Eric D. Weitz - Un mundo dividido

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¿Quién tiene derecho a tener derechos?
Solo los hombres blancos los tenían al principio, pero no tardaron en reclamarlos los colonizados, los esclavos, las mujeres, los indígenas…
La creación de los Estados nación se ha ligado a la de los derechos, pero la historia nos muestra que es un vínculo complejo. Vinculados a los nacionalismos, han generado importantes conflictos: desde los rebeldes griegos y los abolicionistas brasileños del siglo xix hasta los sionistas en el xx, incluso la crisis de los refugiados y el auge de la extrema derecha actual.
Weitz retrata a los protagonistas, los ideales que los inspiraron y el contexto que transformaron algunos de los episodios más importantes.

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El zar Nicolás dijo algo parecido en una conversación con Wellington, que había viajado a Rusia como enviado especial del rey; no estaba dispuesto a entrar en guerra con el Imperio otomano a no ser que la Sublime Puerta o Alí Pachá ordenara expulsar a los griegos de Morea y reasentar a egipcios en la península. 69

“Confieso que me costó creer –le escribió George Canning a Wellington– que pudieran concebir un plan tan monstruoso y desmesurado. […] El despacho enviado por Stratford Cunning desde Corfú indica, sin embargo, que muchos creen en su existencia”. De ser ciertos los rumores, las deportaciones otomanas justificarían una guerra. 70George Canning pidió a su primo Stratford, embajador británico en la Sublime Puerta y fuente de las primeras noticias sobre la presunta intención de Ibrahim Pasha, que le transmitiera toda la información que pudiese obtener y que le comunicara al Gobierno otomano que “Gran Bretaña no tolerará la ejecución de un plan de despoblación que excede los límites de la violencia permitida en una guerra y viola las restricciones impuestas por la civilización”. 71De hecho, la flota británica asentada en el Levante mediterráneo ya había recibido la orden de detener las deportaciones en el caso de que se produjeran.

El capitán Robert Spencer, enviado del rey, consiguió por fin una audiencia con Ibrahim Pasha, al que preguntó sin rodeos si tenía intención de expulsar a la población griega de Morea y repoblar la península con africanos. Le dejó claro que su majestad no toleraría jamás una operación así. Pero no obtuvo más que evasivas. Ibrahim Pasha le dijo que esa pregunta solamente la podían contestar sus superiores en Estambul y que, según el parte de Spencer, “él no tenía nada que ver con ningún acto de crueldad y le parecía injusto que su nombre se asociara con tales actos”. Pese a las repetidas súplicas de Spencer, Ibrahim no quiso negar con claridad que se fueran a llevar a cabo deportaciones masivas. 72

Ibrahim no era, sin embargo, el único partidario de la limpieza étnica. Las grandes potencias también la defendían en ciertos casos, lo mismo que los líderes griegos. En 1826, y en un intento de mediar en el conflicto, Gran Bretaña, Rusia y Francia propusieron la total expulsión de la población musulmana de una Grecia autónoma (aunque no del todo independiente). El 6 de julio de 1827, en Londres, las grandes potencias confirmaron la propuesta en el primer tratado formal que firmaron sobre el conflicto griego: “Con el fin de operar una separación total entre los miembros de las dos naciones y evitar las confabulaciones que resultarían inevitablemente de una contienda tan prolongada, los griegos se apropiarán de todos los bienes turcos […] a condición de indemnizar a los antiguos propietarios, ya sea con una suma anual añadida al tributo que pagarán a la Puerta o por otro medio similar”. 73Con este increíble plan, que no cuajaría, las grandes potencias estaban defendiendo lo que hoy llamaríamos una operación de limpieza étnica. Las potencias europeas proponían respecto a los musulmanes una política comparable al presunto plan de Ibrahim Pasha para los griegos del Peloponeso. Las dos partes habían formulado sin saberlo una idea que desempeñaría un papel decisivo en el siglo XX: la de que los Estados tienen que corresponder a sociedades homogéneas.

Las grandes potencias también propusieron una serie de planes para la autonomía griega (el país seguiría estando oficialmente bajo control otomano) que entrañaban, si no la limpieza étnica, sí la total separación de las dos comunidades. 74Los políticos británicos y rusos los justificaron recordando las atrocidades que los otomanos habían infligido a los griegos; había que concluir que las dos comunidades –cristianos y musulmanes– jamás podrían convivir. “Creo, como [Alejandro] Mavrocordatos [jefe del Gobierno provisional griego] –le escribió George Canning a Wellington–, que la total separación de las poblaciones turca y griega es la única solución que garantiza la seguridad y una paz duradera [en el nuevo Estado]”. 75

Dos años más tarde, las tres potencias describieron con detalle los procedimientos para vender las propiedades otomanas. Miembros destacados de las comunidades musulmana y cristiana formarían comisiones mixtas encargadas de regular las transacciones, y una junta arbitral resolvería las disputas. 76Estos procedimientos eran curiosamente similares a los establecidos un siglo después en el Tratado de Lausana, firmado después de la Primera Guerra Mundial, y que decretaba las deportaciones propuestas por primera vez en la década de 1820. Ya entonces, los británicos creían imposible la convivencia entre musulmanes y cristianos y formulaban planes para compensar a quienes hubieran abandonado sus tierras, ya fuese voluntariamente o por la fuerza. Ya en 1826 se planteó la posibilidad de reasentamientos y separaciones (o limpiezas étnicas, por utilizar el término actual) en una región que se convertiría en escenario de numerosos conflictos. Esta zona fue –y no por casualidad– uno de los lugares de nacimiento de la moderna política del Estado nación, de los derechos humanos y las expulsiones de población.

Si los otomanos y las grandes potencias amenazaban respectivamente a los griegos y los musulmanes con llevar a cabo una limpieza étnica, los activistas griegos ya habían excluido a musulmanes y judíos del conjunto de ciudadanos con derechos. El 13 de enero de 1822, en la ciudad de Epidauro, la Asamblea Nacional aprobó la primera constitución griega, considerada provisional. Fue reformada en 1823, pero sus principios fundamentales subsistieron. Esta ley era en gran medida una ficción creada por los dirigentes griegos para ganarse el apoyo europeo con la apariencia de un Estado centralizado que funcionaba. 77Sin embargo, como todas las buenas constituciones, definía el sistema político y los derechos de los ciudadanos. El artículo primero proclamaba la libertad de culto, aunque el cristianismo ortodoxo era la religión oficial del Estado. 78También establecía los derechos civiles y el principio de igualdad ante la ley y garantizaba la protección de los bienes y la seguridad de todos los ciudadanos, pero limitaba la ciudadanía a los residentes en Grecia que creyesen en Jesucristo. 79

A principios de 1826, Mavrocordatos fue más allá de la constitución advirtiéndole a Stratford Canning que la resolución del conflicto requería “la total separación de los turcos, así como garantías contra la usurpación de sus recién adquiridos privilegios”. 80Por lo demás, el Congreso Nacional griego adoptó en su tercera sesión una resolución cuyo artículo primero declaraba que, “dada la imposibilidad de la convivencia entre las dos naciones, no se permitirá a ningún turco residir ni poseer bienes en el territorio de Grecia”. 81Mientras tanto, los rebeldes griegos invadían a cuchilladas las granjas de los musulmanes y los pueblos y barrios habitados por judíos y musulmanes. Como tantos otros nacionalistas en todo el mundo, los insurrectos actuaban al margen de la ley, con total arbitrariedad, y así hacían imposible vivir en Grecia a todo aquel que no fuese griego ortodoxo. 82

Las constituciones ulteriores (y habría muchas) limitaban igualmente la ciudadanía a los hombres griegos de fe ortodoxa, 83a los que se les reconocía, por lo menos en teoría, una serie de derechos similar al catálogo que Velestinlís había definido treinta años antes y al que figuraría en las constituciones de todos los Estado nación en los siglos XIX y XX. Ninguno de estos derechos se extendía a las mujeres, cosa nada sorprendente. En las constituciones, por lo demás, no tenían cabida los musulmanes ni los judíos ni ninguna otra minoría. Para llegar a ser griegos, y por tanto ciudadanos con derechos en el nuevo Estado, tenían que convertirse a la religión oficial. Los musulmanes y turcos, de los que Velestinlís habló con frecuencia, no aparecían mencionados en ninguna de las sucesivas constituciones. 84Aquel patriota griego había aceptado a cuantos vivían en el territorio de Grecia, ahora se restringía la condición de ciudadano con derechos a los hombres griegos de confesión ortodoxa. 85

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