Finlay, como Byron, no se hacía ilusiones sobre el porvenir de Grecia. Describió con enorme fuerza retórica la situación de un país en el que predominaban la corrupción y la incompetencia, y que había establecido unas instituciones representativas de cartón piedra para impresionar a Europa, pero no sabía crear la burocracia nacional de un Estado moderno. El poder efectivo estaba en manos de pequeños tiranos locales que se enzarzaban en ridículas disputas sobre asuntos sin importancia. Se había abierto un abismo entre los ideales de libertad y la realidad política del país.
Finlay habló sin tapujos de las atrocidades perpetradas por los griegos en la guerra. 35Los revolucionarios habían planeado, fomentado y cometido estos actos de brutalidad con el fin de librar al país para siempre de los musulmanes. En los primeros meses de la revolución, según escribió,
la población cristiana […] atacó y asesinó a la musulmana en toda la península. Quemaron las ciudades y casas de campo de los musulmanes y destruyeron sus bienes para hacer imposible el regreso de quienes se habían refugiado en fortalezas. […] Fueron asesinadas a sangre fría entre diez mil y quince mil personas y […] arrasadas tres mil granjas y viviendas turcas. […] El exterminio que sufrieron los turcos a manos de los griegos en las zonas rurales fue premeditado. 36
Los miembros de la Filikí Etería, prosiguió Finlay, estaban decididos a “hacer imposible la paz y convencieron [a los griegos] de la necesidad de exterminar a todos los turcos. […] La matanza de hombres, mujeres y niños se presentó así como una acción imprescindible y sensata, y había canciones populares que describían a los turcos como una raza que tenía que desaparecer de la faz de la tierra”. 37Hasta la matanza de Quíos se cometió en represalia por las atrocidades griegas. 38
Finlay describió, quizá sin saberlo, la mezcla de elementos modernos y premodernos que había caracterizado la violencia desatada por la Revolución griega. Si la represión practicada por los otomanos fue de índole tradicional, un método convencional para someter a las poblaciones levantiscas, los rebeldes, en cambio, quisieron hacer imposible a los musulmanes vivir en Grecia matándolos y expulsándolos y reduciendo sus casas a escombros: una forma de limpieza étnica avant la lettre . En resumen, los griegos “tenían el propósito de exterminar a los musulmanes en la Turquía europea, y el sultán y los turcos creían poder frenar a los griegos con actos de crueldad horrendos. Las dos partes lograron sus objetivos hasta cierto punto”. 39
Finlay no mencionó a los judíos, el otro pueblo al que eran hostiles los rebeldes griegos. Además de exterminar a los musulmanes y asolar sus aldeas causaron estragos entre la población judía: murieron miles de personas, y otros muchos miles huyeron a zonas que seguirían siendo territorios otomanos. Cada vez que Grecia ganaba territorios, cosa que ocurrió con frecuencia entre 1832 y 1913 (véase mapa de la p. 63), los judíos huían o eran expulsados, y se encontraban más seguros bajo el dominio otomano. 40
A pesar de su lucidez y humanitarismo, Byron y Finlay no supieron salvar las contradicciones de su ideario político. Los dos estaban enamorados de Grecia y aspiraban a un Estado griego en el que otros pueblos (en especial los musulmanes y judíos, pero también los búlgaros, valacos y católicos) se volverían invisibles. En el mejor de los casos se los toleraría y protegería. En realidad, Byron, Finlay y otros filohelenos preferían que desaparecieran. He aquí el problema al que se enfrentaban (y siguen enfrentándose) todos los nacionalistas: el de cómo construir un Estado nacional, con una constitución y derechos para sus ciudadanos, en un territorio cuya población es muy diversa desde el punto de vista cultural y religioso. Ni los musulmanes ni los judíos tenían cabida en el proyecto filohelénico de Finlay y Byron. 41
Esa misma contradicción tampoco la supieron salvar los Estados europeos.
La rebelión griega no podía triunfar sin la ayuda europea. Ningún movimiento nacionalista ni ningún avance en derechos humanos se ha dado aisladamente (como veremos en los otros casos históricos examinados en este libro). En los siglos XIX y XX todo intento de fundar un Estado nación y establecer principios de derechos humanos se basó en modelos preexistentes, y a su vez influyó en otros movimientos surgidos en regiones vecinas (o, a veces, lejanas). En estos esfuerzos también intervenían los intereses de las grandes potencias, sobre todo cuando se producían en zonas de gran importancia estratégica, como Grecia y los territorios de los imperios otomano, ruso y británico.
Conscientes de ello, los rebeldes griegos echaron mano de todos sus recursos retóricos, utilizando un lenguaje en el que se fundían la vieja hostilidad europea al islam y las nuevas ideas de liberté, egalité, fraternité . Así, atacaban al sultán y a los funcionarios de la Sublime Puerta por su fe musulmana, tachándolos de infieles, pero a continuación los describían como bárbaros y enemigos de la civilización. En 1822 la Asamblea Nacional Griega reivindicó la independencia evocando el esplendor de la antigua Grecia e invocando a Dios todopoderoso. El sultán gobernaba un imperio en el que predominaban “la cobardía y la vileza” y que ejercía un “poder despótico, cruel y arbitrario”. Después de “un largo periodo de esclavitud hemos tomado las armas para reparar los agravios que nos ha infligido a nosotros y a nuestra patria una tiranía sin parangón”. 42La asamblea declaró que Grecia estaba librando “una guerra nacional, una guerra sagrada, una guerra sin otro fin que el de reconquistar la libertad individual, nuestros bienes y nuestro honor: los derechos de los que gozan nuestros vecinos, los pueblos civilizados de Europa”. 43
Las potencias europeas rechazaron de plano este discurso. No les agradaron ni las alusiones al peligro del islam. 44La rebelión griega, que estalló apenas seis años después de la derrota de Napoleón, amenazaba con desestabilizar el continente y propagar la idea revolucionaria: las dos cosas que más temían las grandes potencias y que habían tenido el expreso propósito de evitar con el sistema establecido en Viena. A los estadistas europeos los rebeldes griegos les parecían montaraces y peligrosos, sobre todo cuando invocaban los ideales de la Revolución francesa.
Sin embargo, las potencias europeas fueron cambiando poco a poco de postura. Los griegos eran tenaces. No podían derrotar solos a los otomanos ni estaban dispuestos a rendirse. Pasaban los meses y parecía que no fueran a cesar nunca las hostilidades. Había múltiples desenlaces posibles, ninguno de ellos favorable para las cinco grandes potencias (Gran Bretaña, Rusia, Francia, Austria y Prusia), decididas a mantener el statu quo . Puede que los rebeldes griegos ganaran la guerra y crearan en Europa una democracia total, un foco de contagio como lo había sido Francia en la década de 1790. Puede que cayera el Imperio otomano, circunstancia que no podía beneficiar más que a Rusia, y que alteraría así el equilibrio entre las cinco potencias. Y había otra posibilidad aún peor: que el Imperio otomano ganara la guerra y se expandiera por Europa. Mirando hacia el Mediterráneo oriental desde Londres, París, Viena, San Petersburgo y Berlín, los estadistas europeos veían con inquietud todos estos desenlaces. 45
Por lo demás, la duración del conflicto y las atrocidades cometidas por los otomanos despertaron la conciencia de las poblaciones y los políticos europeos (y también la de los norteamericanos). ¿Iban a quedarse de brazos cruzados mientras se masacraba a otros cristianos y abanderados de la libertad? Las sociedades filohelénicas empezaron a ejercer una influencia notable en las opiniones públicas francesa y británica, y hasta en la estadounidense. 46En Rusia, los paneslavistas y una esfera pública incipiente ejercieron una presión análoga sobre el Gobierno zarista para que defendiera a sus correligionarios ortodoxos. 47
Читать дальше