugal también tiene mala fama...–.

En sus cartas pastorales, Pablo describe los atributos necesarios de aquellos llamados al ministerio, y la hospitalidad es uno de esos atributos esenciales. Las epístolas están salpicadas de la urgencia de ser acogedor. La carta a los Hebreos dice: «Que el amor fraterno sea duradero. No olvidéis la hospitalidad, por la cual algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles» (Heb 13,1-2). Se trata sin duda de una alusión a Abrahán y Sara, que tan gratuitamente hospedaron a los tres desconocidos en el oasis de Mambré.

En la parábola del Juicio final, Jesús dice: «Fui forastero y me hospedasteis» (Mt 25,35b). Esos benditos ni siquiera sabían que estaban acogiendo a Jesús bajo un angustiante disfraz, por usar la expresión de la Madre Teresa.

Cuando invitamos a Cristo a venir a nuestra vida, y es de eso de lo que trata la hospitalidad de Nazaret, Cristo –que es el invitado– se convierte en el anfitrión, como hizo con los discípulos del camino de Emaús.

En la última cena, la primera eucaristía y la primera ordenación son precedidas por el más absoluto gesto de hospitalidad cuando Jesús lava los pies de sus discípulos. Nuestro planeamiento pastoral y nuestro esfuerzo de evangelización tendrán éxito en la medida en que nosotros, pastores, vivamos el espíritu de hospitalidad, ya sea de Nazaret, ya sea de la casa de Pedro en Cafarnaún.

La hospitalidad del Evangelio tiene que ver con acoger al extranjero y, como buen samaritano, hacer del extranjero objeto de nuestro amor, parte de nuestra comunidad, un auténtico hermano. La hospitalidad del Evangelio es siempre desinteresada. Cuando demos un banquete, dice Jesús, no invitemos solo a los vecinos ricos y a los amigos que pueden retribuir, sino invitemos a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Al invitarlos estamos invitando a Cristo, y seremos recompensados en la resurrección de los justos.

La hospitalidad tiene que ver con tejer relaciones y formar comunidad. En nuestras parroquias, la hospitalidad tiene que ser contagiosa, y debería comenzar por el espíritu de apertura y actitud acogedora del clero –que enseña más con el ejemplo y testimonio que con las palabras–.

Un fantástico sacerdote dijo una vez: «Las dos preguntas más gratificantes que un cura puede oír de alguien son: “Señor cura, ¿puede escuchar mi confesión?”, y: “Señor cura, ¿cómo puedo hacerme católico?”».

Cuando se visita un convento de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa, encontramos siempre, junto al crucifijo de la capilla, las palabras: Sitio («Tengo sed»). Cristo tiene sed de almas. El sacerdote, como el buen pastor, tiene prisa por traer a las ovejas de la periferia hacia el centro, donde puedan convertirse en protagonistas.

El sacerdote es siempre el hombre de la hospitalidad, acogiendo al hijo o la hija pródigos, vendando las heridas del extranjero abandonado a la orilla del camino medio muerto, alimentando a los hambrientos con pan, perdón y esperanza.

La hospitalidad de Nazaret, acogiendo a Cristo, dejando que la Palabra se haga carne en nuestros corazones, es lo que nos prepara para la hospitalidad de Cafarnaún, la hospitalidad del hospital de campaña.

No estamos solos, nuestro sacerdocio nos une a Cristo y unos a otros en una relación profunda y permanente. La ceremonia de ordenación en la que el presbiterio entero impone las manos sobre los recién ordenados y, después, da un paso al frente para darles un abrazo de paz, es un profundo y conmovedor signo de la hospitalidad que debemos practicar unos con otros, cuidando unos de otros, dándonos ánimo y ayudándonos. Cuando renovamos juntos nuestros votos sacerdotales, nos comprometemos a formar parte de un presbiterio de intención, hermanos de armas empeñados en vivir la hospitalidad de Nazaret y de Cafarnaún para que el amor del Buen Pastor se haga visible y presente, especialmente en las periferias. Para que la unción que compartimos pueda llegar a todo el pueblo de Dios y llenar sus corazones de esperanza y alegría.

Por ser el inglés una lengua con una ortografía tan difícil, en América hay un concurso llamado Spelling Bees, cuyo vencedor es quien sabe deletrear el mayor número de palabras correctamente, pasando por progresivos grados de dificultad. Aunque este conocimiento esté siendo relegado como basura de la era previrtual, siendo superado por el corrector del ordenador, yo no puedo evitar encontrar fascinante este juego. ¡Recientemente, una de las palabras consideradas «arcaicas», usadas en una final nacional del Spelling Bees, en Washington, fue «Cafarnaún»!

El diccionario Webster’s unabridged da una definición a la palabra «Cafarnaún»: gran confusión, desorden, embrollo; lugar marcado por una acumulación desordenada de objetos –como la multitud ante la casa de Pedro en Cafarnaún–. En el diccionario francés, la definición es parecida: «Lugar en desorden».

Estoy convencido de que nuestro ministerio puede ser Cafarnaún –un caos confuso y desordenado– si faltan los valores nazarenos de la contemplación, oración, amistad cercana, sentimiento de fraternidad. Hemos de vivir siempre con un pie en Nazaret y otro en Cafarnaún para ser sacerdotes según el corazón del Buen Pastor.

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