Proponemos más tarde a san Francisco de Asís como modelo representativo de quien supo vivir la minoridad y la humildad como concreción de la pobreza, desposeído de todo para que Dios fuera siempre todo, que supo liberarse de sí mismo para darse y acoger a los demás, para engendrar vida, y que supo encontrar el sentido profundo de esta virtud, llegando a pedir a Dios que le hiciera amar de todo corazón el tesoro de la santa pobreza 4, a la que llega a llamar la Dama Pobreza. Como dice el hermano José Antonio Guerra al presentar a san Francisco: «Transpira grandeza por la trascendencia de Dios, que rezuma en su pobreza».
A continuación, estudiamos en dos documentos del Concilio Vaticano II todo aquello que se dijo entonces acerca de la realidad de los pobres. Los documentos a los que nos referimos (Lumen gentium y Gaudium et spes) dan cuenta de la preocupación de los padres conciliares por las angustias que hoy afligen a los hombres, y así se hacen una exhortación a todos los cristianos, llamada a compadecernos de las turbas, oprimidas por el hambre, por la miseria, por la ignorancia, poniendo constantemente ante nuestros ojos a quienes, por falta de los medios necesarios, no han alcanzado todavía una condición de vida digna del hombre 5.
Desde ahí trataremos de ver lo que el papado posconciliar ha llevado a cabo para concretar esa visión de la pobreza que ha perfilado el Concilio. Así haremos un recorrido por la segunda mitad del siglo XX y principios del siglo XXI, a través de Juan XXIII (1958-1963), Pablo VI (1963-1978), Juan Pablo II (1978-2005), Benedicto XVI (2005-2013) y Francisco (2013-).
Para terminar, expondremos algunas propuestas prácticas de la pobreza aplicables a las comunidades laicales que van surgiendo en nuestros días, entendiendo, como ya hemos dicho, que esta no es solo opción para los religiosos, sino para toda persona que se comprometa a responder a la vocación de amor a la que nos llama el Señor. Así hablaremos de la opción preferencial por los pobres (haciendo especial referencia al Documento de Aparecida), la vivencia de la sencillez, el cuidado del hermano (la fraternidad), el cuidado de los pequeños detalles y, en especial, la gratuidad, la comunión de bienes, como signo de desapropiación del yo, y la vivencia de la humildad.
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